EL PAÍS
LONDRES, INGLATERRA.- Casi medio centenar de policías investigan desde el lunes por la noche el espectacular robo con rehenes cometido en la sede central del Northern Bank, en Belfast. La policía de Irlanda del Norte confirmó que la cantidad sustraída supera los 22 millones de libras esterlinas (31.5 millones de euros) y sin descartar que el robo pueda haber sido obra de delincuentes comunes, las sospechas apuntan a la posibilidad de que haya sido cometido por una banda de paramilitares.
La osadía del caso, los recursos necesarios y la cantidad de gente que ha hecho falta para realizar el atraco, planeado quizá durante más de un año, reducen bastante el número de opciones a la hora de buscar sospechosos. La policía trabaja con la hipótesis de que ha podido ser un grupo paramilitar, con una experiencia ya larga en la costumbre de tomar rehenes para garantizarse el éxito de un atraco.
Pero no ha descartado a otros dos grupos paramilitares, aparte del IRA: el INLA (siglas en inglés del Ejército Irlandés de Liberación Nacional, un grupo rival del IRA) y el UDA (la lealista Asociación de Defensa del Ulster). Dos bandas de delincuentes comunes están también en el ojo policial.
Se estima que intervinieron más de 20 personas en los tres escenarios del atraco. Todo empezó a las diez de la noche del domingo, cuando dos miembros de la banda se presentaron en el domicilio campestre de Kevin McMullans, un alto directivo del banco, en Loughinisland.
Se presentaron como policías que llegaban a horas tan intempestivas para informar del accidente de carretera sufrido por un familiar. Los McMullans les franquearon el paso para verse de inmediato encañonados. A esa misma hora, otros miembros de la banda hacían algo semejante en casa de otro directivo, Chrissie Ward, en Poleglass.
Mientras un grupo de atracadores mantenía a dos personas secuestradas en la casa, otro se llevó a la señora McMullans, al tiempo que obligaron a su marido a presentarse a trabajar en el banco al día siguiente como si no pasara nada. En Poleglass, cuatro personas estaban secuestradas mientras Chrissie Ward acudía a su despacho. Mientras transcurría el día, el banco fue recibiendo cantidades enormes de dinero en efectivo, el fruto de uno de los fines de semana de mayor actividad comercial del año: el último antes de Navidad.
Cuando acabó la jornada laboral, los dos directivos dejaron marchar al resto del personal y luego dieron acceso a los atracadores a las cajas fuertes del banco, situado en una de las calles más céntricas de Belfast, a tiro de piedra del Ayuntamiento. La banda necesitó dos horas y dos viajes de su furgoneta para poder llevarse todo lo que había ahí, quizá más incluso de lo que esperaban encontrar.
Cuando el dinero estaba ya a buen recaudo, pasadas las diez de la noche, abandonaron las casas de las familias y dejaron en libertad a la señora McMullans en un descampado, a unos quince kilómetros de su domicilio. Cuando, aterida de frío y traumatizada tras haber pasado las 24 horas con los ojos vendados, llegó a una casa de campo, apenas se atrevía a decir lo que había ocurrido porque no sabía cómo estaba su familia en ese momento.