Pocas personas disfrutaron de una infancia sin ansiedad, sin ser heridas alguna vez. Cada vez que éramos heridos o nos sentíamos desprotegidos, creábamos mecanismos de autodefensa que aún perviven en nosotros y que se reproducen en situaciones similares. La memoria emocional de nuestra infancia está almacenada en esas tensiones que tan bien conocemos y en esa coraza muscular que hemos ido creando para protegernos.
La intensa soledad que nos envuelve en ocasiones nos remite a las primeras experiencias de soledad y abandono de nuestra infancia; aquéllas que dejaron huellas indelebles en nuestra carne y en nuestros huesos. Lo que se ha llamado a veces regresión a la infancia no es sino un retorno al niño. Para romper la cadena de necesidades no satisfechas, de miedos y de abusos, es necesario construirse una verdadera identidad y llenar el agujero emocional creado en aquellos años de infancia.
Muchas personas adultas no reconocen haber tenido miedo en su niñez, haber sentido ira, haber necesitado tanto cariño y atención. Esconden su niñez como un período de humillación, de vergüenza, de rabia o miedo. Cuando aprendemos integrar la memoria sensible de ese niño niña desvalido que fuimos, el yo adulto deja de ser adversario del yo infantil. Si observamos cómo nos conducimos con los niños, propios o ajenos, lo que hacemos con y por ellos, tomaremos contacto con lo que fuimos y podremos transformarnos.
Como expresó con elegante sobriedad C.G. Jung, en el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua formación, nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parte de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y alcanzar la plenitud.
Todo lo expuesto hasta aquí pertenece a lo normal y corriente. Sin embargo, si observamos cómo va el mundo, cómo funcionan los lazos de solidaridad y cómo son tratados los niños globalmente, tenemos que reconocer que nuestra humanidad está un tanto enferma.
La criminalidad, el abuso sexual, el abandono, la crueldad o el masoquismo, parecen surgir directamente de la falta de amor y confianza recibidos. La indiferencia y la falta de caricias físicas y emocionales reduce el desarrollo de los dientes y produce anhedonia, la incapacidad de sentir ?y por consiguiente dar- placer. Esta casi anestesia corporal y emocional se expresará más tarde en una desesperada y violenta forma de buscar gratificación y despertar la atención. El sadismo y el masoquismo surgirían no sólo por una alteración psicológica y de conducta sino además por una inmadurez somática.
La expresión emocional y corporal del amor ha sido mutilada gravemente. Es tan doloroso y tan fuerte el efecto de la indiferencia que lo único a lo que el niño teme más que al dolor es a ser abandonado. Por tanto, cuando un bebé está ligado a unos padres crueles, llega a asociar esta única forma de amor condicional que obtiene con el dolor que recibe. El masoquista vuelve a la pena, al dolor, porque está ligado a la única seguridad que conoció de niño. Es mejor ser castigado que ser ignorado... Cuando más tarde, en la vida, las niñas maltratadas se convierten en esposas maltratadas, no es el dolor lo que desean sino la familia.
Es por lo anterior la importancia de brindarles a nuestros hijos todo nuestro afecto, nuestro cariño y, sobre todo, demostrárselo de forma directa, no con simbolismos como en el proveer u otorgarles dinero sin medida.
Nuestros hijos, son también un Ser Humano.
Mi correo electrónico: rmercado@avantel.net