Cada vez son más las voces que expresan hartazgo; cada vez más los reclamos hacia una clase política ineficiente, rebasada por la problemática nacional. Son cada vez más las manifestaciones de los grupos organizados, especialmente de la Iniciativa Privada, que advierten la pérdida de rumbo del país y los riesgos de la inmovilidad que parece caracterizar a un sexenio prematuramente agotado… pero faltan los mecanismos para que el malestar social se traduzca en cambios reales, cuantificables en el quehacer de aquellos que hoy tienen la responsabilidad de garantizar la seguridad, progreso, desarrollo y bienestar de la población y que simplemente no cumplen con la encomienda.
La llamada sociedad civil, entonces, se encuentra en franca ebullición, pero sin atinar a encontrar el camino hacia una válvula de escape que permita, primero, liberar la creciente presión que genera la pobreza, la marginación, corrupción, injusticia e incertidumbre que sigue marcando a hierro la escena nacional y segundo, que se refleje en hechos concretos, directamente proporcionales y acordes al nivel del reclamo.
El próximo domingo se realizará en la Ciudad de México una marcha de repudio a la violencia e inseguridad que priva en la capital del país, organizada (al menos en el plano público y formal) por más de 60 organizaciones sociales y empresariales y al menos una docena de delegaciones estatales. La movilización, de innegable relevancia nacional, pondrá a prueba no sólo a los Gobiernos Federal y del Distrito, sino a la sociedad misma, que en la marcha explora la viabilidad de al menos un mecanismo para hacer sentir su voz y que ésta obtenga una respuesta adecuada.
La visión más optimista encuentra en este domingo 27, una oportunidad histórica para que la clase política en su conjunto entienda, de una vez y para siempre, que la sociedad mexicana ha despertado y que es capaz de encontrar vías alternas para cambiar –por fin- todo aquello que la lastima, que la indigna. Esta misma visión, entiende en la movilización, un mecanismo efectivo (tomando como referente inmediato la marcha en Madrid contra el terrorismo) para sacar a los gobernantes de su agenda particular y reorientarlos hacia los asuntos que verdaderamente interesan y afectan a la población.
Pero también existe la visión pesimista, aquella que anticipa una mayor frustración social, si la movilización no logra mover los engranajes gubernamentales y del aparato de justicia para frenar la ola delictiva que azota a la Ciudad de México y a la cual, el resto del país no es inmune. Por extensión, la sociedad podría encontrar otro factor de desencanto, tal vez más devastador, si su voz no es tomada en cuenta, si no tiene consecuencias.
Se trata, en suma, de una sociedad que intenta asumir en los hechos la corresponsabilidad a la que tiene derecho -y está obligada en un plano verdaderamente democrático- en todos y cada uno de los asuntos de interés público y que este domingo explorará la capacidad de respuesta y voluntad política de las autoridades, que tienen sólo dos opciones: entender el reclamo ciudadano y actuar en consecuencia o mantener a la simulación como eje rector del quehacer público.
El salir a las calles y protestar por la depauperación de la calidad de vida, no tendrá mayor sentido, ni consecuencias, si se agota en expresiones esporádicas. Ante una maquinaria gubernamental que no quiere, no puede o no sabe cómo romper con los vicios e inercias burocráticas y que ha sido incapaz de garantizar la más elemental seguridad y certidumbre a los ciudadanos, son éstos los que deben provocar los cambios.
La vieja máxima refiere que los pueblos tienen siempre los Gobiernos que se merecen. Tal vez llegó la hora de dejar en claro que los mexicanos no nos merecemos los Gobiernos que hemos sufrido. México puede y merece ser una nación sin los actuales y lacerantes niveles de pobreza y marginación; debe ser un país con visión de futuro, con mayores niveles de seguridad, de certidumbre e imperio de la Ley, pese y sobre nuestra actual clase política.
La sociedad civil lo entiende a la perfección, sólo falta encontrar los mecanismos para que el reclamo tenga consecuencias. Habría que apostar, por el bien de todos, que la marcha del domingo tenga éxito y marque una pauta clara del nivel de respuesta y movilización del pueblo mexicano.