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Relatos| La angustia quedó atrás

CECILIA AGUILAR ACUÑA

La familia Torres Fernández manifiesta su alegría por ver al pequeño sano y agradecen a la gente su colaboración.

EL SIGLO DE TORREÓN

TORREÓN, COAH.- Lejos están aquellos días de incertidumbre y angustia por los que pasó la familia Torres Fernández debido a la leucemia que le fue diagnosticada al más pequeño de sus hijos, Héctor Ricardo Torres Lozano, a quien su familia llama cariñosamente Ricky.

Aquellos nubarrones grises que robaron la tranquilidad de su familia desaparecieron luego de que el pequeño recibiera un trasplante de células madres de cordón umbilical el 10 de junio del 2003 en el Hospital Metodista de Niños, ubicado en San Antonio, Texas.

El amor y la fe de sus padres, Nancy Lozano Fernández y Manuel Torres Reyes, hicieron que superaran todo tipo de obstáculos. Ahora fortalecidos por la experiencia que les tocó vivir al lado de su hijo, no se cansan de agradecer el invaluable apoyo que recibieron de propios y extraños.

El pasado 25 de septiembre, Ricky festejó sus siete años de vida. Quizá nadie podrá imaginar que este niño alegre y con la sonrisa a flor de piel, estuvo al borde de la muerte. Sus padres celebran un año más de la vida de su pequeño, pero también un año y casi tres meses de la fecha en que fue trasplantado.

Aunque será dado de alta cuando se cumplan cinco años del día de la operación, Nancy quiere que toda la comunidad lagunera se entere que Ricky ha respondido muy bien a su trasplante. Ella desea compartir su alegría y manifestar su agradecimiento, porque vuelve a confirmar que nunca estuvo sola en la batalla que ella, su esposo y su familia decidieron iniciar aquel 24 de marzo del 2001 cuando los médicos le diagnosticaron la leucemia al niño.

“Hubo mucha gente a la que nunca podré pagarle su cooperación, desde aquél que nos regaló diez centavos, una carta, una palabra de aliento, hasta quienes pudieron contribuir con más. A los médicos de esta ciudad y a los de San Antonio, Texas, todos por igual, están en nuestros corazones” dice Nancy, quien es dueña de unos ojos muy expresivos que indican la emoción que lleva dentro.

En ese momento a ella le viene el recuerdo de la noche del 24 de enero del 2003 en que el señor que acudía diariamente a lavarles sus dos automóviles en compañía de su hijo y quien también lo ayudaba en esa labor —vehículos que vendieron para completar el millón de pesos que juntaron para el tratamiento y hospitalización del pequeño—, tocó a su puerta.

Era de noche cuando ella, su esposo y su familia estaban muy abatidos porque luego de que el niño fue sometido a fuertes dosis de quimioterapia por casi dos años, ese día los médicos les dijeron que a Ricky le había regresado la leucemia.

Angustiado por lo que estaba pasando, su esposo logra detectar que alguien llama a la puerta. Cuando regresa ante ella, sus ojos estaban llenos de lágrimas y con la voz quebrada le comenta que el hombre acudió para solicitarles 300 pesos para pagar los sevicios funerarios al Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) ya que su hijo estaba siendo velado en ese lugar.

“El pequeño había sido atropellado y ese hecho tan doloroso para el pobre hombre nos dio la fuerza para luchar por la vida de Ricky, fue como un mensaje de Dios, ya que nuestro hijo estaba aún con vida y podíamos hacer algo por él”.

El recuerdo de la colecta

En ese momento, la realidad era muy clara para los Torres Lozano: Ricky se hace inmune a la quimioterapia y la única forma de salvarle la vida era un trasplante de células madres de cordón umbilical. La tragedia del hombre que pierde a su hijo en un fatal accidente y la frase imborrable que le pronunció el pequeño a su madre: “¡Mamá yo quiero llegar a ser grande!”, fueron el motor que los motivó a ganarle la batalla a la leucemia.

Las familias paterna y materna del niño se mantuvieron todo el tiempo unidas, se dieron a la tarea de investigar en dónde se podía llevar a cabo el trasplante para el niño y cuánto costaría.

El siguiente paso fue elaborar una carta que titularon Ayúdanos a ayudar a Ricky en la cual, además de explicar el caso, solicitaban la colaboración de la comunidad lagunera. Todos los medios de comunicación apoyaron esta campaña.

La solidaridad de los laguneros no se hizo esperar, la gente se empezó a comunicar con la familia de Ricky para aportar su cooperación. Se efectuó una colecta a la que se sumaron voluntariamente más de 300 personas, amistades de la familia, maestros y alumnos de diferentes escuelas y universidades. Fue un acto masivo.

