Reportajes

Readaptación, proyecto frustrado

POR CRISTAL BARRIENTOS TORRES

Ceresos, escuelas del crimen; la sobrepoblación impide el trabajo efectivo con los reos

Comarca Lagunera, Dgo.- La madrugada del viernes 21 de febrero de 2003, fue descubierto el cuerpo sin vida del sacerdote Rogelio Carrillo Valenzuela. Sus manos fueron atadas con cadenas y su cabeza estaba cubierta con una frazada llena de sangre.

El móvil del crimen: el robo. Los culpables, Jesús Herrera Reyes y Enrique Rentería Aguilar. Ambos de 18 años de edad. Los homicidas se encontraba bajo los influjos de las drogas.

Para los especialistas, las conductas delictivas son consecuencia tanto de trastornos en la personalidad del individuo como de la falta de valores y educación en la sociedad. Influyen también los contenidos violentos de los medios masivos de comunicación en la conciencia de las personas al promover conductas fuera de norma.

Y consideran poco probable que los delincuentes logren una rehabilitación real en un Centro de Readaptación Social (Cereso), pues no reciben atención especializada que les permita cambiar una personalidad alterada.

Edgardo Casillas Ontiveros, coordinador académico de la licenciatura en psicología de la Facultad de Medicina de Gómez Palacio, señala que las alteraciones en la personalidad pueden desencadenar conductas antisociales. Se trata de un sujeto cuyo contacto con la realidad y relación social está interferido por algunos procesos de su desarrollo que no pudo resolver durante su infancia o adolescencia.

El ser delincuente es una condición jurídica que pone al individuo en un estatus especial, pero según el psicólogo existen algunas alteraciones de personalidad inadecuadas que lo llevaron a cometer un homicidio o cualquier ilícito.

En las alteraciones en la relación con los demás y las percepciones inadecuadas de los seres humanos, se pierde la vinculación y el individuo utiliza un canal de agresión.

Casillas Ontiveros señala que todos los seres humanos son agresivos, sin embargo unos pueden controlar, dominar o canalizar este sentimiento, como es el caso de los deportistas, quienes son motivados para luchar o alcanzar una meta, pero utilizan formas socialmente aceptables.

Cuando no existe un control interno de los impulsos se reduce la capacidad de lógica y de juicio, entonces una persona en una condición psicopatológica puede cometer un homicidio fácilmente. “No hay un control interno que le diga: detente, piénsalo. Hace algo que después no lo reconoce o no lo recuerda porque estuvo bajo la acción de muchas fuerzas que están inhibiendo todas sus capacidades intelectuales”.

El ser humano tiene las dos vertientes instintivas que son el amor y el odio, el impulso a la vida y a la destrucción: “son entidades con las que nacemos y que se van subordinando o reorientando a lo largo de nuestra vida en el deporte, educación o la familia, permite el contacto con las demás personas y decir: hasta dónde mi bondad la puedo expresar al igual que mi enojo”.

El arrepentimiento, asegura, sí existe porque se restablece el estatus normal de la persona, es decir, regresan las normas sociales, morales y la conciencia. El homicida entonces reconoce que no lo debió hacer, pero es un argumento inaceptable por los jueces.

“Es de esperarse que alguien diga que se siente culpable, la culpa lo empieza a controlar y ese impulso homicida ahora es contra sí mismo”.

Cuando el delincuente reincide ya no tiene el control de sus impulsos ni conciencia moral: “tenemos a una persona que lo repetirá y hasta disfrutará porque no le está generando esa sensación de culpa, estamos hablando de alguien que perdió su control interno y no lo va recuperar si no es a través de un medicamento, de una atención con el psiquiatra para vencer todo ese tipo de dificultades”.

A decir de Casillas Ontiveros, en teoría los centros de readaptación deben recuperar las funciones perdidas que llevaron a la persona a cometer el delito, pero es difícil lograrlo por la cantidad de presos y el tipo de trabajo que hacen con ellos.

En los reclusorios, dice, se utiliza la laborterapia para que los presos canalicen todas las emociones, pero el hecho de estar años encerrados genera muchos conflictos en cuanto al manejo de la agresión.

