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Recorriendo el aeropuerto

Patricio de la Fuente

“La variedad es el alma del placer”

Aphra Behn

Lo admito sin pudor, confieso aunque se rían y hasta a mí me provoca una honda carcajada pensar en ello. Viajo frecuentemente por trabajo o placer (recomiendo hacerse acompañar de una dama si es por el segundo motivo) y aunque mi destino sea Santo Tomás de los Plátanos suelo arribar a la terminal aérea con por lo menos tres horas de anticipación. No es masoquismo, tampoco el perder el tiempo tan preciado en nimiedades, simple y llanamente dicha conducta obedece a motivos diversos –si quieren que suene elegante llamémosle “investigación antropológica”- o el placer inherente en estudiar lo disímbolo.

Afirma famoso escritor que la mexicanidad se comprende a fondo adentrándose a conocer sus ciudades y pueblos. Si bien coincido ampliamente, estimo el aeropuerto capitalino es el mejor ejemplo de lo chusco, de ese surrealismo o patrón de comportamiento entre nuestros paisanos. Ahí pasa todo, transitan criaturas que ni Walt Disney hubiese podido crear en sus mejores momentos de lucidez, se presencian las escenas más espléndidas o trágicas, en fin: la cultura y el modus operandi se manifiestan con la contundencia del mar embravecido.

Empecemos por la terminal internacional, atiborrada de parroquianos en espera de sus seres queridos, sí, aquellos que emprendieron un largo viaje de tres días a San Antonio, Texas y por ello amerita sean recibidos como Dios manda. Arriba a la sala la comitiva de recepción: los padres, tíos, primos, abuelita, perico, novia y amigos cercanos. Se asoma el viajero en cuestión y todos gritan, llevan enormes pancartas, manifiestan abierta emoción. ¿Quién dijo que viajar es algo normal?

O el que llega cansado después de un año en Europa. Mariachis, flores, llanto al más puro estilo de Yolanda Vargas Dulché. Luego vendrán las recriminaciones ¿por qué eres tan seco con nosotros? Te pagamos un año en el extranjero y apenas nos abrazas, sin entender que el susodicho acaba de pasar catorce horas sentado entre un francés parlanchín al cual bañarse le vale gorro y un bebé en pleno estado escatológico, llorón, entonando coplas, frases. “Aserejé, ejé, ejé”…

La artista con destino a Monterrey, conocida en todos lados. Quiere pasar desapercibida con lente oscuro si bien porta minifalda y las “bubis” por poco se le desbordan. Parece que “Sherwin Williams” le dio una “redocadita” de maquillaje y en la Chrysler le hicieron la cirugía plástica. Los reporteros se le van encima con el típico ¿Cómo se mantiene tan bien? ¡Ay pues con pura agua y ejercicio! Practico yoga y meditación trascendental y además de actriz mi “manager” pronto lanzará tremendo disco mío al mercado, dice que mi voz tiene tan amplios matices como los de Verónica Castro o Lucía Méndez…

Gente dormida en el pasillo, el borrachín que por simple sentido de nostalgia recorre una hora de camino para “ir a tomar la copa al bar” y confesarle al cantinero la misma cantaleta: la vida no vale nada, mi vieja es como un boiler pues de nueva calentaba y ahora nomás tizna, Fox no me ha dado chamba. No vaya usted a creer Pepe (barman) que soy alcohólico, simplemente acudo aquí a recordar tiempos mejores, aquéllos donde las damas subían de sombrero y guantes al avión y los señores portaban sombrero. Ahora se visten en sus peores garras, aun viajando en primera clase a Nueva York, en pleno invierno van de shorts y camiseta.

La señora hacia Guadalajara ataviada de abrigo de mink, tacón alto y sombrero, la contradicción pura con otros pasajeros que en vez de maletas cargan empaques que leen “Jabón Foca”. Aquéllos llegando tarde, se va el vuelo y es como si perdieran la vida, corren desenfrenados, se saltan la cola y gritan a la dependiente del mostrador ¡no sea mala, ayúdeme, dígale al piloto que se espere, ya sé que faltan cinco minutos para que salga el aparato pero si no llego hasta a mi suegra me van a recordar!

Gracias a Osama bin Laden crece la paranoia. Revisiones por doquier, hasta un limador para uñas bien puede resultar letal para la seguridad de los demás pasajeros. Si bien los encargados de las revisiones son amables, menuda pena si te abren la maleta y sacan las toallas sanitarias, los calzones usados, todo aquello reservado para fines oscuros. Largas colas, fomentar el toqueteo, tardas años en pasar el detector de metales.

El otro día me tocó esa gloria nacional llamada Dulce María Sauri. Siempre vestida de rojo como si fuera a la Plaza de Toros, muy su fuero de Senadora de la República, también a ella le hicieron pasar el trago amargo. Pobres de nosotros los que la antecedíamos: pasarle el detector de metales no es precisamente una tarea sencilla, se complica y tarda. Dios nos libre si en la cola también hubiese estado “El Botija” o el flamante ex legislador “Pancho Cachondo”, tan fino él y su corte de damas de prestigio, corridas sin aceite y en terracería.

¿Ven por qué me encanta transitar los pasillos de las diferentes terminales? Ahora que acaben la ampliación del aeropuerto de Torreón (ya merito, en cinco o seis años) si todo va ojalá se pueda rescatar todo lo anterior. Extraño a esa güera del Francisco Sarabia, aquélla de voz sensual que anunciaba “pasajeros con destino a México, favor de pasar a la sala de revisión” mientras se ponía un supositorio…

Correo electrónico:

pato1919@hotmail.com

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