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Un breve recuento

Germán Froto y Madariaga

Es época de catarsis. Entendida ésta como la “purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda”.

Cuando se enfrenta uno al dolor, la angustia y preocupación profundas no puede menos que adentrarse en esos estados que se vienen a sumar a los hitos personales que van marcando nuestra propia historia.

A los pequeños triunfos, las audacias que de vez en cuando realizamos y de las que solemos vanagloriarnos para satisfacer torpemente nuestro irremediable ego, se suman los momentos de temor, de miedo a perder a nuestros seres queridos; de eventualmente vernos enfrentados al sufrimiento o confinados a un reducido mundo en el que sólo las sombras y unos cuantos recuerdos vagos sean nuestros compañeros de viaje en ese último tramo de la vida.

Porque si bien es cierto que la memoria es uno de los grandes dones que Dios nos ha dado, porque ella nos permite no tener que empezar de cero todos los días, también lo es que, así como al través de ella podemos acariciar de nuevo gratos momentos, la memoria nos recuerda igualmente los días de angustia, las épocas ingratas o las profundas tristezas.

Sin embargo, somos nosotros los que podemos invocar los unos y gratificarnos en su ideal presencia y rechazar los otros para evitar sufrir de nuevo lo que hayamos padecido cuando los vivimos. Hay quienes se aferran a los malos ratos y hay quienes los confinan a un remoto lugar de la memoria, aunque no al olvido total, porque siempre estarán ahí lo queramos o no.

Pero yo prefiero asirme a los momentos gratos de mi vida, que debo reconocer han sido muchos, pero sin olvidar totalmente los malos, pues ellos me permiten valorar aún más los primeros.

Estoy consciente de que, como dijera Marco Aurelio: “Mínimo es, pues, el instante que vive cada uno, mínimo el rinconcito en que lo vive y mínima la más larga gloria póstuma”.

Tan efímera es esta vida que no vale la pena retornar constantemente al pasado para lamentarnos de lo que hayamos sufrido. Porque lo que nos hizo sufrir no va a cambiar ni desaparecer. Pero nosotros sí volvemos a sufrir al recordarlos tanto o más que lo que sufrimos entonces.

A pesar de todo, la vida nos ofrece siempre motivos de felicidad, sólo que de nosotros depende el descubrirlos y disfrutarlos.

En ese sentido, todo cuanto nos sucede es para bien. Sólo que a veces somos incapaces de advertir la gran obra de Dios y el plan divino que Él ha dispuesto para nosotros.

Por eso, saber observar y descubrir todo cuanto Él nos regala cotidianamente debe constituir un ejercicio permanente hasta que lo convirtamos en filosofía de vida.

Porque no seremos ni los primeros ni los últimos que veamos cuánto nos rodea y que está ahí como un regalo para nosotros aquí y ahora. Por ello es que a los regalos se les llama también “presentes”.

Hay un hermoso pensamiento del poeta norteamericano del siglo diecinueve Walt Whitman, escrito en verso libre, que suelo leer y releer cuando hago estos breves recuentos de mi vida o al enfrentarme a esas experiencias vitales y profundas que se traducen en catarsis recurrentes. Ese texto es el siguiente:

“No dejes que termine el día,

sin haber crecido un poco,

sin haber sido feliz,

sin haber aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.

No permitas que nadie te quite el derecho

a expresarte, que es casi un deber.

No abandones las ansias de hacer de tu vida

algo extraordinario.

No dejes de creer que las palabras y las poesías,

sí pueden cambiar al mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y es oasis.

Nos derriba, nos lastima, nos enseña,

nos convierte en protagonistas de nuestra

propia historia.

Aunque el viento sople en contra,

la poderosa obra continúa:

Tú puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar,

porque sólo en sueños puede ser

libre el Hombre.

No caigas en el peor de los errores:

el silencio.

La mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes. Huye. “Emito mis alaridos

por los techos de este mundo”, dice el poeta.

Valora la belleza de las cosas simples.

Se puede hacer bella poesía

sobre pequeñas cosas.

No traiciones tus creencias.

Porque no podemos remar en contra

de nosotros mismos.

Eso transforma la vida en un infierno.

Disfruta del pánico que te provoca

tener la vida por delante.

Vívela intensamente, sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro y encarna la tarea

con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte.

Las experiencias de quienes nos precedieron,

de nuestros “poetas muertos”,

te ayudan a caminar por la vida.

La sociedad de hoy somos nosotros:

Los “poetas vivos”.

No permitas que la vida te pase a ti

sin que la vivas”.

El mundo continúa su marcha. Y a pesar de algunos pesares aún estamos aquí. Ese solo hecho debe ser un motivo de profunda satisfacción y agradecimiento. Como en efecto lo es.

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