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Resistentes y aguantadores.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Cuando casualmente encontramos por ahí, en la calle, a un viejo amigo y nos pregunta ¿cómo va todo? quisiéramos responderle que la República va muy bien, que el Estado se desliza con tersa eficiencia y que las administraciones municipales son un ejemplo. Esta contestación haría que nos sintiéramos muy satisfechos, pero quién sabe si sonaría confiable.

La verdad es que el grado de eficiencia política que observamos en el país está tan remoto de lo deseable como el mítico Puerto Longón, de nuestro difunto y admirado Gutiérrez Tibón, quien aseguraba podía ser localizado en cualquier carta geográfica “cercano a un lugar ubicado a 20 mil millones de kilómetros más allá de la tiznada”.

Si contemplamos el espectro político nacional nos pegan la muina y las ganas de ponernos a llorar. ¿Qué está pasando en la política mexicana? Las bolas que nos hicimos ante la sucesión presidencial de Carlos Salinas de Gortari fueron diminutas canicas, comparadas con los enormes burujos de estambre de Chiconcuac en que ahogan sus incompetencias el jefe de Gobierno del Distrito Federal, el presidente de la Suprema Corte de Justicia y el Mandatario de la República. Con el desafuero de Andrés Manuel López Obrador nos estamos, lo que se dice, “luciendo” ante la aristocracia política y económica del mundo, la misma con la que anhela codearse nuestra inepta clase política.

¿Dónde quedó aquel socarrón pero fino manejo político de don Adolfo Ruiz Cortines? ¿Qué se hicieron, dónde abrevan, los estrategas al servicio del presidente Fox que iban a ser capaces de resolver las complejas situaciones que plantea diariamente la intransición de la autocracia a la democracia? ¡Maldita sea! Cómo no extrajimos algunos clones de los ruizcortinistas que avanzaban en 1957 con pasos lentos pero seguros rumbo a su mañana democrático, que sería hoy, sin riesgo de caer en las puerilidades de los inexpertos que actualmente conducen la política mexicana.

Véase por donde se vea el Estado mexicano da traspiés un día sí y otro también. Y los dan en todas las dependencias federales, más por ignorancia jurídica e insensatez política que por perversidad. Existe un desatado afán de protagonismo en todos los escaños de la pirámide burocrática pues, según parece, lo importante es monear en los noticiarios de radio y televisión y en las primeras planas de la prensa escrita: desde allí se acusa, mas por otro lado se repelen los ataques; desde cualquier partido político brotan oficiosos defensores que enredan la madeja; a través de los medios informativos especulan los comentaristas políticos de la televisión y a las pocas horas, aquel asunto sin importancia se convierte en un tema nacional de la mayor trascendencia. Los voceros de la iniciativa privada introducen en el asunto una miga inexistente, el clero lo aborda en las homilías dominicales, las columnas políticas teorizan y durante más de una semana no se habla de otra cosa.

Luego, ante la presión de los medios de comunicación, los diputados se sienten obligados a convocar la comparecencia de los funcionarios implicados. Esto enreda más la cuestión y se prolongan por dos semanas más las andanadas en uno y otro sentido. No falta quien propone recurrir al Poder Judicial para tachar de anticonstitucional. Los periodistas se lo preguntan al Presidente y Fox responde en esperanto. Los periodistas lanzan puyas y destacan la ausencia de juicio. El Presidente se crece y ordena que localicen al Procurador de Justicia de la República. Éste formatea una acusación de lo que sea: desafuero, desacato o desmedro con a. De pronto estamos todos metidos en el conflicto hasta el cóccix y no faltan quienes vean tras las averiguatas una conjura para desestabilizar a la República. En la bronca hay de todo menos serenidad, sensatez y sentido común.

Y es que los mexicanos somos naturalmente imperfectos, pero irresponsablemente audaces. Nos consideramos genéticos herederos de las virtudes de los hombres históricos, sin pensar que fueron, igual que nosotros, seres comunes y corrientes, dueños de cualidades, pero también con defectos. Y como todo se nos hace fácil, no tenemos escrúpulo alguno en lanzarnos al desempeño de cualquier responsabilidad pública sin antes pensar si vamos a poder con ella, o de una vez nos rajamos.

Aquí leemos a diario dos o tres periódicos, escuchamos un par de noticiarios radiofónicos, tomamos un café con amigos, todos supuestamente enterados de la realidad de nuestro país y tras la cena nos arrellanamos a ver un espacio informativo por TV. De las catorce horas de vida consciente trabajamos siete de la jornada legal y otras siete las usamos para trasladarnos, realizar agencias personales, empacar tres comidas en el aparato digestivo, despistar una breve siesta vespertina e informarnos. Cuando concluye el día sentimos como si estuviéramos sepultados en vida bajo un alud de espesas y malas noticias, ante las cuales son insignificantes los problemas laborales y domésticos. No acaba de asombrarnos nuestra inconmensurable capacidad de resistencia y aguante.

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