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Sobreaviso/ Partidos secuestrados

El responsable de la campaña electoral de 2003 que fue un revés para el partido, el senador Carlos Medina Plascencia, igual se asume como un sólido precandidato. Así, sin dirigentes ni interlocutores y volcado sobre la reglamentación de su precampaña presidencial, es muy difícil creer que el interés de esa fuerza esté en los asuntos nacionales o al menos, en la idea de darle una salida decorosa a su Gobierno. Los secuestradores de Acción Nacional son varios y así ni siquiera saben a quién pedir auxilio o a quién pagar su rescate.

*** La crisis del Partido Revolucionario Institucional todavía no adquiere la talla y el tamaño que le corresponde. Está madurando, se está desarrollando pero todavía no alcanza su justa dimensión. De momento, Roberto Madrazo ve la elección presidencial como un mero trámite que, en el peor de los casos, le incomodará con la mudanza a Los Pinos. La ve de ese modo porque su precampaña corre a costas del Gobierno Federal y su partido, así como a costas del Gobierno capitalino y su partido. Con esos adversarios, el tabasqueño sólo tiene que pegarse a la pared y sobrevivir a la guerra sorda de esas dos fuerzas. Madrazo siente tener asegurado su destino. El tabasqueño ha echado mano de aquel viejo recurso de sonarle latas al par de perros enfurecidos que, trenzados en su propio pleito, lo dejan pasar sin el menor problema. Cada desatino de aquellos dos contendientes, él lo echa como monedas en su bolsillo. No advierte Madrazo un hecho al interior de su partido.

La oportunidad que, en bandeja de plata, le entregan con su pleito las otras fuerzas políticas, deja crecer su ambición pero también la de otros priistas. Esa oportunidad, por más que la acaricie el tabasqueño, no es su propiedad privada. El PRI demostró el año pasado que el olor de la victoria lo reunifica; pero cuando logra la victoria, se divide. Y es que el PRI no acaba de entender que la victoria es algo más que un botín. Aun cuando ahora los otros suspirantes tricolores velan las armas en el pleito interno que tarde que temprano desplegarán, tienen conciencia o experiencia amarga de una singularidad de Roberto: su escuela política no es incluyente y su trayectoria ha sido una colección de traiciones, donde los acuerdos tienen el valor de un cheque firmado pero sin fondos. Roberto Madrazo resta, no suma. Entonces, los otros aspirantes tienen claro que el concurso por la candidatura será, a la postre, un combate definitivo.

Es claro que, entre quienes disputan la candidatura presidencial tricolor, algunos buscarán la negociación de posiciones para integrar una alianza con Roberto. Sin embargo, entre quienes alguna vez disputaron posiciones con Madrazo o entre quienes ya probaron el valor de los acuerdos con él, la lucha interna será definitiva. Será como en el caso del PRD y el PAN, una lucha eliminatoria, de sobrevivencia.

El problema para esos otros priistas es que, de momento, Madrazo tiene secuestrado el partido. Controla la dirección, controla la estructura, controla el consejo, controla la organización de la asamblea y si no aceleran su actuación, antes de lo que se imaginan podrían terminar fuera del paraíso de escombros que, por su incompetencia, les entregan sus adversarios. Todavía no se perfila con claridad el horizonte tricolor, pero se oyen ya los tambores de guerra.

*** El peligro de lo que está viendo el país no es ya ni siquiera la suplantación de la democracia por la partidocracia. Los partidos están secuestrados por personalidades que juegan en función de su interés particular. Se está por debajo del nivel de la partidocracia, se está en el nivel de las personalidades que, sin acreditar su actuación política y mucho menos una visión de Estado, han hecho de su ambición un pleito personal por el poder. Un pleito con carácter eliminatorio dentro y fuera de sus propios partidos, un juego de sobrevivencia política donde, justamente, la política es un olvido.

El colmo del absurdo en la precipitación del juego sucesorio que contamina toda acción, toda iniciativa, toda actuación política y que ahora amenaza con colapsar a la economía, es que su autor no fue ninguno de los precandidatos. Fue el presidente de la República que, cuando más requería ampliar el margen de maniobra de su actuación como lo que es, dio el banderazo de salida de su propia sucesión.

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