Lisboa, Portugal.- Los portugueses pasaron hoy en 90 minutos de la euforia patriótica, con miles de banderas, gorras, bufandas, "pins" y otros signos del espíritu colectivo, al fiasco de la derrota de su selección ante Grecia en el partido inaugural de su Eurocopa, que cayó como un "jarro de agua fría".
La inyección de autoestima por la que clamó durante meses el presidente Jorge Sampaio a un país que vive en recesión técnica, se tradujo durante días y sobre todo en las horas previas al inicio de la competición en la proliferación de los colores y la bandera por doquier.
Los quioscos agotaron las ediciones de aquellos periódicos que incluyeron una bandera portuguesa de papel o plástico o los que anunciaban un "pin" patriótico "bañado en oro", y en los semáforos, avezados inmigrantes paquistaníes vendían la enseña con un soporte para la ventanilla del automóvil al precio de 3 euros.
De balcones, ventanas y de lugares inverosímiles colgaba la bandera roja y verde con el viejo escudo real luso y la esfera armilar simbólica de las grandes navegaciones, mientras que la misma enseña sirvió como pañuelo o cinta de pelo a las pescaderas del mercado y a la empleada que vende los celebrados "pasteles de Belem" en Lisboa.
Alguien comentó con humor horas antes que "el país está en Estado de Euro" por la denominación de los organizadores a la Eurocopa, y que el fútbol había traído a los ciudadanos la tan traída y llevada autoestima.
Las calles se vaciaron de viandantes y coches para ver a los hombres de Luiz Felipe Scolari luchar con un enemigo teóricamente más débil y hasta se temió que, si ganaban los locales, podían verse comprometidas por los coches y sus bocinas las célebres marchas populares de la noche que precede a la festividad de San Antonio, el santo más venerado de Lisboa, aunque no sea su patrón.
Pero bastaron 90 minutos de fútbol y dos goles de sendos jugadores griegos, Karagounis y Basinas, para que le euforia se tradujera en desolación, sorpresa y abatimiento, y en un estadio de Oporto, el de Dragón, 3.000 hinchas helénicos gritarán más que los cerca de 50.000 portugueses.
Hasta "Kinas", la mascota de la Eurocopa, ataviada con los mismos colores que Figo, Couto o Rui Costa, se quedó con la boca abierta cuando el arbitro italiano Pierluigi Collina pitó el final del encuentro en el que el marcador señalaba un 1-2 adverso a la selección portuguesa.
Ni siquiera enjugó la pena lusa el gol que, "in extremis" e incluso "in artículo mortis", le endosó al portero griego Nikolaidis el jovencísimo Cristiano Ronaldo, sucesor en el Manchester United del dorsal del ahora madridista David Beckam.
La suerte de los colores lusos estaba echada y el debut en el campeonato era ya una tragedia digna de servir de inspiración para el más triste de los fados.
En el palco del Estadio del Dragón, las sonrisas de los políticos se quedaron tan heladas como las de millones de "adeptos", como se denomina a los aficionados lusos, que vieron el choque por televisión.
Los griegos, que serán los próximos rivales de España, habían aguado la fiesta de los portugueses en la víspera de San Antonio y de las elecciones europeas y hasta las típicas sardinas asadas del santo lloraban por la derrota.
Resta ahora guardar las banderas, las bufandas y las gorras para la próxima cita de los de Scolari, esta vez con los rusos y en el estadio lisboeta de La Luz, la catedral "encarnada", por los colores del club propietario, el Benfica hasta hace poco de Camacho.
Las críticas lloverán ahora sobre Scolari y el defensa del Oporto Paulo Ferreira, que con un pase fallido abrió la puerta a la derrota, pero el próximo días 16 las banderas ondearán de nuevo empujadas por la esperanza de que los rusos no repitan la hazaña, echen al mar los sueños lusos y hundan a los portugueses en la depresión. EFE
Unos lusos inoperantes
La primer sorpresa de la Eurocopa 2004 sucedió en el juego inaugural del torneo, donde un inoperante Portugal cayó 2-1 como local ante una bien dirigida estratégicamente Grecia en Oporto.
Los helénicos rompieron así la jettatura histórica de la competición europea, de que las escuadras anfitrionas desde Italia 1980 no perdían el primer partido, como ocurrió con Francia en 1984, Alemania en 1988, Suecia en 1992, Inglaterra en 1996, además de Bélgica y Holanda en 2000.
El mediocampista del Milán, Rui Costa, pasó desapercibido durante la primera mitad, motivo por el cual el técnico brasileño Luiz Felipe Scolari lo mandó al banquillo para la parte complementaria.
Luis Figo cambiaba constantemente de banda para enviar sus centros al corazón del área, no logrando su objetivo, ante una defensa férrea capitaneada por Traianos Dellas, aquel jugador que se presentó el dos de agosto de 2003 en el Corona, cuando su equipo la Roma enfrentó al Santos Laguna.
La defensiva griega se mostró solvente en el juego aéreo, aunque tuvo una desatención en el tercer minuto del tiempo de reposición al final del partido, cuando permitió que el hombre del Manchester United, Cristiano Ronaldo, anotara en un frentazo para tratar de enmendar su error al inicio del segundo tiempo, al derribar dentro del área a Giourkas Seitaridis.
Los lusos en cambio, nunca pudieron soltarse del nerviosismo del cual fueron presa fácil, ante una Grecia que demostró, el porqué envió en las eliminatorias a España al repechaje frente a Noruega, en una de las revelaciones de la previa del certamen continental.
Ni la entrada de Nuno Gomes, el delantero del Benfica, pudo darle una mayor presencia en el área enemiga a los portugueses. Los griegos con tres unidades, enfrentarán motivados el miércoles a España, mientras que los lusos y su llamada “generación de oro” del Mundial Juvenil en 1991, intentará seguir vivo al medirse contra los rusos.