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Sobre la pobreza/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Hay una gran pobreza en el país. No es de hoy, ni de ayer, ni siquiera del siglo pasado. Proviene del histórico subdesarrollo económico, social y cultural de nuestros pueblos, subraya la oprobiosa desigualdad en los estratos socioeconómicos y deviene causa potencial para la agitación política.

La semana pasada leímos una noticia en la primera página de La Jornada la precedía un “balazo” que llamaba la atención de los lectores ante una estadística de la Organización Internacional del Trabajo: “En México los trabajadores están pobremente pagados” Luego seguía la “cabeza”, espeluznante: “Mil 400 millones (se supone que en todo el mundo) no ganan ni dos dólares diarios”. Estos dólares resultan ser apenas 24 ó 25 pesos.

Sacudidos por tan cruda realidad consideremos el estado en que se encuentran trabajadores y empresarios mexicanos que arriesgan su fuerza laboral y sus capitales dentro de una economía inestable, sujeta a las aventuras y riesgos de la globalización comercial.

Pusimos el angustiante tema sobre una mesa en cuyo torno varias personas bebemos café cada dos o tres días y discutimos los temas de actualidad. Una de ellas preguntó qué demonios hacían contra esa flagrante injusticia las organizaciones sindicales, si es que aún había líderes de antiguo cuño que hubieran sobrevivido al desastre neoliberal.

Otra voz habló de la nueva realidad obrero patronal, acorde a las circunstancias mundiales y la competencia entre países por las fuentes de trabajo. Ciertamente ya no se da aquella lucha de clases entre los sindicatos y las empresas, patente en las firmas y revisiones contractuales.

Como consecuencia del neoliberalismo, los nuevos sindicatos han perdido pugnacidad y sus líderes se concretan a dirimir asuntos específicos y menores de la relación contractual, sin aproximarse a lo que era un aguerrido uso procesal dentro de los conflictos: la amenaza de los paros y la huelga.

No logramos recordar, en la mesa de referencia, cuándo tuvo lugar la última huelga importante en Coahuila. Más informado que nosotros, un compañero nos ilustró: “¡Ahora mismo, en Monclova, la empresa Torres Mexicanas afronta una huelga de más de 200 días por incumplimiento empresarial en el pago de prestaciones y es fecha que la Junta de Conciliación y Arbitraje no califica la legalidad del movimiento!”.

La lucha de clases se conserva, pues, por el impulso de algunas organizaciones de trabajadores. Después de todo el socialismo, el sindicalismo y las corrientes radicales de la Iglesia católica tienen emparentadas posiciones ideológicas de justicia social en defensa de los obreros, campesinos y en general de todos los sectores depauperados.

Alguien más centró una duda “Me inquieta conocer si todavía existen organizaciones políticas formales de comunistas o socialistas en nuestro planeta”, como aquella Tercera Internacional del primer tercio del siglo XX.

Las voces presentes se atropellaron para responder que en Europa central y en Europa Oriental funcionan muchos partidos de ideología socialista, unos más radicales que otros; pero el comunismo de Estado sólo subsiste en Cuba y en varios países asiáticos, aunque ya sin el peso específico que tuvieron durante la llamada guerra fría entre Oriente y Occidente.

¿Murió el socialismo? ¿Lo mató el capitalismo? Veámos: Según un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, en América Latina y el Caribe hay más de 53 millones de seres desnutridos. Si no surgieran estos fenómenos del hambre, del desempleo, de la necesidad, de la enfermedad, de la ignorancia, de la desigualdad económica y de las injusticias, podría desaparecer el socialismo. Pero ni modo: mientras persistan las injusticias surgirán medios para combatirla.

Las consecuencias del neoliberalismo prevalecen y aumentan la hambruna, el desempleo y las diferencias económicas y sociales. Un caldo social hierve a punto de estallido en la olla exprés del tercer mundo, ante lo cual deberían buscar soluciones los gobiernos del orbe para evitar que la olla explote y surja la respuesta histórica popular a la marginación económica: el aglutinamiento de campesinos, obreros y personas no asalariadas, en cuerpos colectivos radicales y extremistas que exijan con beligerancia una respuesta positiva a sus demandas.

“¡Ah caray! Eso es de preocuparse y de ocuparse” comentó uno de mis amigos.

“¿Nada que ver con los linchados e incinerados en San Juan Tlayopan, verdad?”

Mucho que ver, opinamos. El linchamiento de tres policías de la Federal Preventiva acaeció en un pueblo de pobres en los qué, además del hambre, hinca sus colmillos otra plaga social: el narcotráfico. Y por eso desembocó en el degradante amotinamiento y sus fatales resultados.

La delincuencia de los colectivos obedece a sinrazones más que a raciocinios. Si se desata la turbamulta no habrá discurso inteligente y reflexivo que la detenga, ni fuerza pública que la controle. La obnubilación de la masa carece de lógica. Se pierde la sensatez en una súbita enajenación, en la que sólo destaca el rostro de la violencia: para las multitudes enardecidas sólo existe el preciso momento crucial en que está inmersa.

Si a los males que sufre la sociedad mexicana se agregan las crisis económicas y la debacle moral de la comunidad, en cualquier instante, con cualquier motivo, el ánimo del pueblo puede incurrir en graves perturbaciones de crimen, violencia y anarquía. ¿Por qué no prevenir las causas y los posibles hechos en vez de lamentar las consecuencias?

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