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Slim y el populismo/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Aunque el Gobierno Federal rechaza, de palabra y de obra, las sensatas propuestas que para el manejo de la economía ha expuesto innumerables veces Carlos Slim, su aparente condena al populismo y su imaginario ataque a Andrés Manuel López Obrador fueron aprovechados por el mismísimo presidente Fox para uno de los varios embates con que se preparó al diálogo de ayer con el jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Aunque implícitamente el presidente del Grupo Carso se mostró distante del populismo, su propósito al aludir a ese fenómeno político era mostrarlo como una consecuencia indeseable del ineficaz modo de conducir la economía que priva, entre otros países, en el nuestro. Aunque habló en Barcelona, en la sesión final del Fórum Universal de las Culturas (cuya segunda edición ocurrirá en Monterrey) y lo hizo en términos generales, se refirió específicamente a México cuando previno: “Si no ajustamos el estancamiento de 20 años que tenemos, si no corregimos la concentración del ingreso que existe, se puede producir una fatiga social y una nostalgia por el populismo y podrían verse afectados todos los avances democráticos que se vieron a partir de los ochenta y en los noventa”.

En vez de poner el acento en la recomendación de Slim: eliminar la parálisis económica y aminorar la inequidad en la distribución del ingreso y evitando referirse al riesgo de la fatiga social, con su carga evocadora de inestabilidad y anomia, se ha preferido usar esas palabras como un argumento de autoridad contra el populismo.

El presidente Fox tradujo a la lucha política su lectura de lo dicho por Slim y propuso “demostrar la viabilidad de una economía de mercado socialmente responsable para cerrar las puertas a propuestas populistas y demagógicas que nos desvían de la verdadera ruta del desarrollo”.

Esas frases y la simplificación de las expresiones de Slim, así como las posiciones de otros empresarios, todo ha sido interpretado como una condena al populismo en general (el de Echeverría y de López Portillo, sobre todo) y al que se le imputa a López Obrador en particular.

Se ha ido más allá. Se supone que el antipopulismo del controlador de Telmex manifiesta una ruptura política con el jefe del Gobierno de la ciudad de México, distanciamiento que alboroza a quienes temen una coalición entre los intereses de Slim y los de López Obrador. Esa conclusión parte de varios falsos supuestos y es por lo tanto falsa también.

¿Fueron aliados y ya no lo son el propietario de Inbursa y el gobernante cuyo desafuero ha sido pedido por el Gobierno Federal? Como dicen los indecisos: sí y no. Actuaron conjuntamente en planes de desarrollo urbano concretos, como la rehabilitación del Centro Histórico, porque coincidieron sus propósitos.

No es verdad, por cierto, que ese proyecto se forjara a fin de revaluar la vasta propiedad inmueble de Slim en la zona. Fue al revés, el empresario adquirió, con posterioridad al lanzamiento del proyecto de remodelación, predios y edificios cuyo remozamiento estimuló otros planes de inversión, a los que es ajeno.

Porque es practicante de ella, Slim reconoce la austeridad de López Obrador, y su probidad. Pero como inteligente evaluador de riesgos (es una de las destrezas de un promotor como él) erraría si vinculara la suerte de sus negocios a un nexo único y excluyente con un protagonista de la escena política. Se sabe de cierto que hizo aportaciones a la campaña de Fox, porque así lo revelaron las indagaciones a ese respecto. Pero a nadie extrañaría saber que también las hiciera a otras fuerzas políticas.

López Obrador, por su parte, tiene un natural interés en desarrollar vínculos públicos con empresarios. Debe, por un lado, sacudirse el sambenito de que es adversario del sector privado, actitud irresponsable en un gobernante que debe procurar la creación de empleo.

Sostiene, con razón, que la causa última de la inseguridad que afecta a las personas y sus bienes radica en la recesión económica, por lo que su política explícita de fomento incluye el aliento a la inversión privada. Lo hizo explícito, en su discurso y en los hechos, el domingo pasado, al inaugurar la avenida de los Poetas (integrada por puentes con los nombres de Carlos Pellicer, Octavio Paz y Jaime Sabines), construida a partir de un mecanismo previsto en la Ley, en donde se conjuntan diversos intereses. En este caso, el Gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas suscribió y el de López Obrador puso en práctica, un convenio mediante el cual un grupo de inversionistas adquirió un vasto predio que la administración capitalina no podía aprovechar, a cambio de sufragar el costo de los puentes poéticos.

Se critica del populismo no su mecanismo de gastar sin ingresos que sustenten el gasto, sino el destino de los recursos aplicados de ese modo. Cuando se crearon los Proyectos de Inversión de Impacto Diferido al Gasto (Pidiregas), nadie osó llamar populista a ese proyecto, porque no se destina al pueblo en general, a sus sectores más necesitados, sino a una élite, aunque en el fondo también consista en gastar lo que no se tiene.

Populista y clientelista (que no son expresiones sinónimas y por lo tanto se refieren a fenómenos que pueden ocurrir simultáneamente), es el presidente Bush, que devuelve impuestos a la clase media, sin incrementar por otras vías los ingresos fiscales, con cargo a los contribuyentes del porvenir y lo hace en plena campaña electoral a fin de no depender sólo, para triunfar, del sospechoso voto de Florida.

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