“Probablemente ahí estaría una de las dificultades para decir que se restablece o se recupera, se le permite desahogar un poco todo lo que le está provocando dentro, pero no hay manera de trabajar con todos de manera individual o grupal para cambiar estructuras de personalidad”.

La rehabilitación se complica porque no existen todos los elementos para poderlo hacer tomando en cuenta las circunstancias, simplemente porque la seguridad tiene que ser para los empleados y para los mismos internos, esto limita el trabajo, considera el psicólogo.

En los diferentes centros de readaptación hay psicólogos y psiquiatras que valoran los estados emocionales para definir un estilo de personalidad y en base a eso proponer algún programa directo con los internos.

Es necesario trabajar con los presos aunque sea de manera grupal para tratar de reducir el impacto, por un lado del castigo que están teniendo y por el otro, lo que los llevó ahí.

“Se dice que los reclusorios son escuelas del crimen, ahí encontramos a alguien que por primera vez tiene que ingresar, se topa con gente que ya ha estado hasta cuatro veces, ya se sabe la canción y en ese sentido se dice que es la mejor universidad porque habrá quien haya cometido delitos más graves y se contamina, sí es el lugar donde mejor aprenden porque están expuestos a este tipo de condiciones”.

Personalidad y delito

Jaime Sifuentes de León, jefe del Departamento de Psicología, señala que en el Centro de Readaptación Social número dos de Gómez Palacio, no manejan el perfil de criminología, estrictamente hablando en ese término.

Se apegan al manejo de la psicología clínica para definir el perfil de la personalidad y ver qué grado de asociación tiene con el delito cometido y qué factores psicológicos influyeron en la comisión del mismo.

Lo esencial es determinar y describir tres factores, el primero es descartar que el delito sea una consecuencia a un trastorno mental.

Luego se elimina que sea factor de un trastorno de personalidad y por último se trata de corroborar que sea consecuencia de un uso o abuso de drogas ilegales. “Dentro de esas tres fallas, de lo que es la salud mental, intentamos ubicar el perfil de personalidad de cada interno”.

Uno de los principales factores -no es regla general- es el sociocultural, la mayoría de los delincuentes del Cereso es gente que su idiosincrasia no le permite manejar un juicio adecuado o son personas que tienen uno o dos grados de escolaridad de primaria, señala el psicólogo.

Además tienen antecedentes sociales de desintegración familiar, familias múltiples, abusos físicos, sexuales y verbales, factores económicos donde el niño deja su educación para tratar de trabajar e involucrarse con adolescentes o adultos.

Entonces el niño adopta conductas propias de delincuentes como fumar, tomar, usar las drogas más comunes como la mariguana, la cocaína, el cristal, el crack, las cuales están muy asociadas al delito por el grado de desorientación a nivel de pensamiento que provoca.

Para definir el perfil de personalidad se toman en cuenta los factores culturales, sociales y académicos. Generalmente los delincuentes son analfabetas o tienen bajo nivel de escolaridad.

También se encuentran aquéllos que a pesar de haber tenido las posibilidades de estar en una familia más o menos integrada, de tener acceso a los servicios básicos y a la educación, no los aprovechan.

“Se les llama delincuentes de cuello blanco, se aplica a la gente que tiene una buena posición económica y preparación académica y a pesar de ello comete delitos, tenemos homicidas, violadores de clase alta”.

Desde la infancia se pueden detectar conductas delictivas, incluso en niños de dos o tres años, pues son negativos y en la adolescencia son rebeldes ante toda figura de autoridad. Buscan experiencias y situaciones, empiezan a incursionar en un ambiente criminal.

“Muchos tienen personalidad antisocial y carecen de sensibilidad, el manejo de la lógica no es apropiado, a veces hay distorsiones de la realidad en cuanto a la percepción”:

También hay trastornos más severos como puede ser esquizofrenia de tipo paranoide, la cual es la más grave y delicada que puede existir en un centro penitenciario. Es una persona que piensa que en todo momento pueden agredirla o estar creando un complot en su contra y en consecuencia ataca primero.

Hay otras situaciones de temperamento que suelen ser sutiles para el resto.

