El desempeño de la economía mundial durante la segunda mitad de la década pasada se vinculó, en gran medida, con la expansión de Estados Unidos, ya que Japón estuvo sumido en una recesión y las naciones europeas en un marasmo económico. De hecho, se estima que el dinamismo estadounidense explica más de la mitad del crecimiento global entre 1995 y 2000, y gran parte del repunte económico de nuestro país al cierre del siglo pasado.
No sorprende, por tanto, que cuando se le acabó el impulso a Estados Unidos la economía global se debilitó considerablemente. El mundo económico había estado “volando” con una turbina, y cuando ésta perdió fuerza afectó al resto de las naciones en el planeta.
La caída de la actividad productiva en las naciones ricas afectó negativamente a los países emergentes, en particular al nuestro, que depende enormemente de lo que sucede al norte de la frontera. Así, el nulo avance económico de México y la caída del ingreso por persona en los primeros tres años de la administración del Presidente Fox reflejan no sólo su ineptitud operativa, sino también nuestra gran vulnerabilidad a los vaivenes económicos estadounidenses.
La situación económica global, sin embargo, comenzó a cambiar el año pasado. Ello se explica esencialmente por dos factores. Primero, las políticas monetaria y fiscal expansivas en Estados Unidos lograron que su economía tuviera una mayor vitalidad durante el segundo semestre del 2003. Esta “turbina” económica mundial cobró vigor y se espera que crezca por encima del cuatro y medio por ciento este año.
El segundo factor que contribuyó a cambiar el panorama internacional fue la aparición inesperada de otra “turbina” económica poderosa. El crecimiento acelerado de China tuvo finalmente un impacto sensible sobre el desempeño de las economías asiáticas, en particular Japón, así como sobre la demanda y los precios de energéticos, productos agrícolas, metales, bienes básicos y materias primas.
Por consiguiente, esta recuperación global se debe al dinamismo sostenido de las “turbinas” económicas de Estados Unidos y China, y este año se beneficiará además por el repunte de Japón y un avance moderado de las naciones europeas. Japón disfruta, por primera vez en una década, de un repunte económico que, a diferencia de otros arranques en falso, parece que puede ser duradero. Esta mejoría se debe a una política monetaria más laxa, a la recuperación natural que sigue a varios años de estancamiento y, principalmente, al auge económico de China, que importa cantidades enormes de productos japoneses.
Las economías europeas también mostrarán un crecimiento mayor, si bien no tan vigoroso como los que se esperan para Estados Unidos y Japón, porque todavía no realizan las transformaciones estructurales que les permitirían superar la esclerosis económica que las ha mantenido aletargadas por tantos años.
En síntesis, todo indica que en 2004 los principales motores económicos mundiales contribuirán a que se registre el crecimiento global más elevado desde el año 2000, lo que debe ayudar a que también mejore la actividad productiva en las naciones en desarrollo, incluyendo a México. De hecho, la mayor parte del repunte esperado de nuestra economía este año se deberá al mejor entorno externo, y muy poco a los oficios de nuestros gobernantes. En esta oportunidad, sin embargo, la mejoría económica no será tan notoria como en otras ocasiones porque China tomará una parte importante de la demanda de Estados Unidos, nuestro mercado natural.
Aún así, algo de crecimiento es mejor que nada. Los síntomas de que la situación mejora en nuestro país se notarán con mayor claridad hacia el final de la primavera y el inicio del verano, con un segundo semestre algo más vigoroso que el primero. No esperemos, sin embargo, un cambio espectacular en relación con 2003.
El crecimiento económico de 2004 en México (entre 3 y 4 por ciento) será superior al registrado el año pasado (1.3 por ciento) y se elevará ligeramente el ingreso por persona por primera ocasión en esta administración, pero estaremos bastante lejos de los niveles de expansión sostenida (6 a 7 por ciento anual) que se necesitan para crear suficientes empleos y mejorar el nivel de vida de la población a mediano y largo plazo.
Quisiera concluir diciendo que estas perspectivas algo más optimistas van más allá de este año, y que nuestro crecimiento será todavía mayor en 2005 y 2006. Ello es posible, mas si sucede no será por los afanes de nuestros gobernantes y legisladores, quienes harán a un lado las complicadas y poco populares reformas estructurales en aras de favorecer lo que mejore sus posibilidades de ganar la contienda electoral por la presidencia.
Nuestra esperanza estará fincada, nuevamente, en las expectativas de la economía de Estados Unidos, que por ahora lucen favorables. Lamentablemente, estas no son tan sólidas como en otras ocasiones. Hoy la probabilidad de que algo salga mal no sólo en la turbina económica de Estados Unidos sino también en la de China, no es desdeñable.
Los fuertes desequilibrios externos y fiscales, así como el endeudamiento de los particulares ponen en riesgo el repunte estadounidense, mientras que el temor de un sobrecalentamiento amenaza la expansión sostenida de China. Si estos peligros externos se materializan pueden abortar la recuperación mundial y propiciar otra ronda descendente de la actividad económica global en el 2005 o inicios del 2006, lo que ensombrecería nuestro horizonte económico, que de cualquier manera se contaminará en la víspera de las elecciones presidenciales. Esperemos, sin embargo, que esos nubarrones se disipen en los meses siguientes y la mejoría económica de este año se extienda a los siguientes.