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Revitalizar la familia

Juan de la Borbolla R.

Me provocó mucha lástima el artículo central de una publicación que es encartada a los suscriptores de varios periódicos de la República, donde los autores dejándose llevar más por unos criterios estadísticos y de modas actuales pretendidamente intelectualoides, que en planteamientos de profundización objetiva en torno a la esencia de esa institución básica para toda sociedad cual es la Familia (así con mayúsculas), titulaban a su trabajo periodístico: “Nuevas familias”.

La Familia fundamentada en el matrimonio monógamo permanente y estable entre un hombre y una mujer, no es institución sujeta a vaivenes y caprichos de modas estadísticas o sociológicas como las que hoy en día desgraciadamente tanto abundan pero que no están llevando en definitiva a una mejora real de la sociedad en la que esas modas se suceden.

La Familia debe estar fundada en el matrimonio indisoluble, no por razones religiosas o tradicionalistas sino por el hecho de ser el medio para propiciar y potenciar la consideración debida a la dignidad de todos y cada uno de los miembros de esta institución básica de la vida social que acaba por ello convirtiéndose en el mejor lugar para nacer, crecer, ser educado, ser querido, enfermar y morir como persona.

La dignidad de la persona es preservada y potenciada dentro de la Familia simplemente porque las características del Amor Conyugal que debe estar implícito en la conformación del Matrimonio implica la donación única y exclusiva no sólo de los cuerpos de los cónyuges, sino también de todo el ser.

Dicha dignidad personal reclama la fidelidad mutua en un ejercicio de donación continua y de generosidad que es el mejor antídoto al egoísmo y que impide acabar viendo a la otra persona simplemente como un objeto de placer que en el caso de que ya no satisfaga plenamente mis temporales apetencias es despreciado o repudiado a conveniencia a la manera del úsese y tírese propio de la sociedad capitalista del consumo.

Pero además la Familia es el lugar idóneo para que el acto reproductivo de nuevos seres no se quede exclusivamente en un apareamiento físico animal, sino en la culminación de ese acto sublime que significa la creación y procreación de nuevos seres humanos dotados de inteligencia y voluntad.

El acto procreativo es un acto eminentemente humano porque implica la educación de la persona que se ha traído al mundo por medio de esa nueva generación de vida.

El niño y el joven requieren un entorno familiar para el pleno desarrollo de sus personalidades en formación no sólo física e intelectual, sino también, psíquica, social, ética y estética. Eso es educar: Palabra sublime que rebasa en mucho el mero hecho de instruir o desarrollar en el niño y joven conocimientos y sentimientos. Además de ese hecho está el relativo a que la Familia (así con mayúsculas) es el único lugar en el que la persona es aceptada y querida por lo que en sí misma es y no por lo que tiene.

En cambio todas las supuestas formas de “familia” que se presentan en el mencionado artículo delatan problemas de inestabilidad, de egoísmo, de preponderancia de lo propio por encima de lo común, así sea envuelto en relatos romanticones y cursis que pretenden justificarlos.

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