“No hay peor mentira que la que nos decimos a
nosotros mismos”.
Luciano Talbek
¿Qué falló? Es claro que la gestión de Vicente Fox tendrá logros. La Ley de acceso a la información pública y la creación del IFAI; el haber evitado actos de represión -hasta donde vamos- y sostener la disciplina fiscal serán algunos de ellos. Del lado de las carencias estará un brutal deterioro de la autoridad y la incapacidad para generar consensos y provocar cambios. Lograr que las cosas ocurran es la gran diferencia entre gobernar y flotar. Su estrategia política, si es que algo así existió, fue un fracaso.
Habrá quién se cubra diciendo que el “diseño institucional” no le permitió a Fox avanzar más, que es imposible llegar a acuerdos con una oposición fragmentada y terca. Pero algo no cuadra. Vale la hipótesis de que incluso con un PRI y un PRD unidos, hubiera sido imposible avanzar. El gran obstáculo ha sido la burda lectura que de México hizo el régimen. Con ánimo de aprendizaje es tiempo de recapitular los yerros centrales.
1. Desprecio por el pasado.- La promoción sistemática de la idea de la larga noche priísta, donde todo era corrupción, mal Gobierno y represión, funcionó espléndidamente durante la campaña. Polarizó al país en contra del PRI y convirtió a la elección en un plebiscito: ¿más de lo mismo o el cambio? Así ganaron que no es poco mérito. Pero ese mismo discurso instalado en la Presidencia es (fue) irresponsable cuando no esquizofrénico. El gran acierto de campaña ha sido el gran error de Gobierno, una gran trampa. Basta escuchar los actuales spots publicitarios donde se ratifica la tesis: “en cuatro años no ha pasado nada”, dicen, ninguno de los horrores del pasado priista se ha repetido. Pero resulta que en el quinto año de ese bombardeo alrededor de cuatro de cada diez mexicanos le siguen dando su voto al partido responsable de la oscuridad y el horror. ¿Son acaso idiotas como lo dije durante la campaña? Pero los foxistas si se creyeron su insostenible caricatura. Así gobiernan. Se mintieron a sí mismos. Viven envenenados con su propio elixir.
2. México sin priistas.- Al no reconocer los aciertos que hubo en el pasado partieron de una tesis falsa: el PRI se desmoronaría. Despreciaron al interlocutor, que pasaba por una merecida crisis, y no leyeron la realidad. Apostaron a un vuelco panista que traería una cómoda mayoría en el Legislativo en el 2003. La teoría del vuelco es tan popular como frágil. El PRD cayó en ese engaño después del 88. Increíble: los foxistas negaron los resultados de las elecciones locales que durante tres años mostraban a un PRI, herido si se quiere, pero que seguía siendo la primera fuerza.
Esa posibilidad simplemente no entraba en su lectura. Por eso continuaron con el inútil golpeteo en bloque. Por ese camino cancelaron la única alianza que les hubiera permitido lograr reformas. Perdieron a un segmento del PRI que estaba y en parte está a favor de los necesarios e impopulares cambios. Oficialmente todo en el PRI es lodo. Se derrumbaron los puentes. Muchos priistas ofendidos se polarizaron. El costo que México ha de pagar por esas inútiles ofensas es inconmensurable.
3. La vanidosa popularidad.- La popularidad de Vicente Fox sigue siendo alta. Pero, ¿para qué ha servido? La búsqueda y conservación de esa popularidad le ha costado muy caro al país. Confiados en esa popularidad Fox y su equipo cercano cometieron otro error craso: distanciarse de su propio partido. Echarle hoy la culpa a la oposición fragmentada sin mencionar la tensión entre la Presidencia y el PAN es contar sólo la mitad de la historia. Recordemos cuando el panismo dejó solo a su secretario de Hacienda en la Cámara de Diputados. Locura pura.
La tensión interna en el PAN por el protagonismo de la señora Sahagún agravó las cosas. ¿Qué presidente puede lograr acuerdos cuando no sólo se pelea e insulta a sus opositores sino además se distancia de su propio partido? Un ejemplo: escalar el enfrentamiento con el Legislativo con motivo del presupuesto vuelve a situar a los opositores como el demonio mismo y a Fox como víctima. Seguramente le dará popularidad, pero no ayuda en nada a gobernar. Un presidente menos popular pero más efectivo hubiera sido un mejor arreglo.
4.- Prepotencia. Era natural que el régimen foxista no tuviese todos los cuadros para administrar el aparato federal. Por ello era claro que tendría que recurrir a personajes con experiencia, como el caso de Gil Díaz. Pero salvo esa excepción nadie que hubiese tenido algo que ver con el partido de la oscuridad debía entrar. Ese error empobreció al foxismo gravemente. Por ejemplo, se ha designado a tres secretarios de Energía, todos ellos capaces sin duda, pero sin experiencia en el tema. En PEMEX, en CFE hay espléndidos técnicos que a México le ha costado décadas formar y que sin duda hubiesen tenido un buen desarrollo.
Qué importa la filiación o simpatía, el país va primero. ¿Por qué multiplicar innecesariamente el costo de aprendizaje? Esa autolimitación de Fox se volvió patética cuando también les pusieron cruz a muchos panistas. Se perdió el principio de realidad. Pensar que solos podían con todo es prepotencia pura.
5. Distracción.- Ley de presupuesto, segunda vuelta en legisladores y Ejecutivo, reelección de diputados, ausencia absoluta del titular del Ejecutivo, reglamentación del veto, fortalecimiento de alianzas y coaliciones, regulación de las precampañas, la agenda política para lidiar con la creciente y deseable pluralidad, estaba y está bastante clara.
Muñoz Ledo se las trabajó hace cuatro años. De las garantías políticas dependían los riesgos que las fuerzas políticas tomaran en los temas impopulares.
Pero la gestión se distrajo. En el camino aparecieron asuntos quizá atractivos pero sin viabilidad o simplemente no prioritarios, desde la idea de una nueva Constitución hasta el voto de los mexicanos en Estados Unidos o los casinos. A 18 meses de la elección presidencial no hay ninguna reforma que brinde garantías de estabilidad y capacidad de Gobierno a las futuras gestiones. Las consecuencias ya las estamos viviendo y podrían agravarse. La distracción canceló la previsión.
6. No querer a la Presidencia.- Vicente Fox y su equipo odiaban y odian al PRI. Están en su derecho. Pero las instituciones nos pertenecen a todos. La solemnidad nos agobiaba, es cierto, pero en el afán por aligerar al personaje que encarna la responsabilidad ha herido a la institución.
Permitir que los secretarios amenacen con sus renuncias, tolerar los pleitos y zancadillas entre ellos, no hacer las remociones inevitables o admitir el actual juego sucesorio en demérito de sus obligaciones, es algo que Vicente Fox no debió aceptar por respeto a la investidura. Querer la Presidencia en requisito para ser buen presidente.
Pero ya es demasiado tarde. Nunca dudaron de sí mismos. Este es el costo de la vanidad.