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Una de huaraches

Gilberto Serna

A partir de la publicación que hace un grupo de respetables damas de Torreón, en desplegado que leí en El Siglo de Torreón, el pasado domingo tres del mes en curso, acerca de que se trajo a una forastera para hacerse cargo de la dirección del remozado Teatro Nazas, he oído comentarios encontrados. Unos que aplauden frenéticamente a este grupo de señoras por tomar la decisión de salir a la palestra pública a hacer el reproche a las autoridades estatales de no tomar en cuenta que en la región hay gente preparada, con capacidad y talento suficientes para desempeñar el puesto, igual o mejor que cualquier persona importada.

Otros se extrañan de que aún pensemos como se haría en un rancho grande: con una especie de chovinismo, que se traduciría en un no queremos a nadie de fuera de nuestras fronteras, con un sentido localista de desmesurada exaltación, agregando aquel conocido dicho de: nomás eso nos faltaba, que una de huaraches (y sarape) nos viniera a zapatear.

Quienes, los menos, opinan que detrás de esta protesta pública subyacen intereses, poco claros, en que lo menos que se logra advertir es que se trata de conservar un coto de poder, en una área que tiene que ver con la cultura de los laguneros. Esto último, me parece al sólo mencionarlo, un argumento deleznable, poco serio. Si lo incluyo es para que se vea hasta dónde son capaces los profesionales de la detracción de inventar patrañas.

Torreón es una ciudad moderna que ha crecido a base de esfuerzos, lo conseguido no ha sido fácil. A sus habitantes nada se les ha regalado, ya que, por el contrario, se ha tenido que trabajar duramente en condiciones adversas para salir adelante.

Es la pujanza de las familias, lo que ha logrado crear un espíritu de lucha que comparte con las ciudades que se integran a lo que se conoce como Comarca Lagunera. Lo que está sucediendo en Torreón tiene su origen en la labor de zapa desarrollado por un grupo de empresarios capitalinos que, allá también se cuecen habas, consideran a Coahuila y en especial a Saltillo, de su absoluta propiedad. Donde han hecho y deshecho todo los que se les ha antojado y les han permitido nuestros gobernantes estatales cuyo asiento de poderes se encuentra precisamente ahí.

Esas ideas, con un fuerte olor a separatismo, deben desaparecer por el bien de todos. El estar desuniendo a ciudades que deberían ser, que son hermanas, constituye un quehacer francamente cismático. Nadie debe hacerlo, menos los torreónidas de pura cepa (perdón por el gentilicio) cuyos antepasados acudieron de todas partes del globo terrestre a dejar su simiente en sus tierras. Pero veamos, con un ejemplo, lo que puede producir la inverecundia localista: el Club Campestre Lagunero, construido en Gómez Palacio, erigido por laguneros sin fronteras, precursores que buscaron un lugar equidistante a las tres poblaciones, allá por los años cuarenta, sufrió una mutilación al suprimirle la denominación de “lagunero” con el típico estilo de quien desconoce la historia de La Laguna.

Malhadada acción en la que afloró un egoísmo y un engreimiento que no tiene parangón, remontándose a tiempos del oscurantismo, en que los pueblos se amurallaban, aislándose de sus enemigos, pero también de sus amigos. Lo único que se ganó con esa actitud tendiente a meter cizaña entre dos entidades, fue la transmisión de fobias personales a una zona connurbada de ciudades que la madre naturaleza ha forjado unidas.

Esto me ha venido dando vueltas a la cabeza. Creo, sin duda alguna, que Torreón se encuentra en Coahuila. Esto que parecería una verdad digna de Perogrullo, lo digo en la búsqueda de serenar los ánimos. Es llegada la hora en que actuemos madurando nuestras ideas.

No conozco a la señora More Barret, persona que se ha “traído de Saltillo”, para encargarse de la dirección de “nuestro” Teatro Nazas. –Sin asomo de sarcasmo, eso suena a: ¡cuidado!, nos están invadiendo seres de otras galaxias-. Hagamos las paces con nosotros mismos; el día que con serenidad reconozcamos que el teatro es de todos los coahuilenses, algo habremos avanzado. Analicemos ¿Por qué esa hostilidad? ¿Por qué se nombra a un patronato al que se le desconocen sus facultades? ¿Se estará levantando un muro de prejuicios que repudiamos cuando otros lo hacen? Lo recomendable es no avivar llamas de discordia. Torreón siempre se ha jactado de ser cosmopolita, hago votos por que lo siga siendo.

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