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RX

Federico Reyes Heroles

“Qué troquela al espíritu? ¿Con qué se alimenta? Cómo explicar que en algunos es recio, imbatible y en otros débil hasta la pena. “El hombre es tiempo, brevísimo tiempo del gran tiempo”. Nos dice en una línea de paso al referirse a San Agustín. Hoy, 20 de enero de 2004 el mundo y nuestro agitado México pueden esperar un poco. Todavía hay jerarquías; los asuntos del espíritu van primero. “Nunca me ha convencido la expresión ‘tiempo interior’.

¿Qué nos es externo? ¿Qué nos es interno?” Quizá en eso radique parte de su suave fortaleza, el no dejarse amedrentar por el tiempo. Esa es una de sus sanas obsesiones. Barcelona, 1924, 20 de enero es la fecha del nacimiento. El padre es filósofo, más aún, gran pensador. Pero por favor, ni la vena filosófica, ni la poética se heredan. ¿O si? Sería demasiado sencillo. La belleza es compleja, aunque con frecuencia parezca simple. La vida es bella en parte por compleja. Algo queda claro, en el hogar se respiraba conocimiento. Algo se mama, es innegable. Tres son las improntas de esos primeros años: el padre; la duda como sistema de ser; Cataluña, no la de hoy, la de siempre.

Es 1939. El horror ha caído sobre España. Envenenados los hermanos se matan entre sí. La familia de RX debe salir. De ahí otra huella perenne, se llama exilio, con todo lo que ello trae detrás: rompimiento, encuentro, lejanía, penuria, fraternidad, añoranza, búsqueda, tragedia en el origen, la esperanza como único bagaje. Don Joaquín, el padre, roza los cuarenta años. Le queda su oficio y es mucho. Ya en México enseña metafísica en la UNAM, es fundador de la Casa de España, publica Amor y Mundo, Dimensión del Tiempo, Lo Fugaz y lo Eterno, En Torno a Spinoza, uno por año, obras sobre Juan Vives, Bergson. Es un volcán en plena erupción que de pronto se colapsa. Muere en el 46, año central para RX.

Tiene 22 años, a partir de entonces, como todos llevará otra rasgadura indeleble en el corazón. Pero el 46 también le trae cosas buenas. La UNAM le ha abierto sus puertas. Vocación, destino, pasión, acto reflejo, ese mismo doloroso año RX se gradúa en filosofía. Ese mismo trágico año RX da los primeros pasos en lo que será otra de sus grandes pasiones: la cátedra.

Durante casi tres décadas sembrará semillas en el Liceo Franco Mexicano. Para fortuna de muchos nunca ha podido dejarla. De allí surgirá una de sus obras centrales y más populares, La Introducción a la Historia de la Filosofía. Se trata de un mapa preciso y, horror de palabra, estructurado. Pero es mucho más, es un despliegue de sencillez y donosura. En la mejor tradición de Ortega y Gasset, RX logra hacer de lo complejo un territorio para todos. Ni regodeos inútiles ni falsos escudos de protección: el verdadero maestro se entrega hasta su destrucción.

Comenzarán los reconocimientos: becario Rockefeller, Guggenheim, cátedras en Oxford, Columbia, Barcelona, doctorados Honoris Causa y ríos de publicaciones. Poesía, ensayo, crítica. Simplemente enumerarlos nos llevaría el día. Selecciono con la arbitrariedad inevitable de la ignorancia y la debilidad: Cuatro Filósofos y lo Sagrado, El Péndulo y la Espiral, Lugares en el Tiempo, El Desarrollo y las Crisis de la Filosofía Occidental, Naturalezas Vivas y muchas más con frecuencia agotadas, todas llenas de perlas. Entre la Poesía y el Conocimiento se titula una espléndida recopilación del FCE hecha por Adolfo Castañón y Josué Ramírez, el título explica el caso excepcional: una poesía que quiere conocer, una filosofía que quiere decir. Por si fuera poco RX se da tiempo y crea un hogar para la reflexión filosófica, la crítica y por supuesto la literatura. Pionera y todavía no superada, Diálogos se erige en una piedra de toque de la pluralidad. Durante más de veinte años RX rema contra corriente. En un país con escasa reflexión filosófica y débil o casi inexistente crítica se puede tener una publicación especializada de gran altura.

Pero nada más lejano a mi intención que arrojar incienso. RX es un hombre-institución. No lo necesita. Además erigir tótems o rendirles tributo a los existentes a la larga lo único que provoca es asilarlos. Se trata entonces, cuando más, de recordar a las nuevas generaciones algunos de los rumbos del vasto y riquísimo pensamiento de RX. Algunos apuntes como invitación. RX ha hecho de uno de sus grandes dilemas interiores una travesía pública. Cómo conciliar la convicción cristiana con la racionalidad filosófica. Cómo explicar y explicarse los grandes misterios de la existencia y seguir en un dogma de fe, todo en pleno siglo XXI. Pero su fe es única e intransferible. No hay así asomo de doctrina oficial, si una declaración unilateral. Curiosamente quizá ha sido esa actitud hacia la vida la que le dio a su pensamiento una gran terrenalidad. Dos ejes más. El estar y la presencia son nociones que aparecen, brotan, incontenibles en la obra de RX. Con Husserl su raciocinio se lanza a la caza de ese apasionante enigma del estar allí, Dasein en alemán, de la conciencia del estar allí sin la cual no se existe.

Pero ya basta, dejemos atrás la biografía oficial. Al final de cuentas describir al maestro, al poeta y al filósofo nos dice poco. La mejor parte está en el ser humano. Dejemos entonces a RX y hablemos de Ramón Xirau, de Ramón. Lo primero es la notable vitalidad, vitalidad de la cual Ana María Icaza es sin duda también responsable. Medio siglo de unión desnuda un acuerdo en lo esencial: la vida como consigna. Los anteojos en la cabeza, un whiskey en la mano, envuelto algún saco informal y una corbata juvenil, mal sentado en su sillón, despegado del instante y con la dosis necesaria de distracción, el personaje es una mina inagotable de comentarios sobre el periódico del día o algún libro remoto. Entregado en todo la charla no es la excepción. La generosidad no tiene límites. Algo, mucho, de vitalismo los abraza, por eso a Ramón se le escapan incontrolables esas sonrisas pícaras y esas ironías en voz baja. Nada ha podido lacerar su mirada alegre que va más allá de los ojos. Conciliador pero siempre crítico a Ramón le preocupa la derecha donde ésta pueda aparecer y también que se mezcle religión y política. Pero Ramón tiene los pies en la tierra, por eso la vida cotidiana le es esencial, disciplina y el gozo a la vez. Por eso el excelso pescado Ana María siempre pudo estar mejor. Por eso siempre hay tiempo para abordar la retacería de la vida. Por eso siempre hay disposición para una nuevo plan: comida dominguera, danza o concierto, circo o escultura, cualquier pretexto es bueno para continuar la celebración por la vida. Entre tristezas inevitables Ana María y Ramón lo han logrado: vivir es su profesión.

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