“Personas egocéntricas, dominadoras, que han adquirido poder a través del dinero y tienen la falsa creencia de que pueden controlar su ambiente a pesar de no estar hablando de una sicopatología grave”.

Generalmente los crímenes son de tipo pasional donde se asocia el amor o los celos de la pareja, “todos los homicidios van apegados a un sentimiento o a una emoción, sobre todo cuando la persona no controla sus impulsos básicos”.

En muchos casos cuando el homicidio ha sido en riña y se está bajo los efectos de algún etílico o estimulante como la cocaína, el preso en las primeras semanas o meses no habla mucho del delito.

“Alegan que ya han hablado mucho con el juez y platican muy poco con nosotros, pero conforme pasa el tiempo vamos creando confianza, poco a poco nos van dando indicadores de su participación en el delito”.

En la mayoría de las ocasiones los presos dicen que no se arrepienten, pero cuando cometieron el delito bajo los efectos de alguna droga o del alcohol, en una autocrítica muy severa se culpan demasiado por lo que pasó independientemente si haya sido en accidente o en riña.

Por lo regular esas personas tienen dificultades para adaptarse a la vida en el interior del penal. No trabajan ni participan en actividades deportivas o culturales. Se aíslan de la comunidad penitenciaria a manera de auto castigo.

En el caso de los violadores, el psicólogo señala que la mayoría de las personas que cometen este delito fueron víctimas en su infancia de abuso sexual.

Eso marca la personalidad de los niños y se pueden convertir en violadores. “Como en la infancia el niño llega a reprimir todas las experiencias traumáticas, queda muy bien asentado en el inconsciente y en algún momento busca sanar ese daño”.

Aclara que no es una regla general porque cuando la familia de una persona violada acepta este hecho como una experiencia real y le dan apoyo psicológico y moral, tiene posibilidades de superar la experiencia traumática. Aunque la atención tampoco es una garantía de recuperación.

Crimen por necesidad

Respecto a los acusados de robos, Sifuentes de León manifiesta que tienen tendencia a la compulsión, generalmente son personas que ingresan hasta cinco veces por lo mismo, en igualdad de condiciones.

“No logran un aprendizaje de la experiencia, uno pensaría que aprenden nuevas conductas delictivas, pero en el caso de la personalidad reincidente hay una tendencia, una compulsión a repetir ese acto de robar”.

El robo se puede interpretar como la necesidad de satisfacer una carencia, la cual puede ser también afectiva.

“Si se habla de los factores sociales obviamente son muchachos que carecen de afecto, por eso es que se agrupan en pandillas, muchos de sus tatuajes dicen: el barrio es mi familia”.

La pandilla se convierte en su única familia, el comprometerse unos con otros es buscar darse ese apoyo o afecto que no tienen desde la infancia. Es una manera de sentirse aceptados, dentro de los grupos delictivos descubren una manera de vivir a través del robo y además satisfacen las necesidades primarias como comer y vestir.

Sifuentes de León reconoce que es difícil cambiar una personalidad. “Es una constitución de cada persona, sus emociones, su carácter, su perfil. Tratamos de dar indicadores a la persona para que comprenda el origen de la compulsión, de sus emociones, por qué usaba drogas o participaba en riñas callejeras”.

El Cereso, dice, no es una institución de salud mental pero tratan de manejar la higiene mental. Al ingresar, los internos reciben una valoración para ver qué factores psicológicos influyen en la comisión del delito y a partir de esto definir su personalidad.

Para dar atención individual y grupal a los internos, en el Cereso hay tres psicólogos que se apoyan con el área de psiquiatría y de servicio médico, “somos una parte importante de este proceso de readaptación o socialización”.

Obviamente, agrega, cuando la personalidad delictiva es reincidente, presenta sicopatología grave o trastorno severo por el uso de drogas, hay poco que hacer. “Nos sentimos con las manos atadas, el interno tiene posibilidad de decir que no quiere que lo atiendan o de exigir tratamiento psicológico, estamos a expensas de la aceptación que ellos quieran del tratamiento”.

Rosario Varela Zúñiga, socióloga y catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila, asegura que la sociedad puede orillar a ciertas personas a tener conductas delictivas.

