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¿Tolerancia o Indefinición de Principios?

Juan de la Borbolla

El tramposo discurso modernista plantea que la supuesta actitud del tolerante lo es respecto a temas éticos o morales: esa es tu verdad, bueno yo te la tolero, ahora bien tolera también mi verdad, porque si no, te conviertes automáticamente en mocho, oscurantista y retrógrado.

Plantea la tolerancia respecto de actitudes trascendentes muchas veces contrarias al deber ser natural de la esencia del ser humano, pero por supuesto que no plantea esa misma tolerancia respecto a principios empírica o racionalmente sustentados como teoremas científicos. Tolerancia en estos temas sería tanto como que un profesor de matemáticas o de química pusiera a todos sus alumnos la máxima calificación, independientemente de que el planteamiento del problema hecho en el examen y el resultado final estuviesen totalmente equivocados.

Existe por tanto el riesgo de que por ser pretendidamente tolerantes, se acabe siendo simplemente personas sin criterios, sin convicciones y sin pasión para defender esos principios y convicciones. Personas y generaciones “X”, porque todo les da igual; seres indiferentistas y amorfos: sin principios y sin ideales que defender: no vaya a ser que me califiquen de intolerante. “El relativismo que impera hoy es intolerante con el que admite verdades absolutas que dan sentido a su existencia. Se le obliga culturalmente a ser vanamente nihilista (a no atreverse a decir que aquello que es, realmente es y en caso de no serlo, se le denomina precisamente intolerante, dogmático, fundamentalista”.

Esta idea plasmada por Octavio Paz en la página 207 de su libro Itinerarios, nos plantea esa posición tan de moda actualmente de anatematizar bajo la palabra intolerante, cualquier posición firme que pretenda sustentar: fundamentar ideas y conceptos, acudiendo a esa cómoda posición cercana al “nihilismo” apuntado por nuestro premio Nobel de Literatura que no es sino el imperio del relativismo, del subjetivismo, e incluso del indiferentismo ético y amoral, que muchos hoy en día pretenden hacer ver como mentalidad tolerante.

Decía el filósofo español Ricardo Yepes: “Sólo los sinvergüenzas son absolutamente tolerantes”, dado el hecho de que no podríamos acabar de visualizar lo que sería de nosotros, si todo lo dicho y oído valiera igual, si cualquier concepto u opinión vertida sonase igualmente a lo mismo, si no existiese manera de discernir lo verdadero respecto de lo falso, si por ende, todo fuera indiferente”.

La mal entendida tolerancia surgida de la mentalidad capitalista liberal de los siglos XVIII y XIX y hoy reverdecida en pleno neoliberalismo, tiene su exponente clásico en Voltaire, en su Tratado sobre la Tolerancia, que a fin de cuentas sólo es una dura crítica al catolicismo por la sustentación de sus dogmas fundamentales. Sin embargo el propio Voltaire acaba siendo incongruentemente intolerante al afirmar: “Habrá que aplastar al infame intolerante, sea quien sea”. ¿Por qué habrá utilizado una palabra intrínsecamente intolerante como es la de aplastar, aquél a quien muchos consideran el apóstol de la tolerancia?

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