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Sean Penn muestra su lado

SEAN PENN

MADRID, ESPAÑA.- No es tan fiero como lo pintan. Así, a primera vista, puede parecer distante y poco accesible pero para nada un tipo duro ni en su físico ni en sus modos. Al natural es un señor normalito, ni alto ni bajo, más bien delgado –aunque de brazos musculosos, que se notan cuando saluda– y de aspecto aún bastante juvenil. Viste informal, con chaqueta de ante y pantalones tipo cargo (camuflaje). Un bigotillo algo ridículo endurece las facciones de su rostro, en el que destacan dos ojos pequeños, vivarachos e irónicos de un intenso azul con los que taladra cuando mira de frente, que es casi siempre. Mechones de pelo rebelde se le vienen sobre la frente continuamente mientras acciona las manos al hablar y fuma un cigarrillo tras otro. Peina ya las primeras canas, que denotan una madurez más que comprobable desde su primera palabra.

Olvidas pronto, charlando con Penn, su leyenda de maleducado, borracho, agresivo y pendenciero que siempre le ha acompañado, y te reconoces mejor en esa otra faceta de inconformista, transgresor y genial actor, inclasificable, que comparan con Brando. Penn (Santa Mónica, California, 17 de agosto de 1960), que casi nunca sonríe, ha madurado muy bien mutando esa rebeldía juvenil en una rebeldía con causa… Es ahora un hombre serio en todos los sentidos. No juega a divismos frívolos de estrella (se paseó por San Sebastián con Julian Schnabel, sin escoltas ni séquito, probando los mejores asadores y acabó con el whisky en una divertida noche de copas con Diego Luna) y no tira balones fuera cuando se le plantean temas comprometidos, sobre los que le gusta ir al fondo, sin trabas. Una rareza, vamos.

Pregunta. ¿Había visto Amores Perros antes de aceptar la propuesta de González Iñárritu?

Respuesta. Sí. Fui a una fiesta con Javier Bardem y Julian Schnabel; estábamos tomando unas cervezas y allí me presentaron a Alejandro. Estuvimos hablando bastante. Me preguntó si había visto la película Amores Perros; le dije que no. Al día siguiente la fui a ver y me fascinó; me enganchó por completo; me pareció que estaba llena de elementos visuales que hacen más imponentes las historias que cuenta y de una forma tan comprometida y valiente. Su película me pareció una auténtica aportación. Le llamé en seguida y me ofrecí para su próxima película. Me dijo que estaría encantado y que me enviaba un guión (el de 21 Gramos). Es el primer caso en que acepté hacer la película antes de leer nada. Simplemente sentí una conexión muy fuerte con Alejandro y quería verme con él en un proyecto. La experiencia ha sido fascinante.

P. ¿Ha sido difícil trabajar con un director tan joven, que sólo había rodado una película?

R. ¿Sabes?, creo que sólo hace falta una película para saber que a pesar de ser un director joven Alejandro es alguien verdaderamente comprometido y al mando de lo que hace, en cuanto a sus intenciones emocionales así como su manera de filmar, así que por mi parte no supuso ningún problema esa falta de experiencia. Siempre me ha gustado tomar riesgos cuando descubro a gente con talento.

P. ¿Cómo afrontó el papel de Paul, un hombre duro, que espera la muerte en dos ocasiones…? ¿Le ha servido la experiencia de su propia vida, algunas veces bastante al límite?

R. Bueno, había muchas cosas que tomar en consideración, las cuales yo ya he tenido que considerar en mi propia vida privada. [Él mismo ha declarado muchas veces lo que le costó controlar su carácter –en 1987 pasó 32 días en la cárcel por golpear a un extra en un periodo de libertad condicional por dar un puñetazo a un admirador que trató de besar a su entonces esposa, Madonna– sus niveles de alcohol y no “meterse en líos”]. Me gusta mirar dentro de mí mismo, buscar las raíces del dolor, y ese ejercicio, que lo hice de forma automática, me sirvió mucho para trabajar e interiorizar el personaje de Paul. Mi personaje es el más duro, emocionalmente hablando. Yo siempre trato de prepararme a través de un entendimiento práctico de lo que me corresponde representar en la película; luego te dejas llevar y descubres dónde vas a estar, dónde van a desarrollarse esas escenas… de manera inconsciente, y en este caso fue como las imaginé.

