En fechas pasadas se llevó a cabo en La Laguna el maratón que patrocina una marca regional y junto con mi familia fuimos a ver a los competidores. Escogimos el punto más cerca de nuestra casa por donde pasarían los corredores y parados junto al cordón de la banqueta nos pusimos a gritarles frases cortas de aliento para que continuaran su cometido.
Pasaron por frente a nosotros mucha gente, hombres en su mayoría, pero también mujeres, de todas edades, llamaba la atención los de edad adulta que soportaban en su cara lo cansado de los años pero con un ánimo muy juvenil. A mí me llamó la atención que empezaron y terminaron personas incluso con sobrepeso, raro para correr un maratón.
Pasaron por frente a nosotros de todo, hombres disfrazados de luchadores, otros todo de negro pintado un esqueleto, otro más, para mí aparento, haciendo una manda, pues cargó todo el trayecto una tina con flores tal como las venden en la calle.
Uno que llamó mucho la atención a mis hijos y más a mi hijo Ricardo que tanto le gustan los animales, con una correa a su cuello y su número de competidor, un perro de escasos 40 centímetros de alzada, llevó durante todo el recorrido a su amo y juntos completaron los más de 42 kilómetros. El perrito, se veía cansado, pero no tanto como su amo. En fin, lo que tienen que hacer las mascotas por sus dueños.
Parados en el filo de la banqueta vimos pasar un sinfín de corredores, una columna que no parecía tener fin. Uno tras otro, en grupos, con identificación de la ciudad de donde provenían.
Viendo yo lo largo de la fila de corredores mi hijo Sergio me habló, papá, papá, ¿ésos que van allí por qué van amarrados de la mano? Cuando voltee sólo alcance a verlos de espalda, uno de su muñeca izquierda y otro de la derecha corrían unidos por una pequeña correa de escasos diez centímetros. Su correr era a un buen paso, por lo que poco pude apreciarlos, definitivamente no eran punteros, su cansancio, aún a lo lejos y de espalda se alcanzaba a apreciar, pero su trote se apreciaba con ánimos. Al fin de cuentas siguieron su camino. Como buen padre le expliqué a mi hijo Sergio David que unos corredores por compañerismo realizan cosas como llevar todo el recorrido un mismo paso, que como muestra de coordinación y de animación (de dar ánimos) los llevarían el mismo paso y si uno quería parar el otro lo jalaba a continuar. Mi hijo se quedó contento con la explicación.
Les hice ver a mis hijos cómo era la cara de cansado de los corredores y que iríamos a un punto más cercano a la meta para apreciar como los mismos corredores presentaban los síntomas de cansancio extremo de correr una distancia de esa naturaleza, por lo que fuimos a un costado del bosque Venustiano Carranza.
Efectivamente nos tocó ver de nuevo a muchos de los corredores que vimos anteriormente. Al de la cubeta vendiendo flores, al vestido de huesos, aquél con máscara de luchador, alguno más que no vimos vestido de ?guerrero del Santos?, también vimos al perro con su número de corredor que llevaba a su amo jalándolo de la correa para que éste llegara junto con el perro (el perro se veía menos cansado).
Pasaron muchos, tal vez cientos de corredores. Y nuevamente me llamó mi hijo Sergio David, papá, papá, mira, allí vienen los que corren amarrados. Clavé mi mirada en el rostro de los dos, que con el mismo paso, con la misma brazada, sin disminuir la velocidad llevaban la cabeza en alto. Los ojos de uno de los dos dejaba ver claro que correr una distancia así es muy cansado.
Sorpresa fue grande, diría yo muy grande, cuando al ver el rostro del otro corredor sus ojos estaban en blanco. Sí, literalmente, en blanco. Se trataba de un invidente.
Digo, un invidente porque sus ojos no funcionaban. Pero no he dicho un discapacitado.
Me pregunté yo, cuántos, con todos sus miembros y sentidos, ante cualquier adversidad declinan de llegar a una meta.
Luchar por alcanzar las metas, las metas de cada uno, enfrentando directamente las adversidades, chicas o grandes es buscar Ser Humano.
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