Las densas nubes que presagiaban una agitada sesión parlamentaria amenazando convertirse en tormenta política, se fueron diluyendo conforme iba desarrollándose el trabajo de la Cámara de Diputados erigida en Jurado de Procedencia para discutir y votar el dictamen de la Sección Instructora que culminaría con el desafuero del ex asambleísta con licencia. En los días previos habíamos presenciado la escandalosa y violenta actitud de diputados federales y locales del Distrito Federal, de militancia perredista, que invadieron el espacio de la Mesa Directiva de la Cámara y se posesionaron de la tribuna como medida desesperada para impedir o por lo menos obstaculizar que la representación popular federal conociera y aprobara la reforma al artículo 122 constitucional, que en su parte medular pretende que el Gobierno capitalino asuma la carga económica de su responsabilidad educativa, en un propósito de equidad y congruencia con el resto de las entidades federativas.
Con este antecedente, se daban los ingredientes para que la sesión del cuatro de noviembre convirtiera al recinto legislativo en un escenario donde nuevamente aparecieran las agresiones verbales, las ofensas personales e incluso los enfrentamientos físicos entre los actores o protagonistas. Por lo menos, ésa era la expectativa que campeaba en el ambiente político augurando una jornada difícil y tormentosa. Fue tanta la expectación, con su respectiva dosis de morbo político, que el procedimiento de desafuero despertó entre la población, que según encuestas confiables, el canal del Congreso, que sólo puede ser captado por televisión de paga, alcanzó ese día y con ese motivo el mayor porcentaje de audiencia desde que inició sus transmisiones.
Sin embargo y es el propósito de esta colaboración, fuimos testigos de una sesión legislativa que se desarrolló en un clima de orden y respeto en la que se dio un debate político de buen nivel, en que se confrontaron las ideas y se expusieron argumentos, válidos o no, pero manifestados por quienes abordaron la tribuna con plena libertad y escuchados por la contraparte con atención y respeto a la investidura de quien los expresó, inclusive por el resto de los integrantes de este órgano del Poder Legislativo presentes en el recinto. Fue, pues, una muestra de civilidad parlamentaria.
Primero la síntesis del dictamen de la comisión que proponía al pleno de la Cámara, la procedencia del desafuero; luego, los argumentos del representante de la fiscalía capitalina en los que fundamentaba su solicitud; enseguida la ronda de oradores, diputados de los diferentes partidos políticos, unos a favor y otros en contra con amplia exposición de razonamientos jurídicos y políticos en los que basaban su postura, incluso algunos manifestando que no procedía el desafuero de quien ya no lo tenía por la licencia de que gozaba y finalmente, el protagonista principal que, independientemente de que la autoridad competente lo encuentre culpable o inocente, tuvo sobre sí los ojos y los oídos de una sorprendida sociedad, a través de un medio de comunicación tan importante y de tanto impacto como es la televisión, para ver y oír a un peculiar y pintoresco personaje político, esgrimir las más diversas hipótesis a favor de su causa, sin que haya logrado convencer a los diputados de la infactibilidad penal de su caso, aunque él mismo dijera que no era ese su propósito. Pero el solo hecho de haber utilizado la Cámara y el medio electrónico de comunicación, para exponer sus razones, fue ya una inmerecida ganancia política para él.
Qué bueno que así se dio el desarrollo de este histórico juicio de procedencia, porque ello nos permite alentar optimistamente, a pesar de que muchos digan que fue un escenario perfectamente montado y con un guión muy bien estudiado, la perspectiva de que los mexicanos somos capaces de tratar los más espinosos asuntos y discernir las diferencias de criterios de una manera ordenada y respetuosa y avizorar que podemos estar arribando a una etapa de parlamentarismo civilizado, lo que nos hace recordar a Voltaire cuando decía: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”.
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