P. Con un guión tan complicado en el que las historias, contadas en diferentes épocas, se van componiendo a retazos como en un puzzle, ¿no resultó también un rodaje complicado?

R. Cuando leí el guión, con esa estructura tan complicada, me resultó auténticamente provocativa. Me pareció increíble cómo Alejandro y su guionista, Guillermo Arriaga, lograban contar en dos horas tanta vida, tantos sentimientos, sueños, que se producen en las vidas de los protagonistas de forma fragmentada, tal y como pasa en la vida real, donde las historias nunca las reconstruimos de forma lineal, ordenada y cronológica. Pero [sonríe por primera vez] hicimos alguna trampa porque los actores teníamos un guión de rodaje ordenado de manera cronológica.

P. ¿Qué clase de ingredientes debe tener un personaje para que usted acepte interpretarlo?

R. Creo que el ingrediente principal del personaje –y de la historia, en general- es la capacidad de reconocer las cuestiones que enriquecen y desafían nuestras vidas cada día. Y no sólo reconocer el sentimiento que nos da esa experiencia sino también celebrarlo de algún modo. Quedarse con lo positivo y lo demás ya cambiará. Yo no tengo una guía concreta para aceptar o rechazar un papel pero sí me paro a mirar las cosas de la vida que me han interesado, y si la historia sigue más o menos esa línea, si me creo la historia, pues entonces la tomo en consideración.

P. Y, generalmente, ¿tiene algún tipo de límite a la hora de aceptar un trabajo?, me refiero al sexo, la violencia, el racismo…

R. No tengo, en general, límites, siempre que se reconozcan las cosas buenas y se desacrediten las cosas malas… ¡Se paga un precio muy alto por la violencia, tanto física como emocional! No pretendo ser dramático, pero reflejar ese tipo de cosas sin tener en cuenta el precio que se paga… No me interesa la violencia por la violencia.

P. Usted ha afirmado en varias ocasiones que quería dejar su trabajo de actor porque le resultaba muy duro y agotador y, sin embargo, desde la butaca, parece que lo hace usted con enorme facilidad… supongo que hay mucho trabajo detrás de esa aparente facilidad, ¿no?

R. A mí me resultan tan agotadoras las comedias como los dramas. Los ensayos de interpretación eran necesarios y trabajé muy duro en todos esos aspectos que aprendí en la Escuela de Interpretación durante años. Me devanaba los sesos buscando los matices de una interpretación, la profundidad de los sentimientos… Pero a lo largo de los años ese trabajo ha pasado a un segundo nivel, así que ahora soy capaz de acceder a ese tipo de sentimientos, emociones, con más facilidad. Pero al mismo tiempo están los aspectos prácticos, que son más difíciles; las circunstancias de los rodajes son cambiantes, los procesos de cada director son diferentes… y ese tipo de cosas importan casi más ahora. La inversión de la película, la gente con la que vas a conectar emocionalmente, el hecho de que dependas tanto de la gente con la que estás trabajando y el modo en que ellos se comprometen es casi vital, porque si tú sientes que tu rendimiento se ve recompensado y valorado y se hace un uso productivo del mismo, entonces sientes que lo que das por un lado lo recibes por otro.

P. ¿Puede ponerme algún ejemplo concreto?

R. Pues, además del caso de Alejandro, que acabo de comentar, por ejemplo mi trabajo con Tim Robbins en Pena de Muerte. Ésa fue una de las experiencias que más me han enseñado a trabajar duro. O el caso del rodaje de Mistic River, con Clint Eastwood, que fue una experiencia increíble. Los actores de la película llevábamos un montón de años trabajando juntos, experimentando juntos, incluso éramos amigos. Preparamos la película con alguien que no había crecido con nosotros, que era de otra generación, una especie de icono del cine americano, pero que nos respetaba y conocía nuestro trabajo y, claro, la cosa fue muy bien.

P. Usted, que ha dirigido ya cuatro películas, ¿tiene ahora más respeto por los realizadores?, quiero decir, ¿entiende mejor su trabajo?

R. No, no mucho [sonríe por segunda vez]. Quiero decir… probablemente ahora entiendo mucho mejor algunas de sus preocupaciones y creo que puedo ser más útil o ayudar más, al menos más de lo que solía. La verdad es que he trabajado con grandes directores y he tenido muy buenas experiencias que ahora soy capaz de valorar mejor. De todas formas, hay que intentar ser flexible. Hay veces en que el director no se compromete lo suficiente y el papel de actor gana en peso a la hora de rodar, pero ésa no es la situación ideal, porque acaba perdiendo la película.

