Era muy natural que el barón Pierre de Coubertin, resucitador de los Juegos Olímpicos tuviera un sueño más. Dos de ellos se habían cumplido: darles vida y efectuar los primeros de la Era Moderna en Atenas, como homenaje al lugar donde estas competiciones nacieron.
Pero anhelaba hacer realidad un tercero que era llevar las Olimpiadas a París, Francia, a su país de origen. Y ahí, en el año de 1900 se celebraron, pero dentro de un caos terrible que a punto estuvo de acabar con ellos, pues duraron más de cinco meses, del 14 de mayo al 21 de octubre.
Y es que por esas fechas se le dio más importancia a la exposición universal que marcaba el inicio de un nuevo siglo con sus avances y su moderna tecnología. París mismo se vio más interesada en la construcción del nuevo Metro y sus fiestas interminables en el deporte.
Fue tan mala la organización de los Juegos, que hubo muchas pruebas en las que no se entregaron los premios a los tres ganadores. Además, algunas delegaciones, como la de Alemania, llegaron y tuvieron que dormir en la calle el primer día por falta de alojamiento.
Esta vez, el número de participantes ascendió a 1,325, representando a 22 países, y entre lo novedoso estuvo la participación de las mujeres. Parecía que el nuevo siglo abría las puertas de sectores antes marginados, como el de las mujeres relegadas de varias actividades.
Las marcas mejoraron notablemente y fue mayor el número de deportes, por ejemplo, hicieron su aparición el boxeo, el polo, el rugby y el tiro con arco. Pero, nuevamente algunos participantes lo hicieron a título personal por la desorganización en sus países.