Veracruz (México), (EFE).- Un sacerdote católico, armado con una cruz que parece darle una fuerza sobrenatural, saca irreverentes demonios a los fieles que cada semana se presentan en la iglesia del municipio de Puente Jula, en el estado de Veracruz.
Casto Simón, de 75 años, tiene que plantarse ante hombres y mujeres que atados de pies y manos se retuercen con una energía que no parece humana, mientras de sus bocas sale una letanía de maldiciones contra Dios.
El sacerdote de esta pequeña comunidad situada a unos 20 kilómetros de las costas del Golfo de México debe aguantar estoico las miradas de odio de los vecinos que lanzan frases en lenguas antiguas o desconocidas y arrojan maldiciones contra Jesús.
"Malditos", gritaba hace unos días Heidi, una joven de 20 años que se retorcía atada de pies y manos con unas vendas y que con una mirada amenazadora retaba a Dios.
"¡Noooo!", aullaba Diana, una adolescente que no podía ser controlada por tres hombres en otra esquina del templo.
Todos los viernes el sacerdote, que lleva 23 años sacando demonios de los cuerpos, organiza un exorcismo masivo.
Es entonces cuando acuden religiosamente cientos de personas de todos los estratos sociales y de cualquier parte del Golfo de México a "sanar espiritualmente" a sus enfermos y a orar para que Jesús les cure todas sus dolencias.
El sacerdote explica ante los presentes en qué consiste su tarea: "Vamos a tener unos exorcismos tanto mayores como menores (...) El exorcismo menor es cuando el diablo prácticamente los molesta por fuera y el exorcismo mayor es cuando ya la persona está realmente poseída".
Antes de sacar los demonios a Diana, Heidi y a otras personas, el padre Casto advirtió que "Satanás anda como león rugiendo", queriéndose comer a los asistentes.
El exorcismo practicado a estos poseídos es lo que pasa normalmente con otros que sufren el mismo problema: son recostados sobre endebles butacas y atados con vendas blancas desde los pies hasta el cuello.
A los lados, sus padres, cónyuges y otros familiares están arrodillados con rosarios en las manos mientras oran a Dios por sus seres queridos.
"Si Jesús expulsó a Satanás con el poder de Dios, significa que a ustedes les llegará ese poder", dice al final de la misa el cura, armado de una biblia y un crucifijo.
Los que están atados reaccionan ante dicha "amenaza" y sufren un ataque de convulsiones. La fuerza de varias personas es insuficiente para calmarlos.
"Nosotros los sacerdotes, con el poder de Cristo, arrojamos a los demonios, porque eso es lo que Cristo nos dijo: arrojen a los demonios y sanen a las personas", sostiene el padre Casto.
El sacerdote se congratula de que la Iglesia Católica haya rescatado estos ritos, cuando parecía que estaban dormidos en el siglo XXI.