P. ¿Es importante para usted que los directores escriban o, al menos, participen activamente en la escritura del guión?

R. Sí, creo que es muy importante para mí como director. Yo he hecho tres películas, tres y media… Dos las escribí en la Escuela de Interpretación, y en la otra pasé muchísimo tiempo para conseguir exactamente el sitio que quería. Como actor, he tenido muy buenas experiencias con los directores de una manera u otra… han aceptado cambios en los guiones, estaban pendientes de todos los detalles… y eso es porque habían participado en la escritura del guión desde el principio. Para mí ha sido muy valioso estar habituado con lo que es un guión. Por ejemplo, gocé mucho en ese trabajo con Woody Allen en Acordes y Desacuerdos. El guión era magnífico, pero él me dio, además, la oportunidad de sacarle aún más partido.

P. Usted es admirador reconocido de actores como Robert De Niro o Al Pacino, amigo de Nicholson (con quien suele irse de copas), pero confiese que lo que más le gusta es que le comparen con Marlon Brando…

R. ¡Ojalá tuviera su cara con mi edad! No creo que jamás haya habido una interpretación tan poética en pantalla como la de Brando. Y no creo vaya a haberla. Ya lo tenemos a él. ¿Sabes?, creo que la labor de un actor es estar verdaderamente al corriente de los tiempos en los que vivimos y expresarlos. No va a haber nunca una representación mejor ni tampoco va a haber mejor interpretación que la de Marlon Brando. Ahora, nuestro trabajo es estar donde estamos y prestar atención a los tiempos en los que vivimos.

P. Y usted parece estar muy atento y sensibilizado. Antes era usted el chico malo, el rebelde del cine americano y su reputación era muy mala, por lo menos para algunos sectores conservadores; y ahora se ha convertido en un hombre muy crítico con la situación en su país y en especial con la política exterior de su presidente, George Bush. Es otro tipo de rebeldía, ¿no?

R. Ahora mismo estoy mucho más preocupado por la reputación de Bush que por la mía, pero creo que para mí, mi compromiso está en la manera de expresarme a través de escenas o en el modo de filmar una película… Yo no me considero un rebelde… eso es cosa de mentes estrechas; creo que soy simplemente una persona cada vez más realista que desea dar sentido a su vida y a la vida del mundo y que aprovecha su condición de artista para levantar la voz y hacerse oír.

P. “Compromiso…”, bonita palabra, pero no muy habitual en boca de actores norteamericanos, como no sean Jessica Lange, Tim Robbins o Susan Sarandon. Ustedes, junto con gentes como Martin Sheen, Martin Scorsese, Anjélica Huston, Oliver Stone, Meryl Streep o Dustin Hoffman estaban en la campaña que en los días anteriores a la invasión de Irak se organizó en Hollywood con el nombre “Artistas para ganar sin guerra”. ¿Es consciente de los riesgos de ese compromiso suyo?

R. Sí, y los asumo. Creo que había una enorme guerra en ciernes, en la que siguen muriendo muchas gentes cada día, y creo que el mundo ha sido coartado por algunos líderes políticos y eso hay que decirlo, porque antes que actores somos –o debemos ser– seres humanos con criterio y con más voz que otros. A veces se nos pide nuestra opinión como famosos que somos y hay que darla, por mucho que resulte crítica. Humanamente, creo que se paga un precio si no se hace.

P. Pues me parece que con esa actitud se le va a poner difícil ganar un Oscar, pese a haber estado nominado ya tres veces y está una vez más con Mistic River…

R. Creo que los Oscar no sólo reconocen el buen cine; lo que premia la Academia es la forma en la que empaquetas una historia para ofrecérselo a la cultura americana en un momento determinado, para saciar un apetito determinado… y dentro de eso hay grandes cosas, grandes contradicciones… pero yo veo eso como algo que no tiene nada que ver conmigo. Incluso cuando de niño veía la televisión, recuerdo que me sentía avergonzado. Los Oscar son un show para televisión difícil de digerir e imposible de aguantar a gusto. Ahora me siento en casa y veo la ceremonia como cualquier otro ciudadano, y a veces estoy de acuerdo y a veces no, así de simple.

