“La mayor parte de la gente es como
alfileres: su cabeza no es lo más importante”.
Jonathan Swift
Este pasado viernes estaba yo con ánimo provocador. En el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, asistí a una cena de discusión sobre los medios electrónicos. Quizá porque entre los asistentes se encontraban varios directivos de televisiones públicas, se me ocurrió hacer una afirmación políticamente muy incorrecta:
“Yo no entiendo -dije con falsa candidez- por qué le dicen ‘pública’ a una televisión que se financia con los impuestos de todos los contribuyentes para hacer programas que sólo le interesan a una minoría. En cambio llaman comercial y desprecian a una televisión que gratuitamente ofrece programación que una enorme mayoría de la gente quiere ver.”
Uno supondría que los asistentes al Foro Económico Mundial, que los medios de comunicación han insistido en retratar como los más bajos representantes del capitalismo internacional, aplaudirían en automático una afirmación de este tipo. Pero la verdad es que los participantes de Davos pertenecen más al mundo de las buenas conciencias que al de los capitalistas sin corazón que imaginan los caricaturistas de la Izquierda.
Así, los participantes de la discusión sobre los medios informativos de inmediato se unieron para cuestionar mi afirmación. Todos hablaron de las virtudes de la televisión pública y de la necesidad de que los Gobiernos apliquen controles -sí, censura- para que la televisión no se base en criterios estrictamente comerciales. Muchos dijeron que la televisión no debe darle a la gente lo que quiere sino algo que eduque y mejore su nivel cultural.
En este tema, las clases altas y educadas del mundo reaccionan con previsible uniformidad. Los medios de comunicación deben, desde su punto de vista, educar conforme a sus criterios y no simplemente entretener a las masas con la vulgaridad en las que éstas caen cuando no tienen una guía adecuada de sus superiores.
Las buenas conciencias de Davos me ofrecieron de inmediato numerosos ejemplos -me imagino que pensaron que yo, tan educado que me veo, no los conocía— de lo que el vulgo ve cuando la gente de bien no le filtra los contenidos de la televisión. Ahí están los reality shows, que ofrecen una simple satisfacción voyeurista sin aprendizaje de ningún tipo, o los talk shows, que llevan al gran público discusiones que no deberían existir -porque los temas mismos son inmorales— o que deberían ventilarse sólo en privado. En Europa ahora —añadieron— las televisiones comerciales ofrecen programas eróticos o abiertamente pornográficos que degradan la dignidad humana.
El sábado conversaba de esta discusión con un reconocido liberal y su punto de vista me sorprendió. El hombre me miró directamente a los ojos y me dijo: “Yo creo que el único sector de la economía que debe ser completamente propiedad del Gobierno es la televisión”. Sorprendido le pregunté por qué y él respondió: “Si el Gobierno maneja toda la industria, la gente dejará de ver la televisión. Y así va a leer más”. Al terminar de decir esto, dejó que una amplia sonrisa dominara su rostro.
Y quizá el liberal tiene razón. Durante los años en que los grandes monopolios del Estado controlaban la televisión en Europa, los índices de público en ese continente eran bastante inferiores a los de Norteamérica. Se decía, incluso, que esto era consecuencia del mayor nivel de educación de los europeos, que al contrario de los norteamericanos no le dedicaban tanto tiempo a la televisión. Sólo que cuando a partir de las décadas de 1980 y 1990 empezaron a proliferar las televisiones privadas en Europa, las cuales empezaron a transmitir programas para el gran público y no para ellos o para los intelectuales, el número promedio de horas en que los europeos veían televisión aumentó de manera espectacular.
Me queda claro que a las élites del mundo -que son finalmente las que se reúnen en Davos al final de enero de cada año- no les gusta la televisión por la que el vulgo se inclina. Eso es comprensible y no tiene nada de malo. Lo inquietante es que esa minoría privilegiada insista en que el dinero de los contribuyentes debe utilizarse para subsidiar los programas que dice que prefiere mientras que busca maneras de bloquear la televisión que la gente sencilla del pueblo simplemente prefiere.
La Derecha
Andrés Manuel López Obrador afirma que la derecha ejerce presión sobre los medios de comunicación para criticar a su Gobierno. Pero no explica entonces por qué esos mismos medios informativos cuestionan también al Gobierno de Vicente Fox en temas como el del embajador ante la OCDE, Carlos Flores. La verdad es que la función de los medios de comunicación es sacar a la luz comportamientos cuestionables de los funcionarios, cualquiera que sea su filiación.
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