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Umbrales/Ruido público

Alejandro Irigoyen Ponce

Al parecer la gran pregunta hoy es ¿Por qué necesitamos sentir miedo?

Hace unos meses, la Comarca vivió una suerte de psicosis colectiva. Primero por e-mail y de boca en boca, poco después, el rumor que se convirtió para muchos en una verdad incuestionable era que se habían encontrado en un camión, los cuerpos de varios niños.

Nadie nunca pudo precisar los hechos: que si eran doce o diez u ocho los cuerpos; que si era un camión refrigerado o la caja de un trailer, de una empresa de quesos o de leche o de yogurt, lagunera, nacional o trasnacional. Que se registró un accidente donde resultó una mujer lesionada, muerta, amputada o simplemente, muy golpeada. Que los niños fueron sometidos a toda clase de torturas, que les extrajeron órganos, que fueron usados en rituales satánicos o a experimentos médicos propios de la era Nazi. Que unos u otros agentes lo vieron todo… que un vecino de un amigo de un conocido fue testigo y que lo callaron –con dinero en unos casos, bajo amenazas en otros y aún los hubo que de plano, mejor los mataron- ciertos siniestros personajes que se encargar de callar todo lo que no conviene a X, a Y o a Z.

Pocos repararon en la falta de información concreta y menos en las evidentes incongruencias entre una y otra versión. Para la mayoría el rumor se convirtió en un axioma que no necesita comprobación.

Los medios de comunicación que establecieron que el asunto no fue más que ruido público se transformaron de inmediato en cómplices de un gigantesco complot. Si no dices lo que yo creo que debes decir, mientes; si no das cuenta de lo que quiero leer, aunque se trate de falsedades, eres un entregado a los intereses de los poderosos. Así de simple.

De repente la necesidad de sentir miedo, de estar en peligro, de perder el sueño por las noches ante las sólidas pruebas que aportan un e-mail y el dicho del vecino de un amigo que conoce al compadre de un policía que confiesa haber visto cómo el infierno de Dante se encuentra en nuestras calles, se robó un poco de la razón y un mucho del sentido común de miles de laguneros.

Es como si la masa (que por definición no piensa y casi siempre se deja arrastrar, sostiene Ortega y Gasset), necesitara una buena dosis de histeria colectiva. El asunto se fue diluyendo en la Comarca y pocos meses después, el mismo rumor, con exactamente las mismas variantes, hicieron lo suyo en Matamoros, Tamaulipas y sin duda, en alguna otra ciudad de la República.

Hoy, de nuevo, la población necesita sentir miedo, ahora bajo el fantasma de las desaparecidas. Hay quién incluso sostiene que Torreón vive ya un clima de inseguridad y violencia mucho más grave que Ciudad Juárez: En la estética, una mujer le dice a otra que leyó en un periódico que no son dos ni seis las niñas desaparecidas, sino que más de doce. Una ama de casa asegura que en cierto colegio hay tres jovencitas desaparecidas y otra agrega, que en otro colegio se reportan a otras dos. Llega un correo anónimo que cuestiona el porqué no se da cuenta de las decenas de mujeres desaparecidas en Torreón, e inmediatamente afirma que son los grandes intereses de la depravación, la lujuria, la corrupción del alma las que con toda seguridad obligan al medio de comunicación a callar la verdad: El Diablo anda suelto en la Comarca.

Es la lógica de la sinrazón; es la lógica del miedo que no entiende más que la necesidad de sentirse bajo peligro, de encontrar en cada esquina los signos inequívocos de un gigantesco complot contra el ser humano y sus valores tradicionales.

Hoy, la tragedia envuelve a dos familias. Sus hijas, dos jovencitas, están desaparecidas. Sin duda resulta una falta de respeto a las madres, a los padres de estas niñas, el alimentar la histeria colectiva con rumores y falsedades. Es también una falta de respeto a la inteligencia, a la dignidad, la moral y la decencia, todo lo que nos diferencia de los animales, el pretender que por obligación hay que alimentar el miedo, ya que de lo contrario se calla una verdad que sólo existe en la mente de quienes necesitan vivir en la catástrofe.

La prudencia aconseja cuidar a nuestros hijos y prevenir escenarios de riesgo; la decencia obliga a ayudar en todo lo posible a las familias de las dos jovencitas desaparecidas para ubicarlas y en su caso, que regresen al seno familiar y la razón nos impide dar cuenta de forma irresponsable de toda clase de rumores sin sustento. Pero si usted, que ha tenido la gentileza de leer estas líneas, es una de las personas que quiere tener miedo, no necesita recrear imágenes dantescas, basta con darle vueltas a la idea de que Bush gobernará el país más poderoso del planeta otros cuatro años.

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