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Un Barril de pólvora

Gilberto Serna

UN BARRIL DE PÓLVORA

Los asambleístas del PRD en el D.F. irrumpen una sesión en la Cámara de Diputados, tomando por asalto la tribuna el pasado cinco de octubre, impidiendo la lectura del dictamen de reforma al artículo 122 de la Constitución. Luego, a la corta distancia de dos días, en el mismo escenario, un grupo de Diputados Federales perredistas se apoderaron, en actitud belicosa, del mismo estrado suspendiendo de nuevo los trabajos. La ventolera, como respuesta, ha sido aplastante para el partido del sol azteca. Mucha tinta han gastado los tunde teclas para reprobar con dedo flamígero la actitud pendenciera de estos revienta-debates. Hablan de que no se puede dejar pasar, como si nada hubiera ocurrido, un hecho tan grave, por ello deben ser sancionados. A mi juicio lo que menos importa es si tuvieron o no razón, para haber obrado como lo hicieron, lo que llama la atención es el inusitado coro de voces airadas que se han levantando condenando los hechos.

No es la primera vez que se presentan estos episodios bochornosos para la vida cívica del país, lo cual no evita que el de ahora sea criticable. Mal de muchos, consuelo de tontos, dice la sentencia popular. Años atrás, si la memoria no me falla, primero, un numeroso contingente de afiliados al Partido Acción Nacional, tomó la tribuna de San Lázaro y se dirigían a abrir los paquetes electorales, cuando un piquete de soldados, cortando cartucho de sus carabinas, impidió que siguieran avanzando. No había razón legal para el asalto excepto que se decían víctimas de un colosal fraude. Obviamente, pretendían hacerse justicia por propia mano. Segundo, años más tarde Emilio Chauyffet, a la sazón secretario de Gobernación, en un régimen priista, poniéndose al margen de la Ley, trató inútilmente de impedir que se instalara el Congreso, cuyo número le era adverso a su partido. Tercero, después, en años recientes, legisladores del PRI, a cuya cabeza iba el ahora gobernador electo de Veracruz, Fidel Herrera, trataron de introducirse a saco en una junta del Tribunal Federal Electoral con la intención malévola de impedir el quehacer de los magistrados.

Ni hablar, lo que en el pobre es borrachera en el rico es alegría. No hubo en los periódicos de la época, que yo recuerde, cuando menos no en forma unánime, la retahíla de recriminaciones contra los actos protagonizados por miembros del Partido (de) Acción Nacional y del Partido Revolucionario Institucional. Lo que da lugar a pensar que, desde el Gobierno, la ultraderecha pretende hacer perros del mal a los que militan en la izquierda mexicana. No encuentro otra explicación. Eso no quiere decir que aplaudamos lo que a la vista de todos han hecho los perredistas Los duros reproches que se hace ahora, a quienes han provocado el desorden legislativo, los encontramos ajustados a la realidad, aunque la solución, no es aconsejable, sea cerrar los espacios políticos de acceso al poder, obligándolos a actuar en la clandestinidad. Es una corriente ideológica que requiere de canales pacíficos para expresarse, como hasta ahora ha venido sucediendo. Los antecedentes no son halagüeños para quienes ahora condenan esos hechos aplicándoles adjetivos que lo mismo le quedarían al PAN, al PRI y al PRD. En su momento los tres usaron la violencia como chantaje, aparentemente por considerar que nada ganarían con acudir a los tribunales a reclamar los excesos de poder.

No sabemos en que va a parar esto que, desde ahora, se antoja como algo que se está complicando peligrosamente. Los que gobiernan no han dado muestras de que estén dispuestos a ceder en su intento por destruir al Jefe de Gobierno del D.F., en quien ven un enemigo al que hay que detener a como de lugar. Y ese, a como de lugar, implica un riesgo para la gobernabilidad, al tiempo que ponen en riesgo la estabilidad y la vida institucional del país. Si me preguntan diría que a los políticos que están en el candelero los enceguece la soberbia ? o la supina ignorancia- para darse cuenta de que se están sentando encima de un barril de pólvora. Habría que recomendarles a los actores de este drama, a tirios y troyanos, mucha prudencia, pues está poniendo en juego la tranquilidad de todos los mexicanos. En alguien debe caber la cordura, ¡caramba!

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