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Receta Mágica | Javier Fuentes de la Peña.

Mis habilidades culinarias son prácticamente nulas. Cuando en la mañana me preparo un cereal, éste se remoja a tal grado que las hojuelas de maíz, lejos de crujir al masticarlas, se quedan pegadas en mi paladar. Cuando quiero guisar un huevo, tengo que resignarme a comérmelo quemado, con un exceso de grasa y con grandes pedazos de cascarón que por mi impericia caen sobre la sartén. A pesar de todo, soy un apasionado en la cocina (y en otras áreas de la casa también). Esto me ha llevado a leer algunas recetas extrañas. Tengo, por ejemplo, el secreto para preparar caviar relleno de huevo duro. Soy un experto en decir cómo se cocina el Kummel Suppe a base de semillas de alcaravea.

Hoy, como dice Fox, he decidido compartir una receta emanada de mi espíritu creador. Sé que podría hacerme millonario si la patentara, sin embargo, ganaría más si la doy a conocer y tan siquiera una persona llegara a tomarla en cuenta. Por esta razón he decidido ofrecer, sin costo alguno, la receta para ser un buen gobernante.

Para ser un buen gobernante se necesita tener presente en todo momento que el pueblo es quien elige a la persona que trabajará por lograr un desarrollo verdadero. Esto puede ayudarle a un funcionario público a sentir cierto compromiso con aquéllos por quienes fue elegido. Si nuestros gobernantes se despertaran cada día preguntándose qué pueden hacer en las siguientes horas para mejorar la vida de los habitantes de cierta colonia, seguramente estaríamos mucho mejor que ahora.

Para ser un buen gobernante se debe conocer muy bien el significado de las palabras. Por ejemplo, el diccionario nos dice que la política es el arte referente al Gobierno de los estados, pero muchos administradores públicos se confunden al creer que la política es más bien una artimaña.

Para ser un buen gobernante se debe conocer muy bien aquella sabia frase de Confucio: “En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”. En Torreón hay gente muy pobre. En Torreón hay gente muy rica. Lo mismo sucede en el resto del estado y en todo México. Esto es señal de una cosa: los mexicanos no hemos tenido buenos gobernantes. Si pensamos bien, en algunos países europeos es casi nula la pobreza. Esto se debe a que el Gobierno se preocupó por dar a los ciudadanos una buena educación, por crear suficientes fuentes de empleo y por realizar las obras necesarias para que todos puedan gozar de algo llamado calidad de vida.

En nuestro país suceden cosas muy distintas. Aquí se cree que ayudar a los pobres es regalarles una cobija cuando tienen frío o una despensa cuando se acerca un proceso electoral. Es muy fácil disminuir el índice de pobreza en el país. Para lograr esto es necesario, en primer lugar, reducir el índice de riqueza de los gobernantes y de todos aquellos que suelen aprovechar su amistad con ellos para emprender jugosos negocios. En segundo lugar, deben realizarse obras que beneficien directamente a los que menos tienen, aunque tengan que sacrificarse otras, como por ejemplo, un Distribuidor Vial lleno de fallas o mandar imprimir miles de ejemplares con el aburrido discurso que los gobernantes suelen dar al rendir sus informes de Gobierno.

Para ser un buen gobernante se debe renunciar a la vanidad, dejando a un lado cualquier sentimiento de superioridad otorgado por el poder. El buen gobernante es capaz de formar un excelente equipo de trabajo y deja que sus colaboradores den rienda suelta a su espíritu de servicio.

Para ser un buen gobernante es indispensable tener los pantalones bien puestos y de preferencia que éstos no tengan bolsillos para renunciar así a la tentación de introducir en ellos grandes fajos de billetes. La honestidad es una cualidad que por desgracia está en peligro de extinción, pero que sin embargo, es indispensable en un servidor público. Es triste, pero muchos funcionarios, al momento de ser elegidos, descubren la oportunidad de asegurar el bienestar de su familia durante generaciones, mientras que miles de personas sufren cada día las consecuencias de los actos corruptos. Velar por los intereses del pueblo y no por los propios, es obligación de los gobernantes.

He aquí mi receta para ser un buen gobernante. Espero que le sirva de algo a Guillermo Anaya, a Enrique Martínez, a Vicente Fox, a Marta Sahagún, a Vladimir Putin y a todos los servidores públicos que en sus manos tienen el destino de un pueblo.

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javier_fuentes@hotmail.com

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