Johnny Alessio manejó durante décadas el hipódromo de Agua Caliente, en Tijuana. Pero jamás se le ocurrió gobernar a la ciudad. Realizó obras, necesarias para su negocio pero también útiles para los tijuanenses, como la avenida que comunica la línea fronteriza con el hipódromo mismo. Y dio en construir escuelas, que donó a la comunidad. Pero conocedor de sus límites, administrador de una casa de juego, no experimentó jamás la tentación de ejercer el poder directamente. Seguro que su influencia era vigorosa frente a los alcaldes y aun los gobernadores. Tenía menos poder en su país que en el nuestro: en 1970 autoridades norteamericanos lo obligaron a vender sus hipódromos en la frontera con México, por razones fiscales. Pero él estaba en lo suyo.
No había sido ése el caso del general Abelardo Rodríguez, que llegó a Baja California como gobernador militar y civil en los años veinte y simultáneamente sentó las bases de su poder económico, que incluyó el legendario casino de Agua Caliente, expropiado después por el presidente Cárdenas y convertido en escuela, llamada Revolución: “Sólo por la actividad y la vestimenta de los nuevos habitantes se distinguía el centro escolar del ex casino —escribió Federico Campbell en uno de los espléndidos relatos Tijuanenses. Antes y después de 1930 el movimiento era distinto. El ritmo de los visitantes ascendía los fines de semana, particularmente durante el verano. Los turistas venían de La Jolla, Santa Mónica, San Bernardino, San Juan Capistrano, pasaban el día en las playas o las piscinas, se protegían del sol debajo de las palmeras traídas de Hawai que se sucedían a lo largo de las callejuelas del casino, y posteriormente asumían la noche en sus más ardientes etapas”.
El vicio dejó de regir la política en Tijuana cuando Agua Caliente fue expropiado. Pero ahora torna por sus fueros. Desde una casa de juego se gobernará a la ciudad. Con la fortuna que deja la explotación organizada del azar (es un decir, lo del azar) se conquistó el domingo pasado la alcaldía de Tijuana. Eso en el mejor de los casos, si es que no hubo en el financiamiento electoral dinero de otra procedencia, aun más cuestionable, por francamente ilícita, que la de las apuestas en gran escala.
Sería risible, por arrogante y torpe, reprochar a los 123 mil 889 ciudadanos que votaron por Jorge Hank Rohn, que lo hayan hecho. Son libres de proceder como les plazca, en general y frente a las urnas en particular. Más todavía, junto a los 121 mil 052 que votaron por el PAN y algunos miles que lo hicieron por otros partidos, merecen una felicitación por haber sufragado, ya que más del sesenta por ciento de quienes tenían derecho se abstuvo de hacerlo.
No incurriremos tampoco en el despropósito de repetir la sentencia de que los pueblos tienen los Gobiernos que merecen. Ni esa máxima es un axioma ni, si lo fuera, se aplicaría a aquella ciudad fronteriza. Tijuana no merece a Hank Rohn, el primer empresario de juegos de azar que se alza desde esa condición hasta el Gobierno municipal. Muchos políticos, o sus parientes, han hecho y hacen aún fortuna en las apuestas. Pero llegaron a ese negocio después de ejercer el poder. Hank Rohn emprendió el camino inverso: fincó su aspiración política en las actividades que inició explotando el hipódromo de Agua Caliente, que ya no opera como centro directo de carreras y desde el cual se maneja la vasta red de operaciones practicables en los domicilios de Caliente, la ubicua casa de juego que devolvió a Tijuana al pasado.
Fuera del poder, aunque valido del que ejercía su padre, Hank Rohn ha recibido trato privilegiado e ilegal para sus negocios. En 1990 se renovó anticipadamente la concesión del hipódromo, para que los terrenos donde se alza no fueran revertidos a la nación, como ocurriría al expirar la autorización inicial y pudiera realizar un fraccionamiento de lujo. Y se le han otorgado concesiones para sus Libros foráneos, los books donde de despeluca a codiciosos ingenuos. ¡Lo que hará ahora desde el Gobierno! Allá los que quieran dejarse timar, dirá alguien. Y allá los tijuanenses que votaron por él. Pero no podemos alzar los hombros resignados ante esa irrupción tan abierta y directa del dinero procedente del juego en la gobernación de una de las ciudades más importantes del país. Nadie se escandaliza ya por el fuerte impacto del dinero en la democracia electoral. Se le ve como una realidad inevitable. Pero al menos debemos tener alerta la conciencia sobre el dinero de procedencia opaca, como lo es por fuerza el de las apuestas y los negocios conexos. Muchos problemas tiene ya Tijuana como sede de bandas delincuenciales como para que se admita sin más que la gobierne quien carece de autoridad para combatir la ilegalidad en la medida que le compete.
El propio Hank Rohn admitió que su triunfo es también el de Roberto Madrazo. En efecto, aunque precarias y cuestionadas las victorias del PRI en Oaxaca y Tijuana, son méritos para la pragmática política del líder nacional priista, para quien lo importante es ganar, de cualquier modo, al precio que sea. El suceso tijuanense ata con mayor fuerza la alianza de Hank y Madrazo, provee a este último del apoyo financiero del futuro alcalde de aquella ciudad fronteriza. Sin calificación alguna, sin autoridad moral, el que Hank Rohn gobierne la ciudad que conoce de sus tropelías, resulta de un envilecimiento de la política, es un agravio que el PRI asestó a los tijuanenses, aun sus propios votantes.