“El que la gente viva por un lado con tanta precariedad y por otro advierta que delinquiendo es muy fácil, aparentemente, lograr lo que necesita, puede hacer que las personas sientan que es un camino que puedan tomar, ya sea robar, secuestrar, asesinar. Es precisamente por este estatus que vivimos en donde lo que interesa es tener, no importa a qué costo”.

Quienes roban, dice, no consideran que al afectado le costó trabajo lograr lo que tiene. Y el secuestro ha proliferado como una manera fácil y rápida de hacerse de dinero. También están los que asesinan a su víctima para que no lo denuncie.

Según Varela Zúñiga es un problema de valores porque la sociedad no está educando ni siquiera por el respeto a la vida animal, menos a la humana, entonces existe un sinnúmero de conductas que llevan a las personas por el camino de la delincuencia.

Desgraciadamente, señala, la gran mayoría de los presos son jóvenes, lo cual habla de que no tuvieron una orientación o estuvieron inmersos en un medio poco propicio para desarrollar sus valores como seres humanos y para vivir en sociedad.

Para la socióloga hay focos rojos que se deben atender: la pobreza, la educación y el desempleo. Otro factor es el cambio en las uniones familiares porque la madre ya no está como antes al pendiente de los hijos todo el día, pues tiene que trabajar.

“Tenemos el tránsito del modelo familiar, no podemos estar siempre considerando que va haber una familia paterna que va establecer la autoridad, entonces el desempleo, la pobreza, los procesos educativos que no se han readecuado a estas nuevas condiciones”.

Son aspectos sociales, dice, que están haciendo que la familia delinca, “al final de cuentas también habría que preguntarse hasta qué punto el delincuente es culpable porque es llevado por un proceso de cambio que ahora no tiene cauce”.

“La gente sigue viendo con morbo cuando se habla de asesinato pero también ha faltado una responsabilidad social para contribuir a frenarlo”, señala.

“No canalizamos esas personas, no hablamos con ellas, todo hace que el individuo se cree otro mundo en el que finalmente no se identifica con la gente que lo está rodeando”.

No se le puede pedir, dice, a una persona que vive en un medio totalmente hostil comportarse de manera adecuada. En consecuencia el Gobierno debe presentar programas sociales para la atención y la prevención de conductas antisociales.

Respecto a la rehabilitación que se ofrece en los Ceresos, la socióloga Varela Zúñiga considera que debe haber mecanismos muy claros entre las necesidades que tienen como reos pero también como seres humanos.

“No hay buena rehabilitación porque vemos que personas que tienen 15 días fuera de la cárcel vuelven a delinquir, seguramente ese tiempo que estuvieron ahí no les sirvió ni siquiera ni para reflexionar porque quizá no estuvieron sujetos a ningún programa”.

Influencia de los medios

En opinión de Roberto López Franco, psicólogo y director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila, los medios masivos de comunicación, en particular la televisión, influyen en la conformación de conductas delictivas o fuera de norma.

La televisión, considera, ambienta a las audiencias a percibir la violencia como algo natural que no necesariamente recibe un castigo por parte de las autoridades.

Al promover muchas imágenes de violencia, en la mente de los individuos se van asimilando, forman una actitud y una manera muy específica de percibir el mundo.

López Franco reconoce esto no afecta a todas las personas por igual. “Tiene que ver con las mediaciones, específicamente las correspondientes a la familia, pues es la que puede mantener el equilibrio o fomentar el desequilibrio emocional de los sujetos”.

Los padres de familia poco tienen que hacer ante la invasión de imágenes televisivas, es el sistema educativo a través de cursos de educación para los medios de comunicación, el que puede lograr algo, considera el psicólogo.

El Gobierno debe trabajar con la Secretaría de Educación Pública para que surjan cientos de círculos de estudios de educación para los medios masivos.

La violencia contra las mujeres, la falta de respeto y el maltrato infantil, son abordados por la televisión sin conciencia. “Hay una gran cantidad de imágenes negativas, estereotipos que violentan nuestra dignidad, nuestros derechos como ciudadanos a estar bien informados”.

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