La evidencia publicada en casi todos los diarios nacionales y de los noticieros de radio y televisión, basada en cifras concretas y no en declaraciones especulativas, del incremento de la cifra de secuestros perpetrados en distintas entidades de la República gobernadas por partidos de distintos colores, desmiente las declaraciones demagógicas vertidas por el secretario de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, agregando este tema a la larga lista de los temas implícitos en el “complot” en contra de su sacrosanto “jefecito”.
Desgraciadamente en el D.F., Estado de México, Morelos (por citar sólo tres estados gobernados por partidos distintos), vuelve a hacerse presente con inusitada fuerza el delito del secuestro, convirtiendo a nuestro país en el segundo en todo el Continente Americano, en la comisión de este delito. Si en general todos los delitos demuestran la maldad de quien se atreve a llevarlos a cabo, en el caso del secuestro esa perversión se agrava exponencialmente.
Una de las agravantes de este delito respecto de otros, es la saña con la que actúan los secuestradores con la víctima privada de la libertad, generalmente mediante una acción agresiva y violenta que lo deje aturdido, sin posibilidades de reaccionar, para posteriormente someterlo a una incomunicación total, agravada por la crisis permanente a que lo someten física como psicológicamente de manera que no piense siquiera en la posibilidad de huir, al dejarlo en ese estado de amedrentamiento continuo, conseguido a base de tenerlo en condiciones físicas infrahumanas que destrocen su aptitud física y su voluntad, lesionándolo continuamente en su dignidad humana y sus capacidades intelectuales y volitivas.
Pero además esa labor de guerra psicológica continua la llevan a cabo los secuestradores también en contra de los familiares o amigos del secuestrado, para que de esa manera puedan conseguir sus aviesas intenciones más rápida y fácilmente.
Los secuestradores son muy hábiles en destrozar anímicamente a todos los afectados de este delito, de modo que son muchas las familias y amistades que se rompen definitivamente después de la liberación del secuestrado, aun cuando se hayan satisfecho todas las exigencias de los delincuentes. La perversión con la que actúan estos canallas crea sentimientos profundos y permanentes de desconfianza de resentimiento, de frustración, en contra de amigos y familiares del secuestrado, al haber sido envenenado éste por sus captores de un sentimiento, que fueron tan egoístas, que tardaron en responder a las exigencias.
Y ya no hablemos de las secuelas del delito al subsistir un miedo continuo a volver a ser víctimas de un asalto parecido, dado que al haberse cumplido las expectativas de los hampones, quién sabe si no en otro momento puedan cometer otro chantaje criminal igual.
Por ello es que hay que reforzar esa acción policíaca y también judicial en contra del secuestro y contra todos quienes intervienen en ese delito y dejarse de las pamplinas del complot.