Todo indicaba que no habría sorpresas en las elecciones para gobernador en el Estado de Tlaxcala. Los sondeos de opinión, consistentes en encuestas realizadas por agencias especializadas, señalaban a la candidata perredista Maricarmen Ramírez García, esposa del gobernador de esa Entidad, como derrotada en la contienda electoral con una votación que la dejaría en tercer lugar, por debajo del panista Héctor Ortiz Ortiz y del priista Mariano González Zarur. El resultado vino a dar un baño de agua fría a quienes pensaban que aquélla tenía la Gubernatura en la bolsa. A principios de la semana anterior el mandatario saliente Alfonso Sánchez Anaya, consorte de la interfecta, aparentemente enfermó siendo internado, se dijo, en el hospital Betania de Puebla por un problema de hipertensión arterial, de donde salió para continuar su tratamiento médico en el Distrito Federal. Corrió la versión de que con el anuncio de una precaria salud se quería provocar la compasión de los ciudadanos que de esa manera votarían por su cónyuge. No resultó la añagaza, en caso de que lo haya sido.
En el triunfo de la senadora Ramírez García cifraban sus propias aspiraciones varias esposas de mandatarios que confiaban en que triunfaría por el solo hecho de su relación sentimental. No andaban tan equivocadas al pensar que detrás de todo el aparato gubernamental estaba el marido que solicito apoyaría a su media naranja por encima de cualquier otra consideración. Lo malo para los esposos es que hubo un rechazo nacional a sus pretensiones, coincidiendo la opinión pública en que no era ético ni decente que la esposa del gobernador de una Entidad federativa substituyera en el cargo al hombre que la llevó al altar. El Partido de la Revolución Democrática, PRD, en los hechos le retiró su apoyo. Lo que dejó demostrado que el pueblo a pesar de que se dice que campea la democracia, donde cada quien hace de su capa un sayo, no concuerda en que se aproveche el poder para conseguir el poder.
Lo que en cierta manera nos recuerda el refrán de que cuando veas las barbas de tu vecina cortar echa las tuyas a remojar. En efecto, varias mujeres, de pelo en pecho, se habían apuntado como posibles sucesoras de su pareja. Las declaradas eran la cara mitad del mandamás de Nayarit y de Quintana Roo, queriendo ocupar la silla de gobernador y la alcaldía del Municipio donde se halla Cancún, respectivamente, ambas esposas de gobernadores gurruminos. Hubo, ¿o hay?, una posible candidata a la Presidencia de la República, casada con Vicente Fox Quesada, quien ha venido deshojando la margarita y, convencida de que en la política a la mexicana no hay seriedad, un día dice que sí la quiere y al siguiente dice que siempre no, para terminar con que quién sabe. La suerte de Maricarmen en Tlaxcala ha sido un duro golpe, por que a querer o no, es un franco, cuanto evidente, repudio a las maritornes que, cobijadas en la popularidad que otorga el ejercicio del poder público a sus maridos, se les hace fácil alcanzar el triunfo en procesos electorales. Queda en claro que los puestos públicos de elección no son susceptibles de ser heredados, ni pueden ser objeto de una sucesión monárquica o el resultado de un nepotismo trasnochado.
Lo que acaba de suceder en Tlaxcala pone en su debida dimensión las aspiraciones de quienes han venido columpiándose en la posibilidad de usar la infraestructura política que han creado sus cónyuges para obtener, sin sudar ni acongojarse, la silla de mando que ostenta su peor es nada. De seguro este descalabro les hará pensar dos veces antes de lanzarse a una aventura que, todo indica, nada bueno les depara. Se acabó el sueño, terminaron por desplomarse los castillos en el aire, que se habían forjado las que sólo traían o traen como recomendación para ocupar el puesto de gobernador o cualquier otro cargo de mayor responsabilidad, el tener la dicha inicua de acostarse al lado de quien dispone de los dineros públicos.