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Tláhuac/Umbrales

Alejandro Irigoyen Ponce

Qué difícil resulta, en ocasiones, mantener la esperanza.

El vivir en medio de la simulación, la corrupción e incertidumbre; el luchar por salir adelante en un contexto de creciente agobio económico, donde la educación dejó ya de representar alguna garantía de movilidad social, donde los valores tradicionales han perdido su significado y la rabia creciente contra el actual orden de las cosas –y en el que los policías disputan a los políticos el dudoso honor de tener la peor fama, en muchos casos, ganada a pulso- condiciona a millones de compatriotas, abre la puerta a la barbarie.

Es mucho más que el México bronco. Es el México enojado, frustrado, empapado en desilusión y desesperanza que puede, en cualquier momento, arder en llamas. Basta, tan sólo, una chispa.

Lo que sucedió el martes en San Juan Ixtayopan, en la delegación Tláhuac, del Distrito Federal, es mucho más grave y complejo que el linchamiento de unos agentes de la Federal Preventiva –de suyo, incidente cargado de una altísima y dramática dosis de violencia- ya que refiere a una sociedad harta, agraviada, que simplemente carece de herramientas para canalizar su inconformidad por vías democráticas y civilizadas. Es la masa ofendida e ignorante, presa fácil del rumor y la manipulación; es la turba enardecida que busca una válvula de escape y que explora en la violencia e incluso en el homicidio, un punto de necesaria catarsis.

Tres policías, los hoy occisos Víctor Mireles Barrera y Cristóbal Bonilla Colín y Edgar Moreno Nolasco, que se debate entre la vida y la muerte, realizaban algunas investigaciones sobre narcomenudeo en la zona. Bastó que alguien, quien fuera -tal vez un “puchador”- los señalara como secuestradores para que estallara la histeria colectiva. En ese momento desapareció la sensatez, la razón y la lógica; en ese momento los tres agentes de la Federal Preventiva se convirtieron en el símbolo vivo de agravios ancestrales, en el rostro de la arbitrariedad, el abuso y prepotencia y en objeto posible para la redención de la masa y sus problemas sociales, familiares, culturales y económicos.

El psicólogo social, Pablo Fernández Christlieb, lanza una voz de alerta: “Lo que está surgiendo es la parte más oscura y enojada de la sociedad y esto puede que sea un aviso para empresarios, gobiernos, autoridades y todo aquel que tenga poder en este país, que es noble, pero de repente puede enojarse mucho y no hay manera de controlarlo”.

Tiene razón, el linchamiento en Tláhuac es el resultado de elementos afectivos y no racionales, ya que la masa por definición no piensa, no se frena ante posibles consecuencias; se deja llevar, explota, simplemente porque necesita una válvula de escape y no la encuentra en las instituciones.

¿Quién tiene la culpa? Nadie, Fuenteovejuna... ¿y la responsabilidad? Todos, absolutamente todos.

Los actores políticos por mandar con insistencia, claros mensajes de que sus pugnas por el poder, sus respectivas agendas personales y/o partidistas son prioridad sobre la problemática social y económica; los legisladores que olvidan, en el momento justo en que reciben su Constancia de Mayoría, que su único interés debe ser el asegurar el progreso y desarrollo de sus respectivos distritos. Los diferentes cuerpos de seguridad, el sistema de justicia en su conjunto, rebasado por la delincuencia y que se agota en la simulación, la ineficacia y hasta el contubernio.

El sector más privilegiado que se resiste a incorporar elementos de solidaridad y subsidiaridad para abatir, aunque sea en una mínima parte, el actual abismo de las desigualdades y la sociedad en su conjunto que ha sido incapaz de construir mecanismos que permitan, por la vía de la civilidad, una corresponsabilidad efectiva en la solución de todos y cada uno de los problemas.

La voz de la sociedad no encuentra eco, mucho menos una consecuencia palpable a sus reclamos. El mexicano es un pueblo que ya se cansó de sólo sobrevivir, aun en los escenarios que desde la óptica de un extranjero se antojarían imposibles. El grito de “ya basta” es cada día más fuerte y todos debemos prestarle atención y actuar en consecuencia, ya que de lo contrario, Tláhuac se repetirá una y otra vez.

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