Una y otra vez, reiterada e insistentemente se advirtió el mazacote que estaba construyendo la clase política y cómo, en el bárbaro juego por el poder, se arrastraba a la República. Hoy, el nuevo capítulo de la semana, la impugnación jurídica del presupuesto plantea un peligro: agregar a la incertidumbre política, la económico-financiera y entonces, provocar un colapso mayor. Lo peor es que, de nuevo, el jefe del Ejecutivo plantea su inconformidad al Legislativo como una reyerta. La plantea con el mismo ánimo revanchista que critica y así, lejos de llegar a una solución, puede agravarse el conflicto. El problema, por lo demás, no sólo es de índole financiera o de índole jurídica, es también de índole política porque, como el Ejecutivo y su partido precipitaron la carrera sucesoria, inscribieron el presupuesto -como muchos otros asuntos e instrumentos- en esa loca carrera. Asombra su asombro. Si la irreflexión de los poderes Ejecutivo y Legislativo no repara en la necesidad de llegar a un acuerdo político, concreto y específico, para tratar de poner a salvo del pleito electoral algunas cuestiones del interés nacional y colocar interlocutores válidos para dialogar, el peligro de la confrontación llevará al país a escenarios cada vez más complicados.
*** Primera trampa. A cuatro años de Gobierno, el jefe del Ejecutivo debería asumir que popularidad no es sinónimo de gobernabilidad y más todavía si considera que hasta por la naturaleza de los tiempos sexenales esa popularidad irá en declive. La política que, desde el arranque del sexenio, el Ejecutivo adoptó frente al Legislativo fue de avasallamiento. Dio por sentado que el mandato popular acompañado de su carisma, hacía innecesaria la política. Y antes como hoy, se echa de menos la necesaria labor de cabildeo y negociación para que el presupuesto enviado a los diputados hubiera salido mejor librado. En ese sentido, el Ejecutivo ha dado por bueno que con enviar las iniciativas su tarea está completa y satisfecha. Ignora el trabajo político que, por fuerza, debe acompañar esos proyectos y de ese modo, abandona a su suerte las iniciativas. El recurso siempre ha sido: el balón está en la cancha de los legisladores, yo ya envié el proyecto. Fracasan y fracasan los proyectos y el mandatario y su equipo resbalan toda responsabilidad echando mano del recurso de que toda la culpa es del Congreso. Esa política de avasallamiento se quiso sostener en la elección intermedia. El eslogan panista de campaña –”Quítale el freno al cambio”- era tan ingenuo como el concepto que el Gobierno tiene de la política. En esa lógica, con que el electorado le diera la mayoría parlamentaria al Gobierno, las Reformas Estructurales pasarían como un cuchillo en mantequilla. El revés fue brutal y aun así, se insistió en la política del avasallamiento del Poder Legislativo que tuvo por respuesta natural una política de resistencia. El resultado está a la vista.
*** Segunda trampa. Como si aquel revés electoral no fuera motivo suficiente para replantearse la estrategia de Gobierno y la relación con el Congreso para asegurar algunos acuerdos que le dieran viabilidad a la segunda mitad del sexenio, el mandatario construyó una nueva trampa en la que él mismo cayó con su partido: precipitar la carrera sucesoria. Fuese porque Marta Sahagún quería medir sus posibilidades como candidata, el mandatario en vez de reelaborar la estrategia de Gobierno, saludó el arranque de su propia sucesión. Absurdamente, quien de inmediato le tomó la palabra al presidente de la República fue su propio partido. En vez de ampliar el margen de maniobra del jefe del Ejecutivo, los precandidatos albiazules se desbocaron en el juego sucesorio. De ese modo, el mandatario comenzó a perder espacio y a interlocutores con la oposición o, peor aún, él mismo los invalidó como hizo con Felipe Calderón. Por más que Santiago Creel crea que puede ser secretario de Gobernación y precandidato presidencial, está claro que no es ni lo uno ni lo otro. Buena parte de su actuación como secretario tiene el sello y el tufo del precandidato autorreprimido y obviamente, ha perdido valor como interlocutor frente a la oposición. Y si es grave que al responsable de la política interior no se le vea como interlocutor válido, no menos lo es que lo mismo ocurra con el coordinador y el vicecoordinador de la bancada albiazul en la Cámara de Diputados, Francisco Barrio y Germán Martínez. Trabajan para su respectivo santo que, en ningún caso, es el presidente Fox. Desde el momento en que esos tres panistas dejan sentir que actúan no sólo en función de la responsabilidad del cargo o la representación que ostentan, sino también en función de su próxima ambición, es difícil que la oposición desconsidere que hablan con adversarios presentes y competidores futuros. Sin operadores e interlocutores legitimados, la vulnerabilidad del Gobierno es innegable. El banderazo de salida que Vicente Fox dio para sucederlo fue otra trampa que él mismo se tendió.
