Por mucho tiempo la mujer vivió con miedo a la gente
TORREÓN, COAH.- Atada con alambres y cadenas de manos y pies para evitar que tuviera algún contacto con el mundo exterior, Silvia sólo pensaba en tres cosas: el miedo a la gente, la falta de esperanza y la soledad. Tenía entonces cinco años.
Silvia Solís Macías nunca conoció a su papá, pues su madre lo dejó cuando ella era muy pequeña y se juntó con su padrastro, quien ha sido hasta la fecha la figura de terror en las pesadillas de esta mujer que ya cuenta con 44 años y que, a pesar de ello, aún recuerda con temor aquellos momentos.
“No me dejaba salir, no quería que nadie nos viera, a mis hermanos y a mi nos amarraba y nos dejaba así todo el tiempo para que no fuéramos ni a la puerta de la calle”, comenta Silvia, “nos pegaba y nos amenazaba, era muy malo con nosotros”.
A pesar de las amenazas, Silvia le hacía saber de los maltratos a su madre, quien se negaba a creerle y además le regañaba.
“Ella decía que no podía ser y que nos quejábamos mucho, que era mejor que no saliéramos, pero nosotros ni queríamos salir”, dice, “no queríamos estar tantas horas amarrados”.
“Hubo unas veces en que él trató de tocarme”, añade la señora, “pero ni eso me creyó mi madre”.
A los 14 años Silvia se casó para escapar de su casa, sus dos hermanas también se casaron jóvenes para salir de la violencia intrafamiliar. Su matrimonio no duró mucho, pero con su actual pareja, un jornalero 21 años mayor, tiene ya casi dos décadas.
“Qué bueno que me salí de ese infierno”, dice Silvia mirando al piso.
Debido a sus problemas en la infancia, la mayor preocupación de esta señora son los niños, pues dice que hay muchos pequeños que viven en condiciones deplorables, sin estudios, sin comida, sin amor.
“La situación está muy crítica, siendo pobre no se queja uno, nomás espera ser feliz, es lo único que nos queda esperar y que podemos alcanzar”, dice Silvia mientras sonríe y se recoge el cabello.
Silvia estudió hasta tercero de primaria, sus hijos hasta sexto, lo cual le produce cierta satisfacción, pero hubiera querido que continuaran la secundaria. Antes de casarse hacía la limpieza en algunas casas y restaurantes, pero luego dejó de trabajar y actualmente se dedica al hogar, pero en ocasiones viaja en su triciclo en busca de alimentos tirados en el canal, que recoge para su morada.
“Los desinfecto y los lavo antes de cocinarlos, si quedan bien nos los comemos, si no los tiro”, manifiesta, “pero nunca nos hemos enfermado del estómago”.
La señora disfruta de pasar tiempo con sus nietos y admite que se ha convertido en una abuela sobreprotectora, pero nunca llegaría al extremo de su padrastro.
“Me gusta verlos, que juegan y se divierten, que no tienen los problemas que yo tuve”, dice la ama de casa, “los cuido, no me gusta que jueguen en lugares peligrosos ni que salgan en mi casa porque hay basura y perros, pero sí los dejo divertirse”.
A 30 años de haber pasado por aquella traumática infancia, Silvia no ha recibido ningún tipo de ayuda terapéutica, pero piensa que ya el tiempo se ha encargado de hacerla olvidar. Por ahora, la señora se siente feliz, pues considera que tiene una vida tranquila y apacible.
“Bendito sea Dios, ya todo está bien”, dice Silvia, que después sube a su triciclo y pedalea con rumbo a su hogar.