P. Pero déjeme que insista, usted nunca ha ganado un Globo de Oro, nunca ha ganado un Oscar y sin embargo en Europa se lo ha llevado todo: ha ganado los premios de interpretación en los festivales de Cannes (Atrapada Entre dos Hombres), Berlín (Pena de Muerte), Venecia (21 Gramos) y en San Sebastián le dan un premio a toda su carrera… ¿Quiere decir eso que los europeos entienden mejor su trabajo que en Estados Unidos?

R. Bueno, creo que es otro tipo de reconocimiento. Un festival de cine es una manera de celebrar que se hacen películas, para los que nos interesan las películas, para los que nos gusta el cine; es un lugar para ver películas, para comentarlas, y yo aquí [San Sebastián] me siento inmensamente más feliz, contento y cómodo que en una ceremonia en la que antes de entrar te bombardean con flashes, con sonrisas forzadas y donde te aplauden por algo que has hecho y de lo que no te acuerdas. Definitivamente, prefiero los festivales y sus premios que los Oscar.

P. Hay algo que no entiendo, y es que usted no haga más teatro, siempre he creído que el teatro es una especie de “droga dura” para actores de carácter como usted.

R. [Tercera y última sonrisa]. A mí me gusta el teatro. Mi primera experiencia actuando en teatro me encantó… pero poco a poco llegué a un punto donde me sentía menos conectado… a mí siempre me ha interesado; bueno, la verdad es que nunca he sido un buen espectador en el teatro. Sí creo en la conexión tan particular que se crea entre un actor sobre el escenario y su público, pero los espectadores de hoy en día están mucho más interesados en la celebridad del actor que está sobre “las tablas” que en la obra. Yo lo veo así porque la última vez que estuve en el teatro tuve que luchar contra el sentimiento de que los espectadores eran las clásicas personas que leen la revista People, no gente que se comprometa ni con el teatro ni con el actor.

Un rebelde y buen actor

De su primera aparición ante una cámara, en el programa Barnaby Jones, a la fecha han pasado muchos años y grandes acontecimientos en su vida personal y artística. Hoy, Sean Penn está postulado al Oscar como mejor actor por su actuación en la película Río Místico. De acuerdo con una encuesta realizada entre los lectores de la edición electrónica del Diario, es el actor favorito para ganar la estatuilla como mejor actor.

-Sean Penn es hijo de la actriz Eileen Ryan y del director Leo Penn. A los 19 años se colocó por primera vez ante las cámaras como actor invitado en la serie Barnaby Jones.

-Dos años después debutó en cine (Taps, 1981). Muy pronto se hizo de una terrible fama en Hollywood, sobre todo a partir de su sonado matrimonio con Madonna. Su carácter inestable y el natural acoso de la prensa siempre han producido fatales encuentros. En 1987 pasó un mes tras las rejas y fue condenado a seis meses de servicios comunitarios por agredir a un grupo de periodistas.

-En 1991 anunció su retiro como actor, para dedicarse a labores de productor y director. El resultado fue The Indian Runner, cinta que produjo, escribió y dirigió él mismo. Sin embargo, y para fortuna del público, Sean siguió actuando y ha intervenido en películas de excelente factura, como Atrapado por su Pasado, Pena de Muerte y El Gran Amante.

A pesar de ser un actor rebelde y de negarse siempre a asistir a una entrega de los Oscar ha sido postulado tres veces por sus excelentes interpretaciones en Yo Soy Sam (2001), El Gran Amante (1999) y Pena de Muerte (1995).

Sean es el segundo de los tres hijos del matrimonio Penn Ryan. Su hermano Chris es actor y Michael es músico. Hasta que centró su atención en la interpretación, sus pasiones principales fueron la música y el surfing.

En 1986 trabajó junto a Madonna, su pareja entonces, en Shanghai Surprise, producida por la compañía del ex beatle George Harrison. Tuvo muy poco éxito y fue un fracaso comercial. Su segundo trabajo como director fue Crossing Guard (El Guardián de Crucero), protagonizado por Jack Nicholson y Anjélica Huston. No tuvo buenas críticas e incluso fue abucheado en el Festival de Venecia en 1995.

Estuvo casado desde el 16 agosto de 1985 con la cantante Madonna, de quien se divorció en 1989, año en el que se unió sentimentalmente a Robin Wright, con quien contrajo matrimonio en abril de 1996. La pareja tiene dos hijos, Dylan y Cooper.

FUENTE: Agencias

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