Lo que se trae en la carpeta bajo el brazo el Gobierno Federal que elabora una iniciativa para que alcaldes del país, que en la actualidad duran tres años, se puedan presentar como candidatos un período tras otro de manera consecutiva, me parece asaz optimista pues los motivos en que se fundan parten del hecho de que vivimos en una democracia y el pueblo puede escoger libremente a sus gobernantes. Actualmente los alcaldes duran tres años pudiendo volver a postularse cuando pase un período o más entre el momento que cumplió el mandato y la fecha en que asuma de nuevo el cargo. En los municipios de Coahuila, no he visto un solo caso, en época reciente, que algún edil hubiera repetido esperando uno o más períodos intermedios.
Hay dos obstáculos. Primero que la decantada democracia aún no llega a algunos de los partidos políticos y, segunda, consecuencia de la primera, es que en la práctica algunos gobernadores tienen la pésima costumbre de meter su cuchara para que salga el que indique su dedo por lo que la reelección se concretaría a los dos períodos de tres años que cubre un mandato gubernamental. El gobernante que lo substituya trae su propio personal. Lo que da por resultado que los únicos que podrían mantenerse en el cargo serían los de la oposición al partido político del gobernante en turno quienes no tendrían que pedir permiso para que el pueblo los eligiera cuantas veces se les antojara. En efecto, aún persevera la dedocracia por lo que quien está gobernando puede decidir, pero únicamente mientras esté en el cargo ya que, viniendo el cambio de gobernante, será otro el que traiga a sus consentidos.
Aquí habría que hacer un alto para establecer que el que gobierna, al que le han endulzado el oído sus corifeos durante seis años, trata de dejar en el cargo a quien le haya demostrado sumisión, casi siempre un colaborador, con la idea de seguir manejando de entre bastidores la entidad. En algunas legislaciones estatales se reformó la Ley para que los diputados locales iniciaran sus actividades al parejo del ejecutivo, pues a éste lo recibían diputados provenientes de un sexenio anterior. ¿Para qué? Pues, usted no está para saberlo ni yo para decírselo, pero la intención era evidente: evitar un tropezón, teniendo diputados leales al nuevo ejecutivo, esto es, que le debieran su postulación. Uno nunca sabe bien a bien que pueda pasar con los entenados.
¿Qué se pretende?. Los malpensados dicen que los diputados locales y federales serán los que siguen, beneficiándose con la reelección ad infinítum. Después, ya entrados en gastos, si nadie protesta vendría la ola reeleccionaria a favorecer a gobernadores, senadores y, por último, al Presidente de la República. ¿Será esto el quid del asunto? La idea de perdurar no es ajena a los seres humanos. Todos, de una manera u otra, aspiramos a perpetuarnos eternamente hasta conseguir la inmortalidad. Aunque coincidiremos si les digo que la propuesta de reelegir alcaldes lo que pretende es más mundano: distraer la atención del pueblo haciendo el Gobierno como el prestidigitador callejero que asombra con la rapidez con la que crea una ilusión, blandiendo su varita mágica, que atrae la mirada de los circunstantes mientras aprovecha para sacarle la cartera del bolsillo a los ingenuos espectadores que, curiosos, detuvieron su camino para rodearlo en el improvisado escenario. El embeleco consiste en hacer que le demos importancia a cosas que no la tienen, en tanto lo que es vital para el país sigue sin rumbo predecible. ¿Se acuerda usted del circo romano?, pues igualito, con la diferencia de que aquí hay mucho circo y poco, poquísimo, pan.