Los quince días de Juegos Olímpicos en Atenas se fueron como el agua, quizá por el esplendor, la organización y el cálido ambiente que brindó Grecia al mundo entero.
Hace poco más de cien años se iniciaron las Olimpiadas en esa población legendaria y rica de tradiciones y ahora se repitieron en el ambiente mágico y majestuoso de las nuevas tecnologías.
Para países como Estados Unidos, China, Rusia, Australia, Alemania, Argentina y la misma Grecia, las competencias olímpicas resultaron un gran éxito por el notable número de medallas alcanzadas.
Pero para México el saldo fue negativo, a pesar de que a final de cuentas se lograron cuatro medallas, tres de plata y una de bronce.
Por alguna razón que todavía nadie conoce con certeza, se esperaban al menos seis medallas para México, como ocurrió en Sidney, aunque la única realmente asegurada era la medalla de Ana Gabriela Guevara.
La gacela sonorense cumplió su cometido, pero no así los andarines ni los clavadistas que ni por asomo estuvieron cerca de alguna presea.
Gracias a la ciclista Belem Guerrero y a los hermanos Iridia y Óscar Salazar de Tae Kwon Do, la delegación mexicana salvó el honor y sus directivos el pellejo porque de lo contrario habrían rodado muchas cabezas al momento de llegar al aeropuerto de la ciudad de México.
Es curioso observar que los cuatro medallistas mexicanos se han desarrollado prácticamente al margen de la burocracia deportiva.
Ana Gabriela entrena por su cuenta en Sonora desde hace varios años, los hermanos Salazar han avanzado gracias al entrenamiento de su padre y Belem Guerrero logró respaldos cruciales de empresas privadas para su despegue como ciclista.
Esto nos lleva a pensar que la idea de impulsar la descentralización y de alguna manera la privatización del deporte podría ser lo más aconsejable para México en estos momentos.
¿Qué significa lo anterior? Simplemente que la costumbre de que cada deportista destacado sea concentrado en la ciudad de México para vivir, estudiar y realizar sus entrenamientos a la sombra del Comité Olímpico y la Confederación Nacional del Deporte tendrá que pasar a la historia.
Los apoyos económicos y técnicos deberían ir directamente al deportista, que junto a su entrenador, se encuentren en Culiacán, Mérida, Torreón o Tijuana.
¿Por qué un nadador o un pesista competitivo tiene que abandonar su universidad y su familia para trasladarse a un centro olímpico que le es ajeno en todos los sentidos desde el clima, alimentación y hasta el medio ambiente?
No hablamos de que empresas y particulares se apoderen de los atletas como lamentablemente ocurre en muchos casos a nivel mundial, sino de quitarle a nuestros atletas mexicanos ese sello oficialista y burocrático que cargan hasta para ir al baño.
Los deportistas, al igual que los artistas y profesionistas que acuden a una competencia internacional, van en nombre de México y de la sociedad mexicana, no del Gobierno ni del partido en el poder.
Ni en Estados Unidos ni en Francia como tampoco en Australia se escuchan reclamos porque el Gobierno derrochó dinero en las Olimpiadas o porque no apoyó a tal o cual competidor.
En dichos países cada atleta se prepara desde su universidad o centro deportivo y sólo los equipos de conjunto reciben el apoyo, aunque indirecto, por parte de los Gobiernos.
Pocos países como México centran su honor y gloria en las medallas olímpicas. La televisión privada ha dado tanta importancia a los atletas mexicanos al grado de crear estrellas artificiales como fue el caso del equipo de futbol.
Si en las próximas olimpiadas se deja a los deportistas por su cuenta y se evita que la televisión haga tanto alarde técnico y comercial, lograríamos una cosecha de medallas sin precedente tal como ocurre en los juegos de parapléjicos en donde México es sin duda una potencia internacional.
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