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Reagan revisado

Patricio de la Fuente

Hace aproximadamente diez años, el ex presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, hizo una valiente y emotiva declaración pública en donde anunciaba que padecía los síntomas del mal de Alzheimer; después de ello poco se volvió a saber de este carismático personaje que en sus juventudes fue actor para posteriormente entrar de lleno a la arena política norteamericana, primero como gobernador de California y finalmente como ocupante del despacho oval de la Casa Blanca. Hoy que ha muerto considero menester hacer una evaluación histórica. Estoy convencido de que cuando se haga un examen de los resultados alcanzados por Reagan durante sus ocho años de Gobierno, se le reconocerá en la historia como un gran Presidente.

Su período en el mando ya es comenzado a verse como una línea divisoria en la historia política y gubernamental de Estados Unidos, como una época en que Norteamérica hizo un inventario de sus haberes, tomó conciencia de sus obligaciones como nación y de sus alcances como pueblo. Reagan trajo consigo una nueva idea de gobernar: demostró que hay límites que el Gobierno, la iniciativa privada y los ámbitos locales deben respetar; sus conquistas, particularmente la de haber restablecido la economía y la de haber iniciado una nueva etapa en las relaciones con la extinta Unión Soviética le han garantizado un lugar privilegiado. Irán –recordemos el “affaire” de los “Contras”- vino a interrumpir la buena marcha del Gobierno de Reagan en el último tramo del camino pero, en definitiva, ese episodio quedará más como un estrépito de sonido y de furia que como un hecho significativo de largo plazo: un pequeño aunque crítico tropiezo en medio de ocho años sucesivos de éxitos.

Reagan fue realmente un gran comunicador, tenía una feroz habilidad para desechar el lenguaje político convencional y tocar directamente el tema que preocupaba a la mayoría de los votantes: la cartera. A muchos les impresionaba su pericia para llegar al estadounidense común y corriente y penetrar en su filosofía. Sus aciertos fueron fundamentales: una poderosa economía y una igualmente poderosa defensa nacional; el paso más importante hacia la consecución de dichos aciertos consistió en reconocer desde el primer año que la economía era un asunto prioritario.

El éxito de Reagan se explica no sólo por el hecho de que aparentemente siempre supo lo que quería, sino también porque fue flexible y aceptó hacer concesiones si con ello aseguraba sus propósitos. Durante su primer año permitió una ligeramente inferior reducción impositiva a la que se proponía alcanzar, pero ése era el único camino para conseguir cualquier clase de reducción en el Congreso. La economía es el mejor rasero o indicador para medir el éxito de la denominada Revolución de Reagan. Cuando tomó posesión de su cargo, las tasas de interés, la inflación y el desempleo estaban totalmente fuera de control, sin embargo:

La tasa prima, que era de 20.5 por ciento en enero de 1981, se redujo con Reagan a cifras de un solo dígito. El indicador primario de la inflación, el índice de precios al consumidor, llegó a un nivel descomunalmente alto de 12.4 por ciento en 1980; durante los años de Reagan declinó hasta un límite tan bajo como el de 1.1 por ciento en 1986 y fue de cerca de 4.4 por ciento en 1987, la tercera parte de su nivel de comparación. Gracias a que la reaganomía contribuyó a que el país saliera de una recesión (heredada por Carter) a finales de 1982 la economía entró en un período récord de crecimiento mensual durante cinco años.

Reagan ha sido criticado, justificadamente, a causa de los déficit récord en el presupuesto y en la balanza comercial ocurridos durante sus dos períodos presidenciales. Con todo, el déficit presupuestal fue reducido sustancialmente en 1987 y Reagan creyó que la balanza comercial tendería a equilibrarse si se le administraban nuevas dosis de su medicina económica: un descenso en el valor del dólar. Los críticos de Reagan dijeron –y estuvieron en lo cierto a la larga- que ambos déficit podrían convertirse en un fenómeno permanente para nuestros vecinos del norte y arruinar la economía. Bush padre heredó dicho problema.

Reagan también comprobó que un Ejército poderoso es esencial para una política exterior poderosa. Con un potente Ejército en Estados Unidos se ganó el respeto de aliados y enemigos por igual.

Un factor esencial en el éxito de la política exterior fue su determinación de que la Iniciativa de Defensa Estratégica (la Guerra de las Galaxias) fuese garantizada por el Congreso a través de su experimentación y de su expansión progresiva hasta que estuviese lista para desplegarse. Reagan creyó en las enormes posibilidades de un sistema de defensa como la IDE, pero además los especialistas en defensa opinan que su insistencia en continuar con el proyecto contribuyó a provocar el giro de 180 grados que dio la Unión Soviética en sus políticas respecto al control de armamentos.

El encanto personal de Reagan lo capacitó también para establecer cálidas relaciones con los líderes de países aliados de Estados Unidos, desde Margaret Thatcher hasta Nakasone. En la opinión de Larry Speakes, vocero de la Casa Blanca durante casi los ocho años del mandato, los vínculos con los países fueron más estrechos en buena medida a los contactos personales que el ex Presidente estableció. Lo primero que hizo con ellos fue sentar las bases de un nuevo trato: llamarles por sus nombres propios. Y es que en 1981 Reagan era visto por ellos como un recién llegado y como un líder sin mucho peso propio, todo porque había sido actor. Pero en 1984, Francois Miterrand y otros ya le preguntaban cómo había podido crear tantos nuevos empleos y mantener la inflación en tan bajos niveles.

Las percepciones que tengo acerca del estilo de Reagan para administrar y gobernar –y que debo confesar, están basadas en los libros de historia principalmente- son encontradas. El otrora Mandatario era un administrador que no gustaba de involucrarse en detalles, determinaba la política a seguir y simplemente asumía que a su alrededor tenía a la gente indicada para llevarlo a cabo. Lo que en apariencia sí le gustaba era que todos los asuntos relacionados con tal o cual política fueran suficientemente debatidos. Se dice que en las reuniones de gabinete y de altos funcionarios, el Presidente asumía con frecuencia la actitud de quien sólo escucha. Llegaba y decía: “Bueno, díganme lo que piensan”.

Eso no quiere decir, de ninguna manera, que no asumiera el mando o que no tuviera una actitud decidida o que no fuera propiamente el líder; simplemente creía que su trabajo consistía precisamente en escuchar a sus colaboradores para luego tomar las decisiones indicadas. Algunas de sus mejores virtudes eran también sus peores defectos. Su habilidad para rechazar el tradicional estilo político lo llevó muchas veces a descender en las encuestas de popularidad. Hace ya tiempo que terminó la era de Reagan, pocos recuerdan los sucesos más relevantes de la historia de la década de los ochenta, por ello a lo mejor sería bueno un día de éstos, darle una revisada a las páginas de tantos libros que permanecen como testigos silentes.

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