La nueva versión cinematográfica sobre el Rey Arturo deja a un lado el misticismo
El País
Madrid, España.- El Imperio Romano se desmorona. ¿Todo? No. En algún lugar de Britannia un caballero resiste al invasor, la única manera de recuperar su libertad. Así es el nuevo Arturo.
Al mítico Arturo, el de la espada clavada en la piedra, no le va a conocer ni la reina madre que lo parió. Sin armaduras medievales ni sexo morganático ni hechizo de Merlín el Encantador que valga. Ni siquiera un poquito de Camelot o un humilde santo cáliz para llevarse a la boca. Nada.
Qué desperdicio de Arturo, pensarán. Pues no. Su padre político sí que le ha reconocido. ¡Vaya si le ha reconocido! Y todo es culpa suya. Porque papá Bruckheimer lo ha fabricado a su imagen y semejanza.
Sí, Jerry Bruckheimer (este nombre debería ir siempre acompañado de una ráfaga de rayos y truenos, para ir entrando en calor), ruidoso productor, el creador del género decibélico (Pearl Harbor, Black Hawk Derribado) y de multitud de taquillazos (desde American Gigolo y Top Gun a Coyote Ugly o Piratas del Caribe) ha desembarcado con toda su artillería pesada en la historia legendaria de las islas Británicas, y está detrás del trono violento de esta nueva y sorprendente visión del mito, escrita por David Franzoni (guionista de Gladiator) y dirigida (es un decir, porque Bruckheimer es mucho Bruckheimer) por Antoine Fuqua, con el extraño encargo de su productor de trasladar la peligrosidad de las calles de Los Ángeles en Training Day a la ya de por sí edad oscura en la que está ambientada esta aventura. Prepárense: el rey Arturo como nunca lo habíamos visto antes.
Arturo es en realidad Lucius Artorius Castus, o sea, un romano. O un britanorromano, para ser exactos. Vaya sorpresón. Quién nos lo iba a decir. Tanto tiempo pensando que Arturo había estado en las Cruzadas, que habitaba en sombríos castillos con almenas góticas y gárgolas vivientes, que se batiría con Ivanhoe o que cualquier día se iba a echar al monte junto a Robin Hood para dar a los pobres lo que le birlasen a los ricos... Pues no.
Recientes teorías históricas sustentadas en hallazgos arqueológicos (y no se rían, que es peor) apuntan a la existencia de un primer rey de diversas tribus y pueblos de Britannia (lo que hoy es la Isla de Gran Bretaña), justo cuando dejó de ser provincia romana, en el siglo V después de Cristo. Ése es nuestro hombre.
El Renacimiento, ya saben, tendía a buscar mitos en la Edad Media y por eso hasta nosotros habían llegado toda una serie de leyendas mágicas que situaban al Rey Arturo, su espada Excalibur, sus camaradas caballeros de la Tabla Redonda y sus cuitas en busca del cáliz de la última cena en la más pura tradición medieval cristiana.
Mucha culpa de esa mitificación la tuvieron Thomas Malory y su Le Morte Darthur en el siglo XV y, más adelante, con el resurgir romántico en la literatura del siglo XIX, lord Tennyson, con sus poemas sobre el ciclo artúrico. Personaje de raíces históricas poco claras convertidos en pura quimera al servicio de cualquier narración, la leyenda se apropió de la verdad y llegó así hasta nosotros. Le ha tocado a Clive Owen lidiar con la espada Excalibur y con el rizado flequillo díscolo de un héroe para la eternidad.
Nacido en Keresley, cerca de Coventry, en el condado de Warwick, en octubre hará 40 años, este actor saltó a la fama, al margen de papeles en culebrones televisivos, por su trabajo en Croupier, una pequeña película sobre intrigas en un casino que cruzó las fronteras del Reino Unido y le abrió las puertas de Hollywood: El caso Bourne, Gosford Park, Beyond Borders, con Angelina Jolie, y ahora, por fin, su reino por un caballo.
Cuenta un pie de página de la Historia que, siendo emperador Marco Aurelio, el último gran César de Roma, durante una de sus campañas en el este de Europa (tras una batalla en lo que hoy sería Viena) capturó a unos formidables guerreros a caballo, los sármatas (originarios de la zona de Georgia). Había quedado tan sorprendido de sus habilidades que les ofreció salvar su vida si luchaban a favor del Imperio en las zonas fronterizas que necesitaban especial protección.
Como Britannia, en la que los ataques bárbaros ya habían obligado al emperador Adriano a construir una muralla de protección de 73 millas. Los sármatas destinados a la isla traspasaban su tarea (una obligación que les hacía rehenes de Roma) de padres a hijos, generación tras generación. Como sus ancestros, Lucius Artorius Castus, Arturo, y sus caballeros defendían la cara exterior del muro de Adriano contra las invasiones bárbaras y protegían los intereses romanos en la provincia frente a las revueltas de los nativos, los britanos, poco amigos del dominador colonial y de su religión cristiana impuesta a sangre y fuego.
Una última misión suicida
Tras quince años de impagables servicios al Imperio, llega la hora de la libertad para los Caballeros de la Tabla Redonda. Arturo y sus sármatas esperan al obispo llegado de Roma con sus salvoconductos para atravesar el Imperio y establecerse donde quieran.
Arturo, seguidor de Pelagio, un pensador cristiano que se aparta de la doctrina de la Iglesia oficial para proclamar la libertad individual, sueña con llegar a la Roma de la paz, de la libertad, la igualdad, el centro universal del pensamiento y la cultura... Una Roma que, en realidad, no existe más que en su mente.
Pero el nuncio del Papa les ordena una última y peligrosa misión: rescatar a la familia de un noble romano y su hijo, un discípulo del mismísimo Pontífice, que poseen una villa al norte del muro de Adriano, amenazada por la inminente invasión de los mortíferos sajones liderados por Cerdic (el sueco Stellan Skarsgaard) y su hijo Cynric (Til Schweiger).
Para hacer frente a estas hordas invasoras, Arturo contará con su mano derecha Lancelot (Ioan Gruffud, un descubrimiento), el fiero Bors (gran Ray Winstone), el joven Galahad (Hugh Dancy), el misterioso Tristan (Mads Mikkelsen, cara del Dogma danés), el poderoso Gawain (Joel Edgerton) y el estricto Dagonet (Ray Stevenson).
Pero estos siete valientes no podrán vencer sin ayuda. Por eso se alían con los que hasta entonces habían sido sus enemigos, los enemigos de Roma, una tribu de pictos o woads, lugareños britanos que viven en los bosques y cuyo cabecilla es una especie de chamán guerrero llamado Merlín. Un Merlín (Stephen Dillane) despojado de su aura mágica, más oscuro que nunca, pero igualmente capital en el desarrollo de la historia. Esta alianza se fraguará gracias a la presencia de una mujer capaz de abrir la mente y el corazón de un hombre. Ginebra (Keira Knightley) hará ver a Arturo que su destino se construye desde la voluntad y que su lugar en el mundo no es la lejana Roma. La guerra está servida. La batalla de Badon Hill nos dejará un nuevo Rey. Tal vez el primero de una Inglaterra unida. Palabra de productor de cine.