La humanidad contemporánea occidental tiene actualmente como una de sus palabras míticas o de moda: la tolerancia. Siendo esta palabra una de las más utilizadas en el momento presente en muchos ambientes y en muchas sociedades, incluida por supuesto la mexicana, creo que vale la pena hacer una serie de consideraciones teóricas en respecto a posibles maneras de entender el concepto.
La acepción más utilizada que nos llega, es la desarrollada por el pensamiento liberal capitalista contractualista y positivista, que por ende en este pretendido mundo globalizado neoliberal, adquiere matices casi de dogma: el dogma de la tolerancia frente al pecado mortal de la intolerancia y el fundamentalismo, también a partir de la traducción liberal y maniquea que se le da hoy en día con gran profusión.
En el pensamiento liberal del siglo XVIII y XIX la persona se encierra en una especie de círculo privado autónomo donde puede ejercitar plenamente su libertad, mientras no afecte los círculos privados de sus semejantes, de sus vecinos.
La extensión mayor o menor de ese círculo de libertades está marcado fundamentalmente por la capacidad económica del individuo, dado que a mayor capacidad de propiedad privada será más amplia la circunferencia de su ámbito personal de autonomía, por lo que el rico tiene en la práctica, una mayor libertad que el pobre.
En ese marco de referencia el buen burgués prototípico de la mentalidad capitalista liberal vive inmerso en su autonomía privada, sin pretender hacer daño a sus semejantes, pero también sin coadyuvar a través del principio de solidaridad con quienes están a su lado y que requerirían del mutuo influjo de aportaciones que acrecienten la cultura objetiva y el progreso social.
Esa introspección en el cerrado campo de la autonomía privada le lleva a enclaustrarse en su propia subjetividad, planteando como fórmula máxima de convivencia: déjenme vivir como yo quiera dentro de ese ámbito de mi propia libertad y yo prometo respetar también sus peculiares maneras de vivir dentro de sus particulares autonomías: respétame mi manera de ser y de vivir, de modo como yo tolero lo que tú hagas dentro de tu ámbito de libertad.
Pero ese simple tolerar acaba siendo insuficiente: Puede ser absoluto estado de indiferencia respecto de lo que le suceda, piense o haga mi prójimo. Puede ser lo que los muchachos contemporáneos refieren con mucha gracia como “darle el avión”, es decir dejarlo como hablando solo a aquel a quién simplemente se le tolera.
Con ello efectivamente ni se discute ni se pelea con otros en virtud de las ideas manifestadas, pero tampoco se le hace caso. De ese modo el tolerante es el que busca no comprometerse a fondo con ningún concepto básico, navegando en un indiferentismo subjetivista que procura quedar bien con todos o más bien: “darle el avión” a todos, planteando la vida en un ámbito de superficialidad y falta de compromiso personal y en el ámbito de la ética, en una especie de amoralismo.