José López Portillo fue el último presidente de la era populista, autoritaria, paternalista y corrupta del sistema político mexicano.
Sin grandes méritos políticos y gracias a una firme amistad con el entonces presidente Luis Echeverría, López Portillo fue “destapado” por el PRI en 1975 para ganar como candidato único las elecciones de 1976 en medio de grandes derroches, aunque sin la necesidad de fraudes ni alquimia electoral.
Abogado de origen, intelectual de vocación y economista por las circunstancias, don Pepe protagonizó uno de los períodos presidenciales más tormentosos, controvertidos y a la vez dinámicos de la historia moderna de México.
Sus primeros tres años de Gobierno fueron extraordinarios, la economía creció a pasos agigantados gracias a la bonanza petrolera, pero el resto del sexenio fue desastroso hasta concluir con la nacionalización bancaria que provocó un estancamiento en México de por lo menos diez años.
Las anécdotas del ex presidente son abundantes, algunas son insultantes otras irrisorias pero no faltan por ahí otras que demuestran el poder, la ambición y la frivolidad que hizo gala este personaje tan sui géneris.
En una reunión formal López Portillo afirmó que su hijo José Ramón, en aquel entonces subsecretario de Evaluación, era el “orgullo de su nepotismo”.
A su amante Rosa Luz Alegría la hizo primero subsecretaria y luego secretaria de Turismo y nunca cuidó las formas a la hora de viajar.
En la famosa reunión Norte-Sur de 1981 que organizó en Cancún, López Portillo la llevó en su comitiva junto al Secretario de Relaciones Exteriores. Todo mundo se preguntaba, ¿será acaso por la vía turística como se superarán las diferencias entre el Norte y el Sur?
El derroche y la corrupción en tiempos de López Portillo fueron abrumadores. Su esposa Carmen Romano viajaba con una orquesta completa, incluyendo un piano de cola a Europa, mientras su hijo e hijas se daban vida de príncipes.
En una ocasión los reporteros de la fuente esperaban subir al avión presidencial para viajar a Mérida a una gira cuando les avisaron que el viaje se demoraría dos horas. Mientras tomaban café y refrescos para matar el tiempo, llegó al hangar presidencial José Ramón con su esposa, dos hijos pequeños, una cuñada, la nana y dos guaruras para subirse a la flamante nave y trasladarse a Acapulco de fin de semana.
La Colina del Perro, una mansión gigantesca que se construyó López Portillo al finalizar su sexenio, motivó grande escándalo. El ex presidente argumentó en varias ocasiones que tanto el terreno como la construcción le habían sido donadas por Carlos Hank González, quien fue su regente del Distrito Federal además de aliado y amigo.
López Portillo intentó abrir las puertas a la democracia y la transparencia electoral, pero sus esfuerzos fueron tenues e inconstantes. Su mayor logro político fue promover una reforma política que permitió el registro de los partidos de izquierda, entre ellos el Partido Comunista Mexicano.
Mientras por un lado abría puertas por el otro las policías federales y la capitalina de su compadre Arturo Durazo, reprimían sin compasión a grupos disidentes y desaparecían a todo aquel delincuente que se salía de los carriles convencionales.
El clímax de López Portillo fue septiembre de 1982 cuando comete uno de los peores errores políticos de México. En vez de apoyar y mexicanizar a la banca mexicana, optó por destruir a un sector que durante décadas se había caracterizado por su profesionalismo y su dinamismo.
López Portillo nunca entendió que la caída en los precios del petróleo y la desconfianza en su Gobierno originaron aquella pavorosa fuga de capitales que condujo a una dramática devaluación del peso. “Hasta el bolero de la esquina prefiere comprar dólares”, diría Manuel Espinoza Iglesias en una frase que molestó a la clase política.
Han pasado veinte años de esa medida desastrosa y lejos de promoverse una banca nacionalista, eficiente y productiva, México terminó entregando los bancos al capital extranjero.
Por más que proyecten su imagen por motivo de su fallecimiento, es justo decir que José López Portillo fue uno de los peores presidentes de la era moderna y que gracias a su berrinche de septiembre de 1982, el pueblo mexicano sufre hasta la fecha las consecuencias de tan grave error.
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