En la región conviven familias cuyas historias son muy distintas
Comarca Lagunera.- Con setecientos pesos a la semana que gana en la obra el esposo de Rocío Moreno, ella tiene que cubrir todas sus necesidades. Padres de una pequeña niña, viven en una frágil casita de cartón.
Antonio Segovia es el nombre de su marido. Joven ayudante de albañil que trabaja de “gallo a grillo” en la construcción. Ambos son de Rodeo, Durango, pero vinieron a Torreón porque por el mismo trabajo que ahora hace, sólo ganaba 300 pesos.
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“No alcanzaba pa’ la leche y los pañales”, comenta Rocío. Su casa es un cuarto más pequeño a la medida estándar –cuatro por cuatro- formado con tablas, cartón, hule, cobijas, esponja y material diverso, que sirve para tapar los agujeros. Sólo tiene una cama, un pequeño ropero, una parrilla eléctrica y dos sillas.
El jacal está ubicado cerca de las vías, rumbo a la Ampliación Zaragoza donde al igual que Rocío, muchas personas han construido sus casitas de cartón.
Con 300 pesos en la bolsa, acude al Mercado Alianza donde busca mejores precios. Los centros comerciales están muy lejos de su alcance.
En una de las tiendas que se establecen cerca del jacal, saca fiado productos que no alcanza adquirir con el dinero destinado para los víveres. Algunas veces es peor, porque al mes, cuando tiene que pagar el total de la cuenta, resulta que es una cantidad que superó a sus posibilidades y para cubrirla, se ve en la necesidad de solicitar el dinero que le faltó a una hermana.
Ella dice que utiliza 300 pesos en artículos que necesita la niña. Los pañales están caros, justifica la madre de familia. Entre pomadas, leche y jarabes se va ese dinero. “Es increíble lo costoso que resultan los productos para los bebés”.
Con cien pesos que apartan cada semana, Rocío y Antonio su esposo pretenden juntar un “dinerito” para ir comprando gradualmente material para construcción. Propósito que la mayor parte de las veces, queda en buenas intenciones cuando una emergencia los obliga a tomar del “guardadito”.
Ella dice que su diversión es ir a casa de sus hermanas. El cine le gusta, pero no está dentro de sus posibilidades.
Únicamente ha escuchado que han abierto tiendas muy grandes ubicadas “ahí por la feria”, pero no las conoce.
Como medio de transporte, la familia tiene un triciclo al que se le acondicionó una banca de madera. Rocío sólo espera que la niña crezca un poco para comenzar a trabajar. Limpiar casas es su oficio.
Todas las noches Rocío se va a la cama con la esperanza de construir su casa de ladrillo, sueño que con un ingreso de 300 pesos aún ve muy lejano.
Aquellos viejos tiempos
Elsa aún se resiste aceptar su realidad. Si bien es cierto que ella y su familia no vivieron en la opulencia, sí llevaban una vida desahogada. Ahora viven muy apretados desde que a su esposo lo despidieron de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH).
Con una hija universitaria y otra preparatoriana, fue difícil para ellos adaptarse al cambio. Ella es contador público, su esposo ingeniero civil. Ambos se graduaron hace más de 25 años.
Considera que tuvieron suerte para conseguir trabajo en sus áreas. Pero al poco tiempo se casaron y cuando el primer embarazo, decidió dedicarse a las labores del hogar. Por el trabajo de su marido muchas veces tuvieron que cambiar de residencia. En la ciudad de Durango vivieron varios años.
Cuando se dio la liquidación de su esposo, -hace tiempo ya-, la casa en la que ahora viven ya había sido liquidada por completo. Se trata de una vivienda amplia y bonita, situada en una cerrada ubicada en la colonia Bella Vista.
Antes del despido “que siempre he dicho fue injustificado”, reconoce que gozaron de una vida muy cómoda, al grado que en cada período vacacional viajaban a las diferentes playas mexicanas y las zonas turísticas más importantes del país. También, cada fin de semana iban a cenar, desayunar o comer, según el caso, a restaurantes de lujo.
Como son tres mujeres en la casa, los gastos en ropa eran bastante fuertes. “Mis hijas ya estaban jovencitas y todo lo que querían se los concedíamos, después las pobres sufrieron al igual que yo las consecuencias”.
Con parte del dinero de la liquidación, apostaron a un negocio que no redituó en nada. Optaron por abrir un café Internet, la falta de usuarios los obligó a cerrar el lugar. Hoy tienen a la venta las computadoras.
Elsa comenta que tuvieron que modificar sus gustos y sus pasatiempos. Antes compraban mucha ropa aprovechando el crédito en las tiendas. Ahora las cuentas están canceladas.
La crisis hizo a la familia tomar conciencia de sus gastos. Ahora aprovechan hasta el último centavo.
Su esposo después de varios intentos, parece que por fin dio en el blanco. Siempre le gustó trabajar en el arreglo de la casa, por eso abrió una ferretería.
“Aunque no es la misma vida que antes llevamos, al menos ahora respiramos”.
Presente sin preocupaciones
Las vacaciones de Semana Santa de la familia Maeda Perea serán aprovechadas para, conjuntamente, cumplir con una cita de negocios en MacAllen, Texas y comprar ropa y artículos diversos. Luego planean viajar a Orlando, Florida.
Los Maeda Perea tienen dos hijas, una de 12 años y otra de 14. Son unas jovencitas que les encanta vestir a la moda. Se parecen a su mamá, añade el señor Maeda, quien es propietario de una empresa de poliuretano.
Su negocio ha resultado próspero pese a la crisis económica que ha azotado a todo el país. Sin embargo, reconoce que ha tenido que hacer algunos ajustes que han sido los correctos, puesto que hasta el momento no ha tenido que hacer recortes de su personal.
Viven en una bella casa de la colonia El Fresno donde él como su familia, se regocijan al máximo. El área de los jardines y la piscina es el lugar en donde más veces pasan en tiempo de calor. En invierno, invitan a sus amigos a jugar billar, deleitarse con una suculenta cena o en su caso, disfrutar de una buena película a través de un impresionante equipo electrónico recientemente adquirido.
Maeda comenta que una casa como la suya –ocupa casi media cuadra-, requiere muchos cuidados. Razón por la que el personal de servicio está integrado por tres personas además del chofer. Se trata de la cocinera y dos empleadas que limpian la casa, planchan y lavan. El jardinero sólo acude los fines de semana.
Sin embargo, algunas veces acuden algunos técnicos que dan mantenimiento a la alberca.
El matrimonio proyecta enviar a sus hijas a estudiar por un año inglés a Boston.
Cuando los esposos están en la ciudad, ella atiende sus obligaciones en asociaciones a las que pertenece. Así transcurre la vida de la familia Maeda Perea donde afortunadamente las privaciones para ellos no existen.