Cada día, más de cuatro millones de personas van de un lado a otro de la ciudad de México a bordo de los convoyes del Sistema de Transporte Colectivo. Junto con la eficacia del servicio, impartirlo a una multitud de esas dimensiones reclama mecanismos y normas de seguridad que no admitan relajamiento alguno. Por eso es muy grave que la operación de una de las líneas del Metro haya sido interrumpida por unas horas, el miércoles, debido a un percance en el cableado eléctrico. Se trata de un falla por mal mantenimiento, acusó de inmediato la dirección sindical, que suele argumentar tal deficiencia; fue el resultado de un acto intencional, sabotaje o robo, denuncia la dirección del organismo público descentralizado.
Cualquiera de los dos extremos significaría una enorme irresponsabilidad. Si en efecto las autoridades son omisas en el cumplimiento de sus tareas, y por falta de recursos o incuria no atienden la conservación de las instalaciones y el equipo, y eso puede ser determinado mediante auditorías técnicas y administrativas, deberán no sólo ser sancionadas sino cesadas, porque abulias de ese alcance no pueden ser soslayadas ni admitidas. Si, por lo contrario, se han cometido delitos que sólo pueden ser perpetrados por quienes conozcan las formas de operación y la ubicación de los puntos neurálgicos del sistema, una investigación ministerial debe conducir al castigo de los culpables, que lo serán en mayor medida sin además de los ilìcitos en sí se proponen el logro de otros fines, sindicales o políticos.
Con base en indicadores de diferente naturaleza me inclino a pensar en la segunda posibilidad. Por lo menos, el incidente del martes —y otros que han conducido a la presentación de 33 denuncias ante el ministerio público capitalino— se inscribe en la tensa relación laboral que, de modo artificioso pero no carente de motivaciones identificables, perturba la normalidad en un servicio de tanta importancia como el transporte subterráneo en la ciudad de México.
El protagonista del conflicto, desde la parte sindical, es el diputado federal Fernando Espino Arévalo. Ha planteado un claro desafío al gobierno, en los años recientes, en defensa de los gajes que él mismo y su grupo han detentado al favorecer la contratación de ciertos proveedores. Cuando se resolvió que esa situación era insostenible, Espino Arévalo organizó resistencias y embates de carácter sindical y político. En esos terrenos se ha fortalecido en los meses recientes, lo que aumenta el riesgo de acciones ilegales en perjuicio de la seguridad de los usuarios del Metro.
Puesto en jaque después de la delictuosa suspensión de labores en dos líneas del Metro en agosto del 2002, parte del conflicto que ahora adquiere este peligroso perfil, el dirigente sindical adoptó varias providencias, que ha llevado exitosamente adelante. En febrero pasado maniobró una vez más para mantenerse al frente del sindicato, que nació en 1970 sin ninguna referencia a la extensión territorial de su tarea. La adquirió en 1999 cuando mudó su denominación para llamarse sindicato metropolitano. Y hace once meses se convirtió en sindicato nacional de industria. Ese maquillaje gremial tiene por objeto permitir la permanencia de Espino Arévalo en el mando, pues aparece cada vez como líder de un sindicato diferente.
Poco después, además de simular que cambiaba de sindicato, simuló también cambiar de partido. Priísta desde siempre, apareció en la lista de candidatos a diputaciones plurinominales del Partido Verde, a cuya bancada pertenece ahora en San Lázaro. Además de mantener el fuero que tenía como diputado local a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, pertenecer ahora a la LIX legislatura le ha permitido pugnar contra el gobierno de la ciudad de México. No lo consiguió, pero a la hora de discutirse los presupuestos, pretendió que fueran disminuídos los recursos federales al gobierno capitalino aprovechando su insuficiente figura jurídica, que le ha impedido hacerse directamente cargo de los servicios educativos.
Dotado de la doble personalidad que le permite ser Verde en la forma y priísta de corazón, Espino Arévalo juega con dos cachuchas. En tanto que diputado pevemista consigue que la representación de ese partido en la Asamblea Legislativa se interese en los problemas de su sindicato con el gobierno de la ciudad de México. El diputado local Arturo Escobar propuso el 19 de noviembre pasado la integración de una comisión pluripartidista que investigue las condiciones de operación del Metro, con base en los informes sesgados ofrecidos por la dirección sindical encabezada por su presunto correligionario Espino Arévalo.
Casi simultáneamente, sin embargo, el corazón priísta del líder del Metro lo condujo a acompañar a Elba Ester Gordillo en el desfondamiento de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, de la que se apartaron entre otros los sindicatos que cada uno encabeza. Desde meses atrás se había evidenciado la liga entre el SNTE y el sindicato del Metro, cuyo activismo se dirige no a proteger los intereses laborales de sus trabajadores, o los del público necesitado de que se le garantice la seguridad en la operación del STC. Los móviles verdaderos de ese activismo consisten, por una parte, en amagar a la autoridad para que les restituya privilegios, y en minar la posición política del jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador. No es lícito hacerlo generando riesgos a los usuarios de este servicio.