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Tras el Telón / Esperando a Godot

Guadalupe Sosa

El pasado fin de semana, se estrenó la obra teatral: Esperando a Godot, de Samuel Becket en el Teatro Garibay, con una versión del director Jorge Méndez.

En dicha versión, Méndez da una interpretación al lenguaje absurdo, simbolista y carente de sentido que representa el teatro del absurdo, dicha corriente se inaugura en los años 40 con la cantante Calva de Ionesco, aunque se dice que Becket escribe su obra de l945 a 1950, pero es hasta el 53 cuando la estrena. Dicho género fue influenciado por las obras El Ser y La Nada de Sartre y El Mito de Sísifo de Camus, los cuales no son textos dramáticos, pero en esencia proyectan la desilusión y el descontento generado por la postguerra y la guerra fría. El absurdo apunta hacia una temática similar, donde la imposibilidad de las relaciones interpersonales (sujeto a sujeto) y el fracaso del hombre en su intento por realizar sus proyectos son tema fundamental, de ahí lo absurdo de su existencia.

El lenguaje del teatro del absurdo tiene como raíz fundamental esa doble enunciación consciente/inconsciente, que Lacan señala, en donde el sujeto de la enunciación (inconsciente), se impone al sujeto del enunciado (consciente), es decir detrás de cada discurso consciente destaca uno inconsciente en posición de enunciación frente a un yo consciente como la primacía del significante. El gran trabajo actoral deriva en clasificar e interpretar ese otro lenguaje implícito en el texto becktiano.

En su versión, Méndez en varios momentos rompe con la estructura del universo simbólico becktiano y hermenéuticamente coloca en frases coloquiales gritos de desesperada angustia existencial, acercando a nuestro contexto el discurso textual, sin embargo ya en boca de sus actores, resulta impreciso, debido que éstos no pudieron entender del todo su significado, no es nada fácil digerir semejante libreto, de ahí lo valioso de su arrojo.

La consecuencia se hizo visible en las actuaciones poco significativas, exceptuando la de Alam Aldrich, en el papel de Vladimir, quien fue el único que se acercó a la comprensión textual, ya que indudablemente tiene talento, pero sin duda fue la comprensión y su interrelación actoral, lo que le hizo tener una mayor fuerza escénica.

Jesús Rosas, en cambio, quedó mucho a deber en el segundo acto, por momentos mostró comunicación con sus compañeros y cierto entendimiento del discurso, pero en general se vio bastante pusilánime, aunque por esos breves momentos, puede sin duda mejorar, habría que volverlo a ver, después de las observaciones que seguramente le señaló su director.

Carlos de la Rosa, en el papel de Pozzo, fue el niño perdido de la obra, no sabía qué estaba haciendo en escena, jamás pudo entender lo que decía, ni su postura frívola lo pudo proteger de su carencia de sentido escénico.

En el papel de Lucky, Édgar Delgadillo, pese a su excelente proyección física, le faltó acercarse a la escénica de su personaje, ya que la percepción y la construcción que elaboró de Lucky, lo acerco más a la de un ?idiota?, que a la de un esclavo alineado por su condición a los dictámenes del poder, con un cerebro encogido por su sombrero, el cual representa las leyes y reglas morales que esclavizan los ideales humanos. En un idiota por su enfermedad mental, se justifica su postura de esclavo, no así en el hombre común, debido a que su esclavitud reside en la crueldad que enmarca la condición de ?ser hombre? en un mundo que aparenta vivir en relaciones, que si bien no las impide, pero sí absurdamente las enrarece.

Alejandro Gaytán en el papel de ?muchacho? cumplió, quizás las pocas intervenciones que tiene le ayudaron más a entender su papel, mostrando una buena relación. Si insisto en la relación como parte fundamental de la actuación, es porque precisamente, el teatro es comunicación y en la medida en que los actores se escuchen, se estimulen y generen sus propias imágenes a partir del contacto, el fenómeno actoral tendrá sentido en escena.

En Londres, Inglaterra los administradores de la herencia de Becket prohibieron a un grupo teatral realizar la presentación de la obra, porque pretendían poner como personajes centrales a dos mujeres que harían el papel de vagabundas, los administradores sustentaban que la obra es tan precisa que hacer con ella algo diferente implica traicionar lo que Becket escribió. Si vieran la propuesta de Méndez se irían de espalda por los cambios textuales que realizó, cosa que no es nada desagradable, es muy válido, ya que en el teatro experimental, es la idea propositiva del director el móvil principal. Además, genera mayor entendimiento en el público sin caer para nada en lo sencillo. Por otro lado, el director inteligentemente le llama tragicomedia, así lo sugirió el autor en determinado momento, pero Jorge Méndez parte de aquí para realizar una interesante versión, manejando dos paupérrimos personajes que como Atlas cargan con la desilusión existencial que genera el capitalismo globalizante, esclavizados como diría Carlos Fuentes por la esperanza de ser felices, aunque no lo vayan a ser.

Por otro lado, la idea del escenario como dunas, como un camino en el que no se sabe si se llega o se parte, es muy buena apegándose al simbolismo contextualizado que el director propone, sin embargo es su realización por lo mal construido que está, lo que distrae.

Estéticamente se dice y se entiende en mucho, la propuesta del maestro, ya no hacía falta que se obviara en los créditos al señalar como vestuario, al tianguis La Rosita, ellos no lo diseñaron, para qué exagerar con esto. Se ve como ?Chespirito? cuando mete efectos de risas en ciertas escenas, para que el público comprenda lo hilarante de la situación, con ello se pierde ese refinamiento que se logró en la puesta en escena.

En cuanto al trazo escénico (movimientos de personajes), faltó mayor originalidad, ya que se aplicó el propuesto por el autor en las acotaciones del libreto, ya en una ocasión le pasó al maestro Méndez, con la obra Sexo, Pudor y Lágrimas, donde se le tachó de plagiario de la propuesta hecha por Serrano, autor y director de la obra representada en el DF. Olga Harmony y dos observadores lo descalificaron de aquél selectivo al nacional de teatro, al menos allegados al maestro dijeron que fue por apegarse a las acotaciones del autor que le pasó esto. Hay que ser más propositivo, ya que Esperando a Godot -editada en Las Grandes Obras del Siglo XX- sustentan lo que digo.

Sin duda es de aplaudir la creatividad y el valor de Jorge Méndez por llevar a la escena un interesante teatro de propuesta, con el taller de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC) Torreón, con esto da una lección a varias universidades que sólo hacen teatro por divertimento, sin mostrar una ideología comprometida con su mundo, que proyecte su identidad y su compromiso social como universidad a través del arte teatral.

Esperamos que otros más sigan este dinamismo propositivo, para que el arte teatral regional rescate su valor principal de crítica social, sin perder su valor estético y divertido, que amenaza con desaparecer.

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