El 12 de enero, día en que comenzó la Cumbre Extraordinaria de las Américas en Monterrey, de que fue anfitrión el presidente Fox, su esposa disminuyó la atención informativa sobre ese acontecimiento y la atrajo hacía sí misma al anunciar, o amenazar que habría Marta para rato. Si nuestra interpretación es correcta, ese lapso se acortó y ha terminado. Fue un ratito nomás.
Empujada por su propio partido y por un sector creciente de la opinión pública, la señora Marta Sahagún de Fox fechó el 16 de febrero la renuncia a sus pretensiones presidenciales. Pero no quiso ofrecer el abandono de su aspiración a quienes la evidenciaron como desmesurada y escogió una vía sesgada para retirarse, como si lo hiciera sólo de su militancia partidaria.
Por supuesto que hay que esperar la prueba de los hechos, en este caso el silencio de la Primera Dama, aparejado con su consagración al “trabajo social”. La verdadera filantropía, el altruismo genuino (sobre todo el de inspiración cristiana: que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha) debe efectuarse en la discreción, en la mayor reserva, para que sea éticamente válido. Proclamar la caridad (en el sentido de virtud teologal, no de dar limosnas) es adulterarla en el momento mismo de exaltar su práctica, de hacerla conocer con bombo y platillo. De modo que si es verdad que la señora Fox dedicará todo su tiempo a obras sociales hemos de suponer que lo hará sin el estrépito a que quiso acostumbrarnos y que practicó en grado estentóreo en las dos semanas recientes, precisamente las que colmaron la paciencia de muchos, incluidos los dirigentes de Acción Nacional.
En buena medida a ellos se debe el “hasta aquí” a la campaña de la esposa del Presidente de la República. Se había formado en el PAN un frente de rechazo al fin y los medios planteados por la Primera Dama y es posible que se hiciera conocer ese estado de ánimo a Fox, con énfasis en el daño que a su figura y al funcionamiento de su Gobierno provocaba el activismo de su esposa. La cúpula panista se reunió el lunes con el Presidente. Quienes accedieron a hablar del contenido de la conversación —de modo especial el diputado Germán Martínez, solicitado para ese propósito por varios medios informativos— negaron haber ventilado el tema de la señora Marta con el Ejecutivo federal. Es imposible creer que se eludiera el asunto, salvo que previamente a la reunión Fox hiciera saber a los líderes de su partido que el tema se quedaría sin materia en las horas siguientes, por lo que plantearlo carecería de sentido.
Abundaron las voces panistas que reprobaron la aspiración de la Primera Dama a suceder a su marido. Timoratas, algunas de ellas objetaban sólo la inoportunidad de la pretensión, pero dejaban a salvo el derecho (que en términos generales, haciendo abstracción de la realidad nadie puede negarle) de la esposa del Presidente a ganar una posición si así lo determinaban los órganos del PAN, primero y luego los votantes en la elección constitucional. Otros fueron más puntuales y abiertos: bajo ninguna circunstancia era admisible la campaña de la señora, por su relación con el Jefe del Estado. Francisco Barrio, coordinador de los diputados federales y Manuel Espino, secretario general del partido, fueron los más claridosos en objetar la actitud de la señora Fox. Fue también ruda la descalificación del vocero del partido, Juan Ignacio Zavala, que contrastó la decisión partidaria con la de señora Fox: ella puede proponerse ser Presidente de la República, o municipal de Celaya, o dedicarse al cultivo del bróculi. Nadie coarta su libertad para hacerlo, añadió, pero el PAN escogerá a quien postule a la Presidencia cuando sea oportuno, no ahora. Y aunque Zavala piensa con su propia cabeza, y es torpe suponer que era boca de ganso por la que hablaba Felipe Calderón, no puede ignorarse el ejercido parentesco entre Zavala y el secretario de Energía, aspirante como Barrio (cuando sea conveniente, diría cada uno) a la postulación presidencial.
De modo explícito, la señora Fox tomó tres decisiones: a) dejar de buscar un lugar en el consejo nacional de su partido; b) no dedicar ni un minuto a realizar trabajo político partidista y c) concentrarse en el trabajo social y en apoyar “el proyecto de nación” que encabeza su esposo y que “ha sido siempre su único proyecto”. Como dijo apartarse del activismo político “por ahora”, puede suponerse que se trata sólo de una retirada táctica, semejante a la que quiso en vano practicar Andrés Manuel López Obrador al demandar que se le dé por muerto en torno a la sucesión presidencial. Debió ser claro para la señora Fox que su protagonismo había traspasado los límites, como fue evidente en la crítica académica y periodística de las semanas recientes, que le reprochaba pretender alcanzar la Presidencia desde la Presidencia, querer instalarse en Los Pinos siendo que ya vive allí.
Tal vez su intención sea hacer mutis, como lo ha hecho otras veces, para que amaine la borrasca que ella misma ha propiciado. Y más tarde, cuando lo considere conveniente, retomar su pretensión. Puede ser un cálculo erróneo, ése. Dejar vacío el amplio espacio que llenaba hasta ahora implica que otros lo ocupen. Precisamente por eso se la malmira en el PAN, porque su desmesura achica al resto de los presidenciables de ese partido al grado de que, como hizo su marido, quizá con el consejo de ella, al cabo de un avance avasallador no habrá quien se le enfrente. Es posible que crezcan ahora otras presencias.