Además tuvo lugar el boteo. Los padres, tíos, tías, abuelitos y abuelitas de Ricky recorrieron empresas e instituciones públicas y privadas, pidiendo la colaboración de toda alma caritativa. Todo era válido con tal de salvarle la vida a Ricky.

Les regalan el trasplante

En una reunión, una persona llamada Rosalía animó a Nancy para que llevara a Ricky al Hospital Metodista de San Antonio, Texas, ya que en Torreón aún no se realizaba el tipo de trasplante que necesitaba el niño. Otra señora que acompañaba a la primera ya había vivido una experiencia similar con uno de sus hijos, por lo que se ofreció a realizar todos los trámites necesarios para que no perdieran más tiempo y el niño fuera llevado a Estados Unidos de inmediato.

La colecta ya había iniciado y pese a la respuesta, el dinero recolectado no era suficiente, pero así decidieron viajar para investigar sobre el trasplante a la entidad referida. Hablar con la verdad fue lo que siempre ayudó a la joven pareja.

Los padres de Ricky no llevaban dinero y tampoco tenían propiedades excepto la casa que está ubicada en la Colonia Ex Hacienda Los Ángeles. Solamente los respaldaba su propia palabra, la misma con la que pidieron a la doctora creyera en ellos porque se comprometían a reunir el dinero en el menor tiempo posible. Y así fue.

Los padres de Ricky regresaron a Torreón. Vendieron sus automóviles e hipotecaron la casa y con el dinero de la colecta, por fin juntaron los 95 mil dólares para dejarlos como depósito en el hospital.

Cuando entablaron diálogo con la doctora Donna, a ella le gustó la sinceridad de ellos, por esa razón, luego de que el niño fue sometido a la operación, les donó sus servicios y el trasplante que cuyo valor oscilaba entre 300 y 500 mil dólares.

Nancy cuenta que el proceso del trasplante de médula realmente fue muy sencillo, incluso lo compara con una transfusión de sangre, que lo doloroso y difícil de aceptar es antes y después del mismo, por las radiaciones y las quimioterapias.

Después del trasplante transcurrieron algunos días y noches en los que la familia de Ricky no concilió el sueño, su abuelita materna no se separó de él ni un sólo instante. El niño al prinicipio estaba hirviendo en temperatura y se le aplicaban bolsas con hielo para prevenir que se convulsionara.

La identidad de quien donó las células madre de su cordón umbilical no podrá ser revelada hasta después de transcurrido un año. Sin embargo, los médicos le advirtieron a la familia que la batalla contra la leucemia no estaba ganada aún, que debían esperar 100 días para comprobar que el organismo de Ricky no rechazó el trasplante.

El niño de hoy

Después de un año y casi tres meses de haber sido trasplantado, Ricky es un niño alegre que disfruta mucho de jugar y convivir con sus padres, hermano Manuel, primos y amigos en el Colegio Cervantes donde cursa el primer año. De hecho nunca perdió su sonrisa pese a su enfermedad.

Sus padres están muy contentos porque el período de prueba, “a Dios gracias”, parece que lo superó, ya que el niño no ha manifestado rechazo al trasplante. Durante esta etapa fueron cada tres semanas al Hospital Metodista en San Antonio, Texas para su revisión donde les han confirmado que todo va muy bien. Su próxima cita es el diez de noviembre.

Ha respondido también al trasplante que actualmente el niño no toma ningún medicamento. Aún falta tiempo para que él pueda volver a sus clases de natación, el médico les ha dicho que no es conveniente por el momento, pues él pudiera adquirir alguna infección pese a lo bien colorada que esté el agua de la alberca.

Por el trasplante, Ricky perdió su cartilla de vacunación. Nancy explica que la genética de su hijo es como la de un niño de un año con tres meses. Sus células están bebés. “Es como sí hubiera nacido el día en que lo trasplantaron, por eso se le están aplicando de nueva cuenta todas sus vacunas”.

Los padres de Ricky ahora son unas personas diferentes. “Dios te da la oportunidad de vivir algo así para dejar de preocuparte por las cosas sin importancia. Ahora sabemos que si tenemos salud, lo tenemos todo en la vida”.

Y una de las enseñanzas que desean compartir con toda las personas que los ayudaron, es que en la vida no hay límites, todo lo que el ser humano se proponga puede hacerse realidad. “Esta experiencia nos cambió la vida y Dios nos dio la oportunidad de sentir el dolor para valorarla. Es verdad que sufrimos mucho, pero a cambio de todo eso, Él nos dejó a nuestro Ricky para cuidarlo y amarlo más”.

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