*** Tercera trampa. En previsión de que ocurriera lo que finalmente sucedió con el presupuesto, durante el anterior periodo ordinario se alentó la reforma del artículo 74 constitucional. Una reforma que -inserta en el pleito por el poder y la precipitación sucesoria- introdujo, sí, la fecha límite (15 de noviembre) en que los diputados deberían aprobar el presupuesto pero también la facultad -hasta entonces, no contemplada- de que los diputados lo “modificaran”. Si tan grave era que los diputados modificaran el presupuesto, ¿por qué ni el Gobierno ni su partido como tampoco su fracción pusieron el grito en el cielo en aquel momento? No lo hicieron porque, como en muchas otras ocasiones, el Gobierno actuó sin perspectiva, sin dimensionar el carácter poliédrico de esa reforma ni determinar las articulaciones que podría tener. Si esa reforma tenía la imperfección de no establecer qué sería del presupuesto si no era aprobado en su fecha límite y además, extendía y ampliaba las facultades de los diputados, desde entonces Acción Nacional -en cualquiera de sus vertientes- debió prever el peligro. No lo hicieron porque, en la lógica oficial, las cosas ocurren porque suceden. Así de simple. Otra trampa que el Gobierno se puso a sí mismo. Esa trampa, el PRI la aprovechó a carta cabal. Por un lado, le negaba al Gobierno las Reformas Estructurales que frenan el crecimiento y el desarrollo pero, por el otro, hizo suya la facultad de reconducir el presupuesto conforme a su interés electoral. Esa pequeñísima reforma constitucional apretó la soga con la que el priismo arrastra al Gobierno por donde quiere. El espectáculo ofrecido por los diputados opositores estirando la fecha límite sobre la base de decretar que el 15 de noviembre terminaba cuando concluyera la sesión de ese día (aunque fuera en otra fecha) y que, en función de la nueva facultad, se acomodaran los números en la perspectiva del juego electoral adelantado, no debería asombrar al Gobierno.
*** Cuarta trampa. El Gobierno y su partido han actuado como si la política no tuviera un carácter poliédrico y toda una serie de vasos comunicantes. Parten de la idea de compartimentar los problemas y los asuntos como si éstos se mantuvieran en canales distintos sin posibilidad alguna de comunicarse y contaminarse entre sí. La realidad es otra. Sus proyectos fracasan y a pesar de la evidencia, no caen en la cuenta de su error. No, pese a los reveses mantienen la línea. Por eso, las contradicciones entre los miembros del gabinete, los desmentidos de una secretaría a otra, la desarticulación del Gobierno y desde luego, los desplantes y las ocurrencias de ocasión. Metidos en esa idea, el Gobierno y su partido no advirtieron que adelantar la sucesión presidencial -estando apenas a la mitad del sexenio- iba a contaminar todas y cada una de sus acciones. El PRI lo supo desde el primer momento. De ahí que mucho de su proceder tenía por objetivo, no el asunto estrictamente en cuestión, como la elección de 2006. De a poco pero de manera sostenida, el priismo fue hilando la red necesaria para fortalecer sus posibilidades en la elección presidencial. Así actuaron en la integración de los nuevos consejeros del IFE, así actuaron en la renovación de la presidencia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y en el reemplazo del ministro faltante en la Suprema Corte. Poco muy poco importaba conducirse de manera institucional, porqué iban a hacerlo si el jefe del Ejecutivo ponía el ejemplo contrario. Si Vicente Fox dio el banderazo de salida rumbo a 2006, el priismo dejó que Acción Nacional se desbocara mientras ellos alineaban su movimiento estratégico en la misma dirección pero sin prisa. Increíblemente, Acción Nacional no cobró conciencia de lo que había hecho y absurdamente, quiso creer que la tarea del Gobierno corría por un carril distinto al de la precipitación electoral. Peor aún, cayó en el garlito -una trampa más que se tendió- de enfilar sus baterías en contra de Andrés Manuel López Obrador. En vez de cerrar frentes abrió más, todo bajo la inconsciencia de precipitar un juego que no podía controlar.
*** No es cosa sencilla que el Gobierno salga de su propio entrampamiento. De entrada, es menester que quiera salir pero ni eso está claro. Si el Gobierno no cobra conciencia de que, más allá de las zancadillas opositoras, él mismo tendió el entrampamiento en que se encuentra, difícilmente podrá remontar su situación. Tomar conciencia de eso supone remover ya a los interlocutores y actores oficiales que, por su desbocamiento, han quedado invalidados. La precipitación del juego electoral que pusieron en práctica acelera también la necesidad de colocar en la interlocución y la operación política a actores válidos y creíbles. Supone también trabajar rápidamente a favor de acuerdos específicos y concretos para poner a salvo del concurso electoral aquellas cuestiones nacionales que no pueden quedar sujetas a ese litigio. Hacer eso supone hacer política y dejar de resbalar las responsabilidades propias en instancias o instituciones ajenas al problema. Supone cerrar frentes y hacer a un lado las obsesiones y los odios personales, para -en lo posible- distender la atmósfera y crear un clima favorable a los acuerdos. Ora que si el Gobierno no quiere salir de las trampas que él mismo se ha tendido, debe calcular muy bien los frutos que le puede arrojar la impugnación jurídica del presupuesto... podrían ser frutos podridos.