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Recuento del año/Las laguneras opinan...

Mussy Urow

Ya casi se termina el año. Se nos vino el tiempo encima, decimos.

Cada vez que digo esas palabras me imagino a todos los meses como un camino de ladrillos que se extiende atrás de mí y de repente se levantan y literalmente me caen encima.

Del tiempo sentimos su peso y su paso; es amigo y enemigo; sana y deja huellas; construye y destruye sueños. Es un misterio sutil y concreto, implacable y escurridizo. Y como un ejercicio de la voluntad, necesitamos detenernos en el tiempo, por lo menos una vez al año y echar en reversa el pliego de la memoria. El ritmo caótico de nuestra vida actual es una amenaza constante, un remolino que se traga las horas diarias, las semanas y los meses, revolviendo en un confuso torbellino las cosas significativas con las de la rutina del trabajo, o peor aún, llevándose al olvido las acciones de nuestra vida; tan ocupados estamos en no perder el ritmo.

Hacer un alto y reflexionar es una medida sana; sin embargo muy pocos logran hacerlo porque no es tan fácil. El beneficio es recuperar para la memoria los logros y satisfacciones; a veces la prisa nos impide darles su valor real y aunque sean pequeños, se van sumando. Revisar los errores, separar los frutos de la paja. Valorar lo que sí tenemos y rescatar del caos cotidiano los actos valiosos y positivos.

En ese alto, abrir un espacio para que salgan de los cajones esas preguntas que siempre estamos posponiendo, rescatarlas del embrollo general e intentar encontrarles las respuestas que se merecen: ¿Se nos fue un año más o lo estamos agregando a la vida? ¿Sumamos o restamos? ¿Cuál es la finalidad de nuestra vida? ¿Qué sentido le queremos dar a nuestra existencia? ¿Qué es lo más importante? ¿En dónde está la felicidad? ¿Creemos realmente en lo que decimos (o creemos) creer? ¿Cómo se manifiesta nuestro ser creativo? ¿Qué huellas queremos dejar?

¿Estamos preparados para morir, para dejar ir, para cambiar, para aceptar el inevitable paso del tiempo y enfrentar lo que venga? ¿Convivir con los demás y aceptarlos(nos)?... Ya sé, ya sé, son demasiadas preguntas y como sin querer se encadenan en cascada, ocurre lo de siempre, las volvemos a guardar cuidadosamente dobladitas en los cajones mentales.

A veces sería suficiente sacarlas, sacudirlas y echarles una rápida ojeada; otras tan sólo cambiarles las flores secas para que al menos se conserven perfumadas. El caso es revisarlas de cuando en cuando, ventilarlas, que no se nos olviden las cosas importantes, que no se lleve el tiempo nuestra vida enredada en lo cotidiano sin que nos demos cuenta.

Todo lo anterior se aplica a nuestro ámbito personal.

También es importante no olvidar las cosas que ocurren en el ámbito nacional, porque como sociedad nos afectan los acontecimientos, conductas, actitudes y decisiones de quienes dirigen nuestro país; es importante no olvidar, porque todo ello nos influye e incide no sólo en el aspecto profesional y de trabajo, obstaculizando nuestro crecimiento personal, sino en el de la sociedad y del país en general.

Nuestro escenario actual, a nivel nacional, es muy confuso y como diría una amiga “todo está muy revuelto”. ¿Qué podríamos rescatar del embrollo nacional en el que nos encontramos? También se requiere un alto en el camino, reflexionar, no dejarnos llevar. Cada día brotan, como de una malévola “caja de Pandora” nuevos sucesos que enrarecen el panorama. Esta situación, como un círculo vicioso, promueve una actitud de “seguir adelante”, no detenerse y echar en el saco de “después” las reflexiones, pero entonces, surgen más cosas y volvemos a hacer lo mismo: al cajón del olvido y adelante.

Después de varios meses, ya no recordamos nada.

Destacando los sucesos más relevantes, este año que casi termina lo iniciamos con los videoescándalos, que aunque involucraron principalmente a funcionarios del Gobierno del Distrito Federal, por lo menos a los Laguneros también nos afectó, con aquella amenaza de que “se había vendido al Santos.” ¡Qué sufrimiento y angustia ante la incertidumbre de que nos quedábamos sin equipo! La preocupación superó el descubrimiento de la inmensa corrupción en el Gobierno capitalino.

Luego vinieron las olimpiadas en Grecia, el escape perfecto, todo el país dependiendo de las piernas de Ana Gabriela Guevara. Surgió la sonrisa suave y tímida de Belem Guerrero, a quien nadie hacía en el mundo. Ejemplo de perseverancia y tesón que bien haríamos en imitar, pero se acabaron las olimpiadas y volvimos a la realidad. El espectáculo cambió de escenario: Cámara de Diputados y Congreso; Cuarto Informe del presidente Fox y despliegue a nivel nacional de la educación y modos de nuestros legisladores. Aquí la memoria colectiva se vio muy selectiva: la otrora oposición convenientemente olvidó su actuación de años atrás.

Y para rematar el año, tenemos el asunto del presupuesto para 2005, enredado en una lucha sin cuartel por los intereses políticos, la prepotencia, la soberbia, la incapacidad para negociar y buscar el bien común. Pero dejaríamos de ser México porque ya estamos con un pie en el puente de Guadalupe Reyes y ese sí que es intocable e inamovible. Todo, absolutamente todo queda en suspenso. Menos el tiempo, que inexorable y firme, avanza y transcurre.

¿Podríamos como individuos y como sociedad hacer un recuento honesto del año que está por terminar? ¿Tendríamos el valor personal y cívico de separar los frutos de la paja y asumir la dirección de nuestra vida y la de nuestro país con responsabilidad y convicción?

No todo está perdido. Este país tiene gente muy valiosa, que por encima de todas las mezquindades sigue trabajando día a día, barriendo el frente de su casa y alimentando la esperanza de un cambio real y verdadero. De cada uno depende que el camino de los meses transcurridos no se levante y nos caiga encima. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.

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