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Sobreaviso/ ¿Una crisis constitucional?

René Delgado

Segunda y última parte

Se disfraza de un modo u otro ese juego por el poder, pero cada vez es más inocultable que en ese juego se está lastimando al país y sin el menor recato se utilizan asuntos o temas del interés nacional como arietes en su pleito.

Por si eso no bastara, la mayor parte de los protagonistas de ese pleito tienen un vivo interés personal o grupal en la elección de 2006. Sin duda, Andrés Manuel López Obrador juega en esa cancha del interés personal pero no menos lo hace el secretario Santiago Creel o el coordinador y el subcoordinador de la bancada del PAN, Francisco Barrio y Germán Martínez.

A su vez, Emilio Chuayffet trabaja para Arturo Montiel y en el juego de la anteposición de los intereses personales o grupales por encima de los nacionales, la lista sería interminable. Roberto Madrazo, Enrique Jackson, Natividad González Parás. Hay más precandidatos presidenciales que políticos responsables y no se ven verdaderos hombres de Estado. Podrían reconocerse algunos políticos moderados, pero a ellos los devora el canibalismo rampante.

Peor todavía, en ese juego, la mezquindad reina aun dentro de los propios partidos. La solidaridad, por ejemplo, que en su momento recibió Cuauhtémoc Cárdenas, hoy es la oportunidad para dejarse ver como sustituto eventual. El odio o el cinismo se echa a retozar en la primera oportunidad, ahí están Federico Döring y Dolores Padierna. No hay el menor pudor político. Y así es muy difícil creer el discurso de que todos sin excepción trabajan exclusivamente por el bien del país.

*** Cada vez es más claro que el juego por el poder se está planteando como una lucha de sobrevivencia y no como una competencia electoral. De sobrevivencia porque por la incapacidad de matizar y regular la política económica que se ha adoptado desde el delamadridismo a la fecha, ese proyecto se pondría en juego en el 2006.

De sobrevivencia porque por la polarización que se ha generado, quien pierda la elección tendría que considerar la cárcel como su próximo hogar. El mismo Carlos Salinas de Gortari tiene claro ese asunto.

Tanto se ha judicializado la política que, ahora, el relevo en el poder podría ser el ingreso al penal. Por eso, el concurso político-electoral se plantea como una lucha eliminatoria.

Una lucha donde se pone sobre la mesa no lo que se ha hecho, sino lo que el otro, quien quiera que éste sea, ha dejado de hacer. Donde se pone sobre la mesa la oposición y no la proposición. Donde se pone sobre la mesa la capacidad de resistencia y no la habilidad para conciliar. Donde se pone sobre la mesa lo que resta y no lo que suma. Donde se pone sobre la mesa la ambición personal y no el proyecto nacional. Si todo eso ocurriera en el marco de instituciones sólidas y autoridades reconocidas, el asunto podría quedar como un espectáculo tan lamentable como condenable.

La realidad, sin embargo, deja ver que de a poco el país va vulnerado las instituciones y perdiendo las autoridades. El Instituto Federal Electoral no consigue consolidar su autoridad. El ombudsman no existe. El gobernador del Banco de México es desoído. El Poder Judicial está en un predicamento. Y otras autoridades no formales están cayendo en la tentación de subirse al ring, de participar en el pleito de cantina. Se está cayendo en la tentación aquélla de que suena lo que sea y lo que suena es violencia. Son pocas las voces que llaman a atemperar, a conciliar, a evitar una confrontación que, al final, podría terminar por sangrar -en el doble sentido de la palabra- al país.

Es hora de echar los cimientos de una cultura política marcada por la civilidad y el entendimiento, es hora de impedir que se echen los cimientos de la ruptura que dejará, por herencia, los pedazos de un país incapaz de armar un mejor destino.

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