La decisión de deshacer la pareja constituye un momento crucial en la vida matrimonial y familiar. Cuando una convivencia termina ambos implicados tienen que replantearse un proyecto de vida compartido hasta esa fecha, cambiar los esquemas de ese proyecto y ese análisis puede tener efectos tanto negativos como positivos, tanto en ellos como en los más afectados, los hijos.
Cuando una pareja no funciona cualquiera de los dos miembros es capaz de darse cuenta aunque siempre suele ser uno de ellos el que toma la iniciativa del diálogo. Mediante este diálogo, el miembro de la pareja activo trata de comunicarse con el otro miembro para saber si está de acuerdo o difiere en algún punto sobre el mal momento que vive la relación.
Cuando hablamos de ruptura es porque la convivencia ya no es posible.
Si eres el miembro de la pareja que toma la iniciativa de la decisión tendrás que soportar sentimientos negativos de tu pareja hacia tu persona. Tanto puede odiarte como suplicarte. Ten clara tu postura antes de comunicársela. Habla con sinceridad y honestidad. Dirige el diálogo en la posibilidad de crecimiento personal que hasta ahora parece estancado.
Si eres el miembro de la pareja pasivo, es decir, que recibes la noticia trata primero de asimilar y luego exprésate. Es importante que dejes de lado falsos sentimientos de amor que en realidad son dependencia y status.
A menudo es difícil aceptar un divorcio porque nos negamos a cambiar nuestra organizada vida.
Para poder darnos cuenta de que estamos viviendo una crisis matrimonial o conyugal tenemos que ser capaces de desligarnos emocionalmente del vínculo de dependencia que nos une y mirar el problema desde fuera, objetivamente, como un espectador más. No hay que evaluar lo que perderemos si nos divorciamos sino simplemente analizar la situación actual de crisis que agrieta la convivencia, es decir, el día a día.
Una vez decidida la ruptura, evitaremos la crítica, el hablar mal de tu pareja a los demás, la subjetividad (en este caso hay que pensar como pareja no como individuo), el odio, el rencor, las decisiones en función de familias y amigos, es decir, del qué dirán, la culpabilidad propia por ser los tomadores de la decisión o la que tratamos de imponer como sentimiento a quien nos ha desunido de su vida si somos los miembros pasivos.
La convivencia de la pareja a lo largo del tiempo que ha permanecido unida genera una confianza mutua. Evita el engaño, las mentiras, las conductas ruines.
Asimismo si la pareja cuenta con hijos tendrá que hablar con ellos (preferentemente ambos a la vez), exponiéndoles la decisión tomada, desculpabilizándoles de cualquier sentimiento de implicación en la decisión. Hay que dejarles muy claro que a pesar de la ruptura ellos seguirán siendo sus hijos y, por lo tanto, el contacto continuará como hasta ahora con la única diferencia de que uno de los padres ya no vivirá en la casa.
Si los hijos son pequeños (menores de 12 años) se entiende que estarán mejor a cargo de la madre. Los adolescentes pueden decidir con quién quieren vivir. Lo habitual es que el que se quede con los niños siga viviendo en la vivienda familiar para generar los menos cambios posibles en la vida de los hijos.
Para un hijo es mucho mejor que sus padres estén separados si ello les aporta un bienestar personal. Ese bienestar tendrá un efecto positivo en su relación con los hijos, relación a menudo deteriorada por la emersión de los conflictos de pareja.
Si los padres no son felices, su insatisfacción se traduce en una pobre calidad educacional para con los hijos.
Recordemos que no son dos oponentes que rivalizan para obtener como premio el cariño de nuestro hijo sino que están en el mismo bando para educar y ayudar a crecer a sus hijos.
El Ser Humano es independiente y tiene poder de elección. Se equivoca, pero tiene derecho a enmendarlo. Del mismo modo que un día decidimos unirnos otro podemos muy bien decidir que ya no funciona.
La ruptura marca un paréntesis, un acabar algo para empezar un camino distinto; supone un cambio y como todo cambio es difícil de aceptar, pero peor es limitar toda una vida infeliz por temor a dar el paso.
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