Tanto va el cántaro al agua, que termina por romperse. El discurso de nuestra clase política ha abusado de la frase hueca y carencia de compromiso en tal medida, que hoy los pronunciamientos de las autoridades y las “posturas firmes” de tal o cual político o funcionario han perdido significado.
En medio del más reciente desencuentro –y tal vez el más grave, por el nivel alcanzado en la confrontación- entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, Vicente Fox garantizó ayer que el próximo primero de enero se contará con un Presupuesto de Egresos “y todos estaremos trabajando por México, por la generación de empleos y por impulsar el crecimiento de la economía y la inversión”.
Pero el hecho de que el Presidente no tenga la menor duda de que el primero de enero habrá presupuesto, en realidad a nadie tranquiliza, ya que el mandatario aprovecha, en el mismo mensaje, para insistir en que los legisladores distorsionaron el proyecto de Decreto, que hay graves errores y que las cifras de la Ley de Ingresos no cuadran con los egresos.
En ése, su muy particular estilo de buscar el diálogo y los consensos con el Legislativo, Fox acusa a los diputados, especialmente a los perredistas y priistas que juntos hacen mayoría, de haber realizado “recortes arbitrarios y distribuciones equivocadas, partidistas y obedeciendo a temas electorales, que simple y sencillamente descarrilan y descomponen un presupuesto”.
Pero aún así, el Presidente llama al diálogo, justo minutos después de que la Secretaría de Gobernación definiera una estrategia para impugnar el Decreto de Presupuesto de Egresos que en una primera vía, impugnará los más de 41 mil millones de pesos de reasignaciones acordados por la Cámara de Diputados y en una segunda, combatirá legalmente el articulado, debido a que se considera que las reglas de operación hacen inoperable el gasto.
Palabras y más palabras, ya sin mayor significado. Las negociaciones, como siempre, se llevarán a cabo en las cúpulas y alguien tendrá finalmente que ceder. Mientras, el país sigue como rehén de su clase política, genial para la retórica, excelsa para asumir posturas y definir lo que el país necesita, pero incapaz de llegar a algún acuerdo concreto que derive en beneficios tangibles para los ciudadanos.