Dictaminó don Jesús Reyes Heroles que los políticos que suben en elevador bajan en elevador. La fórmula se evidenció en Rosario Robles, aunque su descenso fue más veloz que su camino hacia la cumbre. De la militancia sindical universitaria pasó en 1988 a la electoral y al año siguiente a la partidaria.
En seis años, entre 1994 y 2000, en ese terreno fue una protagonista cuyos bonos iban al alza: diputada federal, eficaz organizadora de campañas electorales, secretaria y jefa de Gobierno. Concluida su gestión en la administración del DF, entró en un breve receso. Volvió al activismo formal en pos de la presidencia del PRD, el partido que contribuyó a fundar. Sólo permaneció en el liderazgo partidario catorce meses: los grupos a los que derrotó se rehicieron y la echaron.
Vivió todavía después un momento triunfal, que hoy podemos entender como un canto del cisne: su exitosa convocatoria a las mujeres que quieren el poder. Hoy, ella lo ha perdido por completo. Su prestigio está menguado y accedió a irse del partido que presidió. Lo hizo entre tantos enconos, que la juzgarán como si todavía militara en el PRD. Cometió varios errores.
El más reciente, el de peores consecuencias para ella y el PRD fue admitido en su autocrítica, expresada el miércoles pasado: mezcló lo personal con lo político. “Rompí las reglas —dijo— y estoy pagando el precio y el juicio de una visión hipócrita”. Al atarse a un titiritero manipulador, que con los hilos de la corrupción manejaba o pretendía manejar a funcionarios que retribuyeran con contratos sus apoyos, quedó presa en una red de la que ni aún en su desgracia ha resuelto romper.
En la cresta del escándalo que le arrebató buena parte de su patrimonio político, insistió en beneficiarse de la infraestructura que le ofrece Carlos Ahumada: hace diez días voló a Morelia en el mismo avión en que el ex jefe delegacional panista, derrotado candidato a diputado federal Luis Eduardo Zuno (pieza también del entramado de Ahumada) fue preso al intentar meter armas de contrabando a México. No eran prestaciones gratuitas las que recibía del dueño del grupo Quart: cometió el error de acompañarlo y ofrecerle su aval político y personal, en más de una ruin negociación de prebendas en canje de financiamiento. En otros yerros incurrió Rosario Robles. Cegada por el brillo del dinero en la política, privilegió la presentación de candidatos externos con presunta capacidad para pagarse su campaña, como si de ganar elecciones a cualquier precio se tratara.
El más delicado desliz en ese terreno lo cometió en San Luis Potosí, donde trocó el respeto a una tradición civil por la fallida apuesta en favor de un candidato cuya única discutible cualidad era ser rico. No podía ganar y no ganó. Se equivocó igualmente la ahora ex perredista al denunciar penalmente a una reportera y al presidente y director general del Grupo Reforma. El error fue doble, conceptual y circunstancialmente: lo primero porque se abre paso la tendencia a despenalizar delitos como la difamación, que debe ser perseguida sólo por la vía civil y no con el amago de la cárcel. Y lo segundo porque la información que quiso combatir era de carácter profesional y carecía de dolo, como lo reconoció la Procuraduría del Distrito Federal al decretar el no-ejercicio de la acción penal contra los acusados.
No se incluya en el catálogo de sus errores la insistente acusación de sus adversarios panistas sobre el manejo de las cuentas a su paso por el Gobierno de la capital. Fueron promovidas por el ánimo de causar escándalo político y no por el cuidado del patrimonio público o el adecuado funcionamiento de las instituciones. De haber tenido este propósito, sus acusadores hubieran canalizado sus denuncias por las vías formales que, cuando fueron exploradas, arrojaron un resultado contrario a sus pretensiones. A su vez, el gasto electoral en que incurrió el año pasado fue más que un error una apuesta, en que puso de un lado la eficacia (que condujo a casi duplicar la representación perredista en San Lázaro) y del otro endeudar al partido con cargo al financiamiento futuro. Constreñida en su breve etapa en la presidencia del partido por el peso dominante de sus adversarios, que no participaron limpiamente en la contienda electoral y la ataron una vez definido su triunfo, se empeñó no obstante en revisar la estructura del PRD, minada por las querellas internas y la ausencia de escrúpulos de muchos a la hora de perseguir objetivos, sobre todo los que tienen que ver con el dinero.
El diagnóstico que con ese motivo presentó Samuel del Villar, que no buscaba ni podía buscar consecuencias jurídicas porque se trataba de hechos consumados, hubiera debido servir para una autocrítica y una reforma a fondo del partido. Pero impidieron que tal fuera su desenlace los beneficiarios del desorden, señaladamente el grupo Nueva Izquierda que hoy emerge como el ganador en los diversos y nada edificantes episodios que destrozan al PRD. Y no resulta indemne ese grupo porque practique la pureza sino por sus habilidades para eludir pesquisas y sanciones.
Víctima al mismo tiempo de sus errores y la astucia de sus adversarios, Rosario Robles inicia ahora su travesía del desierto. En política nadie muere hasta que muere. Y como una bendita condición del género humano es su redimibilidad, nadie se sorprenda que, recuperados que sean los valores que abandonó, Rosario Robles emprenda de nuevo la ruta de su propia construcción y de la lucha por causas respetables.