Corrían los años setenta y reinaba en México Don Luis Echeverría. Su esposa Doña María Esther, además de lidiar con ocho hijos y ser una activísima trabajadora social -desde siempre- era también folclorista, por lo que las lambisconas que giran siempre al derredor del poder, tuvieron que cambiar sus estolas de mink por rebozos de bolita.
Yo guardaba por entonces la secreta ilusión de viajar a la India y aunque trabajaba de tiempo completo en el hogar; lo que quiere decir sin goce de sueldo, me las arreglaba para -del gasto de la casa- ahorrar veinte dólares mensuales; mismos que depositaba bien tapaditos en una hermosa tetera de porcelana, herencia de mi abuela.
Al final del sexenio, por obra y gracia de la devaluación con que nos sorprendió Echeverría, mis dolaritos en la tetera aumentaron su valor pero la economía familiar y la del país; se resintieron gravemente.
Mal andaban ya las cosas cuando sin experiencia, logros o anteriores cargos de elección popular y sustentado únicamente en una vieja amistad y su obediencia probada, José López Portillo fue señalado por el dedazo de Echeverría. Candidato único; después de una carísima campaña de lucimiento personal, J.L.P. asumió la Presidencia. Además de carismático y seductor, Don José nos dio muy pronto la magnífica noticia de que México nadaba en petróleo y que lo conveniente era aprender a administrar la riqueza; por lo que yo; de acuerdo a la modernidad que se imponía, saqué mis dólares de la tetera y los deposité en una cuenta de ahorros en Banamex.
Finiquitada por decreto presidencial la pobreza de los mexicanos; el Presidente, su familia y su espectacular séquito; viajaban y gastaban a lo grande. Doña Carmen -como casi todas las primeras damas- sufrió la compulsión de hacer el bien, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese: “con tantas ideas que se te ocurren no vaya a ser que me quites la silla, por eso me agarro bien a ella”, le dijo alguna vez Don José a su activísima esposa según cuenta Fernando Muñoz Altea en Historia de la Residencia Oficial de Los Pinos.
Desgraciadamente, en una falta de cálculo absoluta, Don José López Portillo apostó todo al petróleo con los nefastos resultados que ya conocemos y si bien la cacareada riqueza nunca se reflejó en mi cartera, la inflación y la pobreza nos alcanzó a todos.
Pero la megalomanía de J.L.P. no paró ahí y aprovechó los últimos quince minutos de su mandato para convertir en panchólares los ahorros de los mexicanos y nacionalizar la banca que en ese momento inició cuesta abajo su rodada.
Sigo sin conocer la India pero he vuelto a confiar mis ahorros a la tetera y tal vez algún día...
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