EFE
MOSCÚ, RUSIA.- Tras un enorme cartel que invita a visitar “el paraíso tropical”, el caos de camiones de bomberos, autobuses, ambulancias y grúas rodea lo que era el Akuapark Transvaal de Moscú oculto bajo una nube plateada de polvo y vapor. Al menos 16 personas murieron y otras 106 resultaron heridas bajo los escombros de la enorme cúpula de hormigón que se desplomó sobre las piscinas y locales del parque acuático de 20 mil metros cuadrados. Uno de los lugares predilectos de los moscovitas, especialmente en los crudos meses de invierno, ayer ofrecía además una discoteca dedicada a San Valentín, cuyas luces siguen coloreando con su destello la nube que trata de cubrir la tragedia.
Cada cierto tiempo en las puertas aparecen los socorristas con camillas para llevar los cuerpos hacia las ambulancias. En los peores casos, el cuerpo en la camilla va completamente cubierto. Aún así, hay quien consigue reconocer a los suyos, como ocurrió con el padre que identificó a su hijo adolescente por el reloj de plástico que la mañana pasada le había regalado en su cumpleaños.
La mano del cadáver se soltó bajo el plástico negro y pendía de la camilla. Con mayor frecuencia, cuando los rostros no están tapados, la multitud que aguarda en tenso silencio junto al cordón de policía se estremece en un intento de reconocer a los salvados.
Entre el rugir de las grúas y los motores, los golpes de los bloques de hormigón y el crujir del vidrio bajo los pies brotan el llanto, las preguntas por alguien y los relatos que a media voz hacen unos a otros sobre los seres queridos que aún confían ver con vida. La multitud también se anima cuando alguien de los salvadores sale por un breve descanso a fumar un cigarro o tomar una taza de té caliente junto al autobús del Ministerio de Emergencia. Pero se ve obligado a contar a la gente que “se está haciendo todo lo posible para salvar a los que sigan vivos”. Se han conectado potentes termo-ventiladores especiales para calentar la zona del derrumbe y proporcionar calor a los sobrevivientes.
Hace poco se hizo un minuto de silencio para escuchar las posibles señales y se volvieron a escuchar voces y golpes bajo los escombros. Queda mucho por hacer, pero “salvaremos a los que aún están vivos”, aseguran. Los socorristas se han repartido cada metro de superficie y van retirando bloque tras bloque, hasta llegar al fondo mismo de la piscina y cerciorarse de que no quedan muertos ni vivos sin sacar. Las principales fuerzas se concentran donde se escucharon señales de vida o donde los perros adiestrados indican la presencia humana. También hay varios buzos, para los caso en que las cavernas bajo los escombros están llenas de agua.
Entre la gente que aguarda con tensión tras los cordones policiales hay decenas de personas que en el momento de la tragedia estaban en el parque acuático y que lograron salir ilesos pero dejaron atrás familiares o amigos. Relatan las escenas que jamás podrán olvidar. “Yo acababa de deslizarme por una de las pistas cuando se escuchó un estallido y poco después los empleados empezaron a gritar que el techo se va a derrumbar”, cuenta Ana, de 15 años. Tamara Serguéyevna, de 52, se encontraba en una de las saunas y dice haber oído que el estallido se produjo en una de las saunas vecinas y ya luego, unos cinco minutos después, se escucharon los gritos de que “el techo se va a caer. Fue un horror”.
Comenzó el pánico, nadie supo decirnos hacia dónde había que salir y todos corrían entre los árboles derribados, pisando descalzos los vidrios y la sangre. Había mucha sangre”, recuerda. Luego, ya en la calle, la mayoría en bañadores y totalmente desnudos aquellos que estaban en las saunas, esperaban sobre la nieve, a 17 grados bajo cero, la llegada de la ayuda. “Recuerdo a una niña de unos tres años, que alguien sentó sobre el capó de un automóvil”, relata.
“Estaba totalmente desnuda y, entre llantos, no dejaba de llamar